Un repaso de la lista de presidentes, elegidos sin proscripciones políticas y sin fraude, permite agruparlos así: jefes de partido y funcionarios públicos. A partir del arribo de Carlos Saúl Menem, el segundo grupo domina la escena.
Hipólito Yrigoyen encabezó una batalla por la democracia que
incluyó levantamientos armados, y al hilo de esa pelea construyó la
Unión Cívica Radical. Alvear, el heredero, antes de acceder a la
poltrona de Rivadavia fue embajador en París, ninguna otra cosa.
El golpe del '30 puso temporalmente fin a ese método de selección
de personal; el coronel Perón, antes de que el peronismo existiera,
accedió a la vicepresidencia de la República, el Ministerio de Guerra y
la Secretaría de Previsión Social de la mano del golpe del '43. El
mítico 17 de octubre lo sacó de la isla Martín García, donde fuera
enviado por decisión de la Marina; los dirigentes sindicales que
encabezaron la movilización se transformaron en fundadores de una nueva
fuerza: el Partido Laborista, y la victoria electoral del '46, entonces,
terminó siendo resultado de una colectora organizada por el movimiento
obrero y una fracción radical minoritaria encabezada por Hortensio
Quijano. De modo que Juan Domingo Perón, al igual que Yrigoyen, antes de
ser presidente fue el jefe de su fracción, y por serlo accedió a la
candidatura presidencial y a la victoria.
El golpe del '55 derrocó a Perón; las distintas corrientes del
radicalismo a resultas de la Revolución Libertadora se dividieron en
Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP), encabezada por Ricardo Balbín, y
Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), dirigida por Arturo
Frondizi. Ambos dirigentes disputaron la presidencia de la Nación en las
elecciones de 1958; la proscripción del peronismo sumada al acuerdo
Frondizi-Perón, sellado en Caracas, dieron el triunfo al jefe de la
UCRI.
El golpe del '66 derrocó a Arturo Illia, y la Revolución Argentina
llevó a la presidencia a los generales Onganía, Levingston y Lanusse.
Convocadas las elecciones de marzo del '73, impedido Perón de participar
por la cláusula de residencia, y siendo su candidato sustituto Héctor
J. Cámpora, que además fue su último representante personal, el
peronismo vuelve a vencer. La renuncia de Cámpora habilita la
candidatura de Perón, su muerte ocurrida el 1 de julio de 1974, cierra
un ciclo histórico. El hombre que lo enfrentara en las elecciones de
septiembre, Ricardo Balbín, había vencido previamente en las internas de
la UCR a Raúl Alfonsín, y será el dirigente de Chascomús el último que
accede a la Casa Rosada sólo por ser jefe de partido.
Lo cierto es que los dos candidatos presidenciales del '89, Eduardo
Angeloz y Carlos Menem, son previamente gobernadores de provincia. Es
decir, funcionarios con experiencia administrativa y territorial. Ya no
se trata de autores de una estrategia previa, sino de hombres generados
desde la maquinaria del Estado para gestionar recursos presupuestarios.
No estamos en presencia de tribunos de la plebe, sino de funcionarios
cuya lógica política se materializa a partir de contar con recursos
públicos.
La Rioja, provincia administrada por Menem, no es exactamente una
región pujante. Muchas intendencias del Conurbano, tanto desde el punto
de vista de sus recursos como del número de sus habitantes, tienen más
peso específico que esa oscura gobernación cordillerana. Tan fue así,
que necesitado de un socio que traccionara electoralmente la provincia
de Buenos Aires, cierra un acuerdo con Eduardo Duhalde, intendente de
Lomas de Zamora. Era la primera vez que un funcionario de tercer orden
trepaba directamente hasta la vicepresidencia. En rigor de verdad, más
que una curiosidad terminó siendo una suerte de nueva tendencia
histórica.
