The people united will never be defeated - ¡Proletarios del mundo, uníos!

lunes, 30 de septiembre de 2013

El Estado y la religión: conciencia invertida, de un mundo invertido.

El debate sobre la relación entre Estado e Iglesia, lleva cientos de años de disputas, controversias ideológicas, avances y retrocesos. Los grandes procesos de secularización han cambiado muchos aspectos de la perspectiva religiosa, pero su influencia persiste en muchos otros ámbitos de la sociedad y autoridades estatales. Como primera medida, hay que apartarse de las ingenuidades y pensar a la Iglesia como una institución política, generadora de ideología. No se debe cuestionar a la fe, sino las construcciones de poder que se hace a través de ella.

Desde una mirada gramsciana se puede analizar a la cuestión religiosa desde dos perspectivas. En primer lugar, como una creencia divina transcendental que implica una enajenación del ser humano. Marx llamó “falsa conciencia” al pensamiento de los hombres que no es consecuencia de sus condiciones materiales de existencia, que no permita visualizar la verdadera existencia. Y en segundo lugar, como un culto de fe empleado por una institución generadora de poder que se entromete tanto en el ámbito social como en el político. Gramsci creía en una lucha contra hegemónica y se oponía a toda creencia tradicional que obstaculice un cambio social, siendo una de ellas el ámbito religioso y su poder sobre el Estado. Aspiraba a crear una nueva cultura en donde la trascendencia no halle lugar alguno.


La religión invierte a la realidad y a sus relaciones concretas a través de su divinidad, esto hace que los individuos no puedan generar una conciencia crítica de su realidad, de su existencia. Marx denominó a la religión como “el opio de los pueblos” ya que lo veía como un factor que adormecía a la sociedad y entorpecía el cambio revolucionario. Los individuos crean a la religión, a su moralidad, a su justificación, que es generadora de una determinada conciencia. Entonces es aquí donde cabe preguntarse: ¿qué tipo de relación deben conservar el Estado y la religión? ¿Acaso no corremos el riesgo de que la religión adormezca los debates actuales que se llevan a cabo al interior de nuestra sociedad?

No en mi nombre

Al igual que en el Estado Capitalista, donde la clase dominante solo logra la hegemonía si consigue que su ideología se transforme en cultura general, en un orden natural que no debe cuestionarse, la Iglesia Católica logra el poderío que se le conoce actualmente cuando, por ejemplo, como sucede en nuestro país, el bautismo se hace costumbre ¿Por qué remarcar esto en particular? Porque la Iglesia argumenta que el 90 por ciento de los/as argentinos/as es católico, y para fundamentar esta afirmación se basa en la cantidad de personas bautizadas en nuestro país, es decir, que si estas bautizado/a, formas parte de ese 90 por ciento en el cual la Iglesia se apoya para imponer, por ejemplo, sus puntos de vista en la legislatura y conseguir privilegios que van, desde subsidios de alto monto hasta la restricción de ciertos derechos en contra de su Catecismo. Por lo tanto, formamos el pilar sobre el cual la institución sustenta sus altos niveles de representatividad, implicando el acceso a altos niveles de decisión y el mayor poder de negociación.

Roza lo absurdo que de los datos recolectados por una encuesta realizada por el CONICET, surja que ese 90 por ciento de sustento que la Iglesia dice poseer, no se ve reflejado ni mucho menos. En temas como la utilización y distribución estatal de anticonceptivos, educación sexual en escuelas públicas, aborto, matrimonio igualitario, etc., hubo una enorme mayoría que se expresó en contra de lo que la Iglesia predica en su Catecismo, incluso cuando los castigos impuestos son tan graves como la excomunión.

Según la encuesta citada, para el caso de la educación sexual como materia obligatoria (ley aprobada pero sin implementación en la mayoría de las provincias), y la distribución de anticonceptivos por parte del Estado, 7 de cada 10 fieles están en discordancia con la Iglesia, la cual obviamente resiste este tipo de prácticas. Incluso, en un tema más controvertido, como es el caso del aborto, el 64 por ciento de los encuestados opinó que lo permitía bajo ciertas circunstancias, y el 14 por ciento dijo que el aborto era un derecho de la mujer, es decir que, con o sin restricciones, el 78 por ciento de los encuestados se expresó a favor del aborto, con todo lo que ello implica para la Iglesia Católica.

Situaciones similares se dan en relación a diferentes temas, entre ellos el matrimonio igualitario, la eutanasia, el sexo prematrimonial, el divorcio vincular y las diferentes expresiones culturales, donde la gente se expresa de manera contraria a lo que impone la ideología católica.

