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martes, 14 de mayo de 2013

Diagnósticos y propuestas ante la crisis


Por Francisco Cantamutto. 

El estallido de la crisis es la expresión de las contradicciones acumuladas en el tiempo. Hay que buscar una nueva orientación a los problemas irresueltos que la indujeron. Cuáles son actuales debates dentro del establishment económico.

El BM, la OCDE y el FMI, adalides de las políticas neoliberales, tienden a identificar el origen de la crisis con problemas de regulación financiera. Si bien es un paso adelante que reconozcan la responsabilidad en el sector que promovieron, en rigor, lo que señalan es su desarrollo incompleto. Aunque una de las lecciones más claras de esta crisis es que, sin importar la magnitud de la información disponible, la lógica de expansión del capital financiero induce a crisis, estos organismos siguen creyendo que se trata de un desarrollo insuficiente.
Aún reconociendo que no tienen diagnósticos ni políticas de corto plazo claras, estos organismos insisten en que la salida es avanzar con las reformas estructurales, el ajuste fiscal, la subordinación a sus mandatos, y algún impreciso cambio regulatorio del sistema financiero. El FMI no anuncia ninguna medida relativa al empleo o la pobreza, a pesar de su “preocupación” al respecto. Según su razonamiento, la crisis afecta más a los pobres, y el crecimiento es la forma de reducir la pobreza; ¿por qué cambiar entonces las políticas para crecer que impulsan desde hace años? El BM, en su manual sobre pobreza y desigualdad, utilizado para formar cuadros técnicos, afirma desconocer las causas de la desigualdad, lo que reconoce que le impide la construcción de políticas de combate a las causas profundas del problema. Un mal análisis de la crisis lleva a pésimas políticas de salida, como se ve en el mantra de ajuste fiscal y flexibilización laboral que promueven dentro de la Unión Europea, incólumes frente al masivo rechazo popular.

Los progres

Algunos referentes de la disciplina, considerados progresistas, como Krugman, Stiglitz y Roubini, también se han centrado en identificar con precisión los errores de regulación de las finanzas. Bajo el influjo keynesiano, comprenden que el desarrollo hipostasiado de este sector, en detrimento de la economía real, induce problemas de demanda agregada. Llamativamente, los tres asumen la globalización, es decir, la organización mundial del capital tal como existe hoy, como un dictado de la razón, fuera de cuestión. Así, acusan a los afectados por no ponerse a la altura de los desafíos: serían los trabajadores pauperizados quienes no invirtieron en educación para ser competitivos, y por ello demandan créditos para compensar sus menores salarios. La culpa, por un mágico rodeo, es de la demanda de los empobrecidos y la ligereza de los gobiernos en escucharlos, en lugar de en las presiones del sector financiero para maximizar sus ganancias.

Así, los tres insisten regular al sistema financiero, pero impugnan el principio de austeridad del FMI: es necesario estimular la demanda agregada, aunque no queda claro cómo exactamente. No es extraña esta imprecisión en Krugman y Stiglitz, uno asesor de Reagan y el otro funcionario del BM, impulsores de las políticas de desregulación financiera y flexibilización laboral. Krugman ha sostenido que la salida de la crisis requiere bajar salarios, y no descartar el keynesianismo militar.

Steve Keen, Raghuram Rajan y Timothy Noha, tres recientes “destapados”, han indicado que la desregulación financiera sólo da la forma abierta de la crisis, pero no su razón: la causa profunda de la crisis está en la creciente desigualdad de ingresos a escala mundial. Al cuestionar la distribución del crecimiento de las últimas décadas, ponen en entredicho el modelo de desarrollo, y no sólo la regulación del sector. Sin embargo, repiten el error de los autores anteriores: asumen que, por miopía política, se crea una especie de “populismo” del consumo, donde es más fácil dar créditos que resolver las causas de la desigualdad. Es decir, vuelven a colocar a los empobrecidos como los demandantes de este desastre. Por ello, a pesar de ser más severos con el sector financiero –hablando incluso de achicarlo- terminan coincidiendo en que las deficiencias de formación educativa son el origen del problema. La inversión en educación es su salida.

Los que comienzan a ver

Por último, la CEPAL y la OIT han enfatizado que el origen de la crisis es la creciente desigualdad de ingresos y riqueza. Pero, a diferencia de los anteriores autores, señalan que el problema se encuentra en las políticas anti-trabajo de las últimas décadas: la flexibilización, la privatización de la seguridad y la previsión social, etc. La OIT insiste en el retraso salarial de largo plazo y la reducción de la participación de los trabajadores en el ingreso. La CEPAL señala que este retraso, en nuestra región, obedece a la especialización productiva: en alto grado, el empleo se genera en sectores de poca calificación, alta informalidad y bajos salarios.

Así, son enfáticos respecto de la salida: el impulso a la demanda debe venir por un aumento de los salarios, de la formalización del empleo y en la inclusión de las negociaciones colectivas. La CEPAL retomó además sus viejas banderas de cambio estructural, promoviendo la intervención estatal para inducir la acumulación en ramas más intensivas en trabajo y conocimiento.

Aunque más cerca del problema, incluso estas instituciones fallan en ver que las políticas aplicadas surgen de demandas de los capitalistas, buscando mayores ganancias bajo la presión competitiva, y que difícilmente quieran desprenderse de lo conquistado. Hacerlo requiere cuestionar sus privilegios. El sistema mundial de interdependencias impide que la especialización en ramas intensivas en conocimiento sea una salida generalizada. La salida de la crisis mundial requiere de una reorganización del sistema económico a esa escala.

Fuente: Marcha

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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