El hombre que enfrenta a Duhalde en las elecciones del '99 es el
jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Fernando de la Rúa era el
intendente importante. La capital no solo es la ciudad más rica del
país, además era y es una vidriera política de primer orden. Cuando se
calcula el PBI por porteño y se lo compara con los valores que arroja
Formosa, termina siendo como comparar los ingresos promedio de un
austríaco contra los de un africano. Estamos hablando de unos pocos
cientos de dólares al año, contra dos decenas de miles. En un caso, el
agua corriente es un objetivo; en el otro, se intenta construir un
country para tres millones de consumidores.
El estallido de 2001 permitió que un gobernador sureño, que había
ocupado una intendencia decisiva en su provincia, accediera a la primera
magistratura. Antes de vencer en 2003, su grado de visibilidad pública,
comparado con el de su esposa, era pobre. Y su instalación fue el
resultado de una maquinaria electoral territorial muy aceitada: los
intendentes de la provincia de Buenos Aires, el duhaldismo.
Como la política tiene grandes dificultades para tolerar el doble
comando, el acuerdo entre Néstor Kirchner y el padrino, como lo
denominara inmisericorde Cristina Fernández, terminó en pelea abierta.
Las elecciones de 2005 verificaron un importante desplazamiento, los
barones del duhaldismo, los intendentes del Conurbano, migraron hacia el
Frente para la Victoria. El Partido Justicialista, que desde hacía
décadas era una cáscara vacía, no se presentó a elecciones. Los partidos
se encendían pocos días antes de la campaña electoral, y se apagaban
con el resultado. El poder de los intendentes es casi una contrapartida
obligada de ese brutal empobrecimiento. La baja calidad de los proyectos
en danza, explica tanta preponderancia administrativa.
Desde que el debate sobre la cosa pública no supone definiciones
estratégicas, ni programas para llevar adelante, sino marketing y
gestión, lo más parecido a un intendente termina siendo otro intendente,
y todos tratan de satisfacer a los vecinos; los viejos socialistas
denominaban jocosamente "política municipal" a la gestión, para
diferenciarla de la política en serio.
Basta echar una mirada sobre la política nacional para verificar
que se trata del reino de los intendentes. El presidente de la UCR es un
intendente, el jefe y fundador del PRO también los es; la UCR no es
mucho más que una liga de intendentes en busca de candidato
presidencial; el socialismo santafesino se articuló desde la intendencia
de Rosario; la división del oficialismo en la provincia de Buenos Aires
expresa corrimientos de intendentes; intendente es el jefe del Frente
Renovador, intendente el primer candidato del Frente para la Victoria;
la agenda en curso remite a la sancta sanctórum de los intendentes: la
gestión. Y obviamente no conozco a mucha gente que pueda apasionarse
leyendo un digesto municipal, y muchísimo menos creer que la renovación
de la política –más allá de lo que se entienda por tal cosa– puede
surgir de discutir el asfaltado de las calles de tierra.
Una última curiosidad: dado al enorme lugar que los intendentes
cabría esperar que ese aspecto de la cuestión estuviera razonablemente
cubierto. De ningún modo, basta seguir la secuela de las inundaciones en
cualquier zona inundable para comprobar que ni garantías municipales
existen. La infraestructura cloacal –para mencionar una muy básica– no
es adecuada, y el crecimiento de las construcciones céntricas de la
capital, que no es precisamente un área carenciada, tampoco aumentó la
capacidad de drenaje en paralelo al incremento de la densidad
habitacional. La infraestructura colapsa porque hace décadas que no se
amplía. El sistema de subterráneos de Buenos Aires permite comprobar que
la línea H, en construcción desde hace dos largas décadas, es la última
novedad significativa de una ciudad que todos los días tiene que
transportar 5 millones de personas desde el Gran Buenos Aires.
La conclusión mata: esta política diminuta, municipal, toda de
gestión, sirve para que los baches de las avenidas figuren en el mapa de
la memoria de los no quieren llevárselos por delante. Para más que eso,
hace falta política.
Fuente : Tiempo Artgentino
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