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viernes, 15 de marzo de 2013

San Francisco y el lobo


Por Martín Obregón.

La encrucijada de la Iglesia después de Juan Pablo II. El fracaso del proyecto de Benedicto XVI y la apuesta a un nuevo papado conservador en la doctrina pero flexible hacia afuera y con espíritu de disputa.
Tras la muerte de Juan Pablo II la Iglesia se encontró frente a dos posibilidades para superar una crisis estructural caracterizada por la falta de arraigo popular y la profundización de la brecha entre lo que prescribía la institución y lo que ocurría en la realidad social: o se promovía un proceso de apertura o se cerraba aún más sobre sí misma, reafirmando un tradicionalismo extremo.
La balanza se inclinó por esta última opción con la elección de Benedicto XVI, cuyo proyecto era transparente: erradicar cualquier posibilidad de apertura dentro de la Iglesia mediante la consolidación de núcleos militantes más pequeños pero convencidos, que permitieran – sobre la base de una Iglesia sólidamente unificada – llevar adelante un proyecto de restauración de la cristiandad católica en el marco de un capitalismo globalizado.

En ese contexto se ubican algunas medidas que tendían a situar a la Iglesia en un horizonte preconciliar: la reivindicación de la misa en latín, la vuelta al canto gregoriano, la reafirmación del celibato, etc. Al cardenal Ratzinger sólo le faltó adoptar el nombre de Pío XIII para dejar bien en claro sus fines restauradores.

La idea de que el Concilio había tenido consecuencias funestas para la Iglesia, favoreciendo en América Latina el crecimiento de la “Iglesia del Pueblo” y alentando en Europa el proceso de secularización, no era sólo patrimonio de Benedicto XVI, sino de la mayoría de los cardenales que lo habían elegido. Se trataba, entonces, de reconstruir el poder de la Iglesia reafirmando la ortodoxia doctrinaria y rechazando cualquier discusión en torno a temas como el celibato, el matrimonio igualitario y el aborto. El aislamiento de la Iglesia con respecto a la sociedad no hizo más que profundizarse.
En febrero de este año, la renuncia del Papa señaló el fracaso de aquel proyecto restaurador: en lugar de una Iglesia cohesionada, capaz de dar batalla contra los males derivados de la “secularización”, la cruzada de Benedicto XVI derivó en una feroz crisis interna que puso en peligro la unidad institucional, en el contexto de escándalos sexuales, políticos y financieros de todo tipo.

Los vértices de la Iglesia decidieron que había llegado el momento de encontrar una figura de recambio, capaz de zanjar la crisis interna de la institución y volver a situarla en una posición desde la cual llevar adelante la disputa ideológica. (Esperemos que fracasen para que la secularizacion siuga avanzando y la religion retrógrada  vaya desapareciendo cada dia un poco mas ) 
El enfrentamiento entre las dos fracciones de la curia romana que habían conducido a la Iglesia desde fines de los años ’70 terminó abroquelando y fortaleciendo a un tercer sector, que consideró más adecuado nombrar a un Papa procedente de otras geografías, alejado de la zona de conflicto.

Ese sector encontró su mejor candidato en el cardenal Bergoglio, dueño de una cintura política que lo llevó a convertirse en arzobispo de Buenos Aires – y a la sazón jefe de la Iglesia argentina – hacia fines de los ’90 y a obtener una considerable cantidad de adhesiones en el cónclave en el que fue elegido el cardenal alemán.

Como era de esperar, los documentos y testimonios que vinculan al arzobispo de Buenos Aires con la desaparición de dos sacerdotes jesuitas durante la dictadura militar no constituyeron obstáculos para su candidatura en el seno de un colegio cardenalicio que ocho años atrás había elegido a un ex militante de las Juventudes Hitlerianas.

Si lo que la jerarquía eclesiástica pretendía era dar una señal de renovación, qué mejor candidato que uno que proviniera de América Latina, que fuera jesuita y que mostrara un perfil absolutamente diferente al de Benedicto XVI.

La designación de Bergoglio puede ser interpretada como un reconocimiento, por parte de la jerarquía, del fracaso del proyecto que intentó llevar adelante su antecesor. En esa línea, no sería descabellado pensar en la adopción de una estrategia similar a la inaugurada treinta y cinco años atrás por Juan Pablo II, basada en un rígido conservadurismo en el plano doctrinario que no descuidaba sin embargo el énfasis en la “cuestión social” y en la “religiosidad popular”, con el objetivo de recuperar posiciones y ofrecerse como alternativa en el plano ideológico.