Esa alta representatividad que la Iglesia dice tener atribuida por el 90 por ciento de los bautizados considerados como católicos (practicantes o no), en la calle pierde muchísima fuerza, y la representatividad pasa a ser realmente baja. ¿Qué se puede hacer al respecto? Si estás bautizado, hacer lo que se denomina apostatar, es decir, darse de baja de la Iglesia, y que ésta deje de hablar en tu nombre.[1]

La iglesia no es una ONG

La Iglesia Católica no es una institución que aparece ajena al desarrollo del Estado, y muy lejos está de serlo, más aún cuando el propio Estado desde su carta magna, suscribe privilegios en favor de un culto en particular. La realidad indica que junto con las disposiciones legales que obligan al Estado a contribuir al sostenimiento de la Iglesia y a la inembargabilidad de los bienes eclesiásticos dispuesta por el Código Civil, la Iglesia, como persona jurídica pública[2], es beneficiaria de un sinnúmero de subsidios, incluidos entre ellos el pago de sueldos a los obispos y arzobispos (dispuestos por un decreto-ley, en principio inconstitucional, firmado por Videla pueden llegar a cobrar cerca de 20 mil pesos mensuales), subsidios para la construcción de inmuebles, donaciones, símbolos religiosos en lugares públicos, jubilaciones, becas estatales a seminaristas y subsidios millonarios a la educación privada católica.

En primer lugar, debemos destacar que la estrecha relación que el Estado mantiene con la Iglesia se desprende principalmente de la Constitución Nacional, que en su artículo 2 estipula que: “El gobierno Federal sostiene el culto católico apostólico romano”. Ahora bien, la doctrina constitucional hace tiempo acuerda que el término “sostiene” implica “sostenimiento económico” y nunca concesión de un status preferencial, ni oficial, al culto católico ni a ninguna otra religión o creencia. Es decir, que las obligaciones del Estado son únicamente de carácter pecuniario y por lo tanto no se concibe a la religión católica como el “culto oficial”.

Aun así, ¿por qué aceptamos que el Estado sostenga económicamente a la Iglesia Católica, cuando en virtud de lo expuesto y junto con la disposición del artículo 14 de la Constitución en la que se establece “libertad de cultos” no se proclama ninguna religión oficial? La respuesta es sencilla: libertad no es lo mismo que igualdad. Y más allá de que el Estado tenga la obligación de abogar por la igualdad y diversidad religiosa, en virtud de los distintos tratados internacionales de Derechos Humanos refrendados, hoy vemos que está lejos de cumplir con esta prerrogativa siendo reflejo el escaso apoyo estatal que reciben cultos apartados del catolicismo.

Esta diversidad religiosa que existe en la actualidad en nuestro país nos trae aparejados una serie de cuestionamientos que son imposibles de ignorar: ¿Es correcto el financiamiento por parte del Estado de innumerables colegios católicos? O más allá, ¿es concebible una educación religiosa en colegios públicos? Tal situación ocurre en Salta, en donde la Legislatura provincial sancionó en 2008, bajo el gobierno de Juan Manuel Urtubey, la Ley Provincial de Educación nº 7546 cuya letra plantea como uno de los objetivos del sistema educativo de Salta “brindar enseñanza religiosa, la cual integra los planes de estudio y se imparte dentro de los horarios de clase”, y permite entre otras cosas: rezar diariamente antes del ingreso a las aulas, bendecir la comida, alabar a la Virgen María, destacar las “enseñanzas de Jesús”, leer versículos bíblicos o reflexionar sobre ellos o celebrar las festividades religiosas, escenas habituales en múltiples colegios públicos de la provincia, según se probó en la causa que se está tramitando y es públicamente conocido.
A raíz de esto, el 11 de julio pasado, la Corte Provincial de Salta ratificó la educación católica obligatoria en las escuelas públicas, en respuesta a un recurso de amparo presentado por un grupo de padres y madres y la Asociación por los Derechos Civiles (ADC) que demandaban contenidos laicos e igualdad. La ADC recurrirá el fallo ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Esta práctica de enseñanza religiosa en colegios estatales seguirá manteniéndose en la Provincia de Salta (y porqué no en otra), hasta tanto dejen de existir intereses comunes entre los representantes del Estado (incluido el Poder Judicial) y quienes mandan en lo más alto de la cúspide católica.

¿Quién soy yo para juzgarlo?

Jorge Mario Bergoglio inició su carrera en la Iglesia a los 21 años tras recibirse como técnico químico. Fue la máxima autoridad argentina de los jesuitas a los 37 años y ocupó el cargo de arzobispo de Buenos Aires el 28 de febrero de 1998 hasta su designación al frente del Vaticano. Fue el redactor de los principios de la Universidad del Salvador (USAL), dónde manifestó allá por 1974 que una de las tantas misiones de esta institución era “luchar contra el ateísmo”, fijando al ateo como individuo a combatir. En 2009, Fernando Lozada, miembro de la Coalición Argentina por un Estado Laico (CAEL) y presidente del Congreso Nacional de Ateísmo, denunció a la USAL por discriminación obteniendo un dictamen favorable del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI).

“Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo? El Catecismo de la Iglesia católica lo explica de forma muy linda esto”, declaró Jorge Bergoglio en una improvisada y austera conferencia de prensa en Brasil hace algunos meses. Siguiendo su recomendación, nos remitimos al Catecismo de la Iglesia Católica que estipula de una forma muy “linda” que los homosexuales “deben ser respetados en su dignidad y animada a seguir el plan de Dios con un esfuerzo especial en el ejercicio de la castidad” y aclara, para evitar ambigüedades, que ello no significa “la legitimación de comportamientos contrarios a la ley moral ni mucho menos, el reconocimiento de un derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo, con la consiguiente equiparación de estas uniones con la familia” ¿Aires nuevos en lo más alto de la Iglesia Católica? Para nada. Bergoglio fue un fiel opositor al matrimonio igualitario llamando a la “guerra santa” y describiendo a la iniciativa como “una pretensión destructiva al Plan de Dios”. A su pesar, el 15 de julio se cumplieron 3 años desde la sanción del matrimonio igualitario y más de 7000 casamientos se celebraron en nuestro país.

Y aún hay más: Von Wernich sigue perteneciendo a las filas de la Iglesia Católica y dando misa en la cárcel sin haber recibido ningún tipo de sanción por parte del clero, luego de haber sido condenado por más de 70 delitos en la última dictadura militar; el sacerdote Julio Grassi declaró en diversos medios, luego de haber sido declarado culpable de dos hechos de abuso sexual y corrupción agravada de menores y sentenciado a 15 años de prisión, que el cardenal Bergoglio “está a su lado siempre” y que “no le había soltado la mano”.
Al estar dispersa la información sobre la complicidad o inocencia de Bergoglio en la última dictadura, Dante en la Divina Comedia, nos ayuda a tomar una posición: “El círculo más horrendo del infierno está reservado para quienes en tiempos de crisis moral optan por la neutralidad”.

No debemos confundir el disfraz de la falsa tolerancia e intransigencia a la diversidad ideológica con la discriminación afirmada en dogmas arcaicos que avale funestos comportamientos. En 2004, el artista León Ferrari exhibió sus obras en el Centro Cultural Recoleta en las cuales mostraba en retrospectiva los aspectos más oscuros del cristianismo (la homosexualidad, la vinculación de las víctimas del Sida con la campaña contra los anticonceptivos, las guerras contra Vietnam e Irak, la Conquista de América, etc.) y Bergoglio, como arzobispo, calificó a la obra de Ferrari como “una blasfemia”. Algunos fundamentalistas destruyeron obras de la exposición. Otros fanáticos obtuvieron la clausura judicial de la retrospectiva. Previa batalla judicial, León Ferrari tomó la decisión de levantarla, a principios de 2005, por “las sucesivas amenazas [de bombas] recibidas durante las últimas semanas, que obligaron a desalojar varias veces las salas de exhibición”. Recientemente fallecido, León pudo manifestar que su intención no era “molestar a los creyentes que no creen en las tierras de los diablos” si no que sus “obras están destinadas a la Iglesia y a quienes la acompañan en la amenaza del castigo a los supuestos ‘pecadores’."

Finalmente, no es nuestra intención generar algún tipo de juicio de valor respecto a las prácticas de los fieles católicos, sino que es realmente necesario poder analizar éste proceso de cambio frente a la cada vez más creciente falta de legitimidad de sus discursos ante los cambios de las sociedades mundiales. Debemos pensar a la Iglesia Católica como una institución política que habla por sus bautizados, que genera posiciones ideológicas, que forma opinión pública y que mantiene una relación muy estrecha con el Estado y en los debates parlamentarios. Si ellos destruyeron el congreso pedagogico al que habia convocado Alfonsin , en ese aspecto fueron mucho peor que los milicos en el primer gobierno democratoco en 1983

El Estado debe gobernar sin ataduras morales que coarten su legislación, debe garantizar la libertad de creencia o culto y no debe establecer relación de preferencia con ningún tipo de religión. Debe velar por una sociedad igualitaria, más justa, plural y democrática promoviendo debates políticos y culturales que enriquezcan su promoción de políticas públicas lejos de todo tipo de sujeciones. El Estado no debe permitir que la divinidad religiosa obtenga un lugar privilegiado en el parlamento. El Estado no debe vincularse con la Iglesia Católica.

TEXTO: Juliana Arias - Ignacio Tunes - Aramis Lascano - Martín Drago
ILUSTRACIÓN: Martín Zinclair y Giya Zabalza


Fuente: http://otroviento.blogspot.com.ar/2013/09/el-estado-y-la-religion.html

No hay comentarios:

Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

Politica Obrera