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lunes, 9 de septiembre de 2013

Las maliciosas devaluaciones de la política

Marketing y Gestión

Por:  Alejandro Horowicz

Gracián dice: "La vida es milicia contra la malicia." Quizá no sea una idea estúpida. A uno lo indigna lo de milicia y malicia: ya no oye ni piensa más. Pero tal vez él no pudo escribir de otro modo. Si hubiera escrito: "La vida es guerra contra la malicia", alguien hubiera descubierto que eso podría escribirse mejor, sustituyendo guerra por malicia."
Adolfo Bioy Casares

Hace unos cuantos años, cuando el centro izquierda europeo todavía conservaba alguna clase de ilusiones, Norberto Bobbio hacía referencia a las promesas incumplidas de la democracia. Es decir, la distancia entre libertad, igualdad y fraternidad enunciada por la Revolución Francesa, y la sociedad real construida a su vera pareciera un tanto excesiva. Podemos discutir estas abstractas nociones, pero no se me ocurre ninguna versión imaginable que sostenga que formamos parte de una sociedad fraterna; sobre todo, si pensamos en los crecientes niveles de exclusión social potenciados tras la caída del Muro de Berlín, en 1989. La derrota de la URSS y del "socialismo real" no sólo no se vio acompañada de mayores niveles de equidad social, ni en Europa ni en parte alguna, sino que el agravamiento de todos los males con registro estadístico terminó en crisis global del capitalismo. Y si en algún momento estas banderas revolucionarias perdieron contacto con la vida diaria, en todas partes, durante una crisis como la actual nadie las toma en cuenta. Y sin embargo, si algo permite entenderla es precisamente el brutal ensanchamiento de todas las distancias previas. Ese ensanchamiento registra precisamente la etiología de la crisis.

Entre tantas promesas sin verificación, y conste que Bobbio escribía en "tiempos normales", la democracia como método, apenas existía dentro de los parlamentos europeos. Y fuera de ellos, sostenía el pensador italiano, directamente no existía. El poder concentrado termina sustituyendo el poder político de las mayorías, les hace saber de su inefable impotencia; por tanto el derecho a gobernar se termina reduciendo al gobierno fáctico de los bancos. Ya no se trataba de verificar en qué puntos una determinada fuerza política se había apartado de su "programa", sino de asumir el peor sentido de la fórmula "realismo: posibilismo realmente existente"; por tanto, los programas no pasan de discursos domingueros, adornos para efemérides, cazabobos que ya no engañan a nadie.

Como la política como actividad no se rige por programas, una declaración en defensa de un determinado principio (por ejemplo, estar a favor o en contra de gravar la renta financiera) a la hora de decidir en el parlamento no obliga a nada, lo sabe todo el mundo, lo comprobamos en la última votación sobre el aumento del piso para el pago del Impuesto a las Ganancias; y lo que es muchísimo peor, este conocimiento no actúa como incremento crítico, ya que no sólo no se castiga electoralmente el incumplimiento, sino que mayoritariamente se lo festeja.

Una mayoría amorfa se regocijó por vivir a 660 dólares convertibles de Miami, de ser un arrabal del primer mundo, de ejercer el deme dos. Recordemos a Carlos Saúl Menem: ¡Síganme, no los voy a defraudar¡ y recordemos cómo la defraudación le otorgó reforma constitucional y segundo mandato, con apoyo de la UCR de Raúl Alfonsín. 

Entonces, en un orden explícitamente no democrático, los programas políticos no operan. La voluntad de la mayoría, más allá de cómo se contabilice, carece de importancia. Y lo que aprende esa sociedad es que defender puntos de vista no sirve, que se trata de ser prácticos, y que todo se reduce a defender "lo propio" y nada más. Como lo propio tiende a variar tanto como las circunstancias, el programa termina siendo un estorbo, entonces primero se dejan de leer y más luego se dejan de escribir, total ya casi nadie los lee. En ese punto estamos, y por eso la abrumadora mayoría de los votantes de las PASO no leen "propuestas" y todo indica que en el futuro inmediato tampoco lo volverán a hacer.


LA "DEMOCRACIA" DE LOS INTENDENTES. 

Desde que el debate sobre la cosa pública no supone definiciones estratégicas, ni programas para llevar adelante, sino marketing y gestión, lo más parecido a un intendente termina siendo otro intendente, y todos tratan de satisfacer a los vecinos; los viejos socialistas denominaban jocosamente "política municipal" a la gestión, para diferenciarla de la política en serio y por cierto no se equivocaban.

Afirmamos en una columna anterior: "Basta echar una mirada sobre la política nacional para verificar que se trata del reino de los intendentes. El presidente de la UCR es un intendente, el jefe y fundador del PRO también lo es; la UCR no es mucho más que una liga de intendentes en busca de candidato presidencial; el socialismo santafecino se articuló desde la intendencia de Rosario; la división del oficialismo en la provincia de Buenos Aires expresa corrimientos de intendentes; intendente es el jefe del Frente Renovador, intendente el primer candidato del Frente para la Victoria; la agenda en curso remite a la sancta sanctórum de los intendentes: la gestión. Y obviamente no conozco a mucha gente que pueda apasionarse leyendo un digesto municipal, y muchísimo menos creer que la renovación de la política –más allá de lo que se entienda por tal cosa– puede surgir de discutir el asfaltado de las calles de tierra".

¿UN CHASCARRILLO EFICAZ? 

 La designación de Alejandro Granados como cabeza del ministerio de Seguridad bonaerense muestra cómo la "ideología de la seguridad" y el problema de la seguridad apenas si se tocan. Un hombre que hizo de la exhibición de vivir armado una receta para librar la "guerra a muerte" contra la delincuencia, no pareciera el más indicado para una lectura más matizada. Y menos cuando es preciso volver a avanzar con políticas de inclusión activas, en lugar de agitar el gastado e ineficaz garrote de la represión policial directa.

Pero como se trata de los motivos por los que Sergio Massa alcanzó tan buena performance en las PASO, y no de la solución de ningún problema de fondo, y es evidente que el intendente de Tigre no hace nada demasiado distinto que los demás, sobreactuar en idéntica dirección pareciera