En la actualidad, América Latina constituye una región prioritaria para la jerarquía de la Iglesia. No sólo por aglutinar a más del 40% de la población católica, sino por la importancia política y social que adquirió el subcontinente a partir de la emergencia de formidables procesos de movilización de masas que pusieron en jaque a los regímenes neoliberales y sentaron las bases de proyectos populares y antiimperialistas en países como Venezuela, Bolivia y Ecuador. En América Latina, una Iglesia tradicionalmente vinculada a las clases dominantes se opuso a estos procesos de movilización popular, profundizando su pérdida de arraigo social y resistiendo mal el avance de las religiones no católicas.
Un cruzado como Ratzinger, un príncipe de la Iglesia, aficionado a la música clásica y sin contacto con la plebe, fue la figura adecuada cuando la jerarquía decidió replegarse sobre sí misma y defender a ultranza un conjunto de dogmas irrenunciables; pero si de lo que se trata es de dar un nuevo impulso a la institución y de disputar el consenso social resulta mucho más efectivo echar mano al hijo de un trabajador ferroviario que viaja en colectivo, hace un culto de la austeridad y proclama a los cuatro vientos su simpatía por San Lorenzo de Almagro.

Nada es casual tratándose de Bergoglio. Ni la adopción del nombre de un santo asociado a la opción por los pobres ni la decisión de salir al balcón de la Basílica de San Pedro prescindiendo de la cruz papal y de la estola pontificia. El cardenal argentino, que al mismo tiempo que cultiva ese perfil campechano mantiene excelentes relaciones con sectores políticos de la derecha y del poder económico, parece haber logrado su primer objetivo, al punto de que no faltan quienes, en distintas partes del mundo, creen estar en presencia de un Papa “progresista”.

Sus antecedentes desalientan cualquier expectativa en relación a una mayor democratización o un auténtico acercamiento de la Iglesia a las clases subalternas, pero no habría que descartar una vuelta de tuerca en el contexto de un mismo proyecto de dominación, que le permita a una Iglesia desprestigiada y alejada de las masas, superar su crisis interna, reconstruir su legitimidad y, ahora bajo un ropaje austero y populista, salir a dar la disputa en el terreno ideológico.

Fuente: Marcha


La Iglesia editó un libro en apoyo al cura Grassi

Denuncian que lo repartieron entre distintos jueces para “hacer lobby”.
17/12/11

“Estudios sobre el ‘caso Grassi’”. Así se llama el libro con el que la Iglesia sostiene la presunta inocencia del cura Julio César Grassi, condenado a 15 años de prisión por el abuso sexual de un menor pero aún libre. Su contenido fue realizado por un conocido abogado penalista, contratado en 2010 para esta tarea por el entonces presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, cardenal Jorge Bergoglio, según DyN .

“El libro no tiene seriedad alguna. Es un trabajo por encargo y muy burdo. No dice nada que no haya declarado Grassi en televisión. Fue enviado a todos los despachos judiciales de jueces que todavía tienen que tomar determinaciones en el caso, con la clara intención de hacer lobby y de influenciar magistrados”, le explicó a Clarín el abogado querellante en esta causa, Juan Pablo Gallego.

 Según Gallego, la Conferencia Episcopal Argentina le encargó el año pasado la investigación al abogado Marcelo Sancinetti. El trabajo se plasmó en dos tomos, cada uno referido a una presunta víctima de los abusos del sacerdote (identificados con iniciales, ver foto ). Además de revelar la existencia de esos trabajos, Gallego denunció que fueron acercados “a distintos escritorios de magistrados” de la Suprema Corte bonaerense, “con el fin evidentemente de provocar presión a la hora de decidir” sobre la condena al sacerdote (el tribunal tiene que resolver una apelación).

 “Es un libro muy bien ilustrado que indica que no están dispuestos a aceptar ningún fallo del Estado secular y que la Justicia kirchnerista es la Justicia más parcial desde el regreso de la democracia. Las presiones que se han ejercido y se ejercen sobre la Justicia hablan de un poder que no sabemos hasta dónde llega”, afirmó Gallego. La contratapa de uno de los tomos aclara, textualmente:

“La Conferencia Episcopal Argentina encomienda la realización de un dictamen al profesor Sancinetti, consistente en un estudio del procedimiento en el que fue perseguido penalmente, enjuiciado y condenado respecto de dos hechos de abuso sexual (referidos a un denunciante) y absuelto por muchos otros (referidos a otros dos denunciantes) el Reverendo Padre Julio César Grassi”. En febrero, la Procuradora General ante la Suprema Corte bonaerense, María del Carmen Falbo, emitió un dictamen –que recién trascendió en los últimos días– en el que aconsejó al máximo tribunal provincial condenar a Grassi por todos los hechos por los que había sido acusado y no sólo por los dos por los que recibió la pena de 15 años de prisión. La Suprema Corte debe pronunciarse sobre el fallo, aunque no tiene plazos establecidos.

http://www.clarin.com/policiales/Iglesia-edito-libro-apoyo-Grassi_0_610739115.html

2 comentarios:

Daniel dijo...

Que cosa el pibe que dijo que Grassi tiene un lunar en el pene. Debe ser clarividente.

Javier dijo...

Es que lo debe asesorar la pitonisa Carrio denunciando tempestades penianas

Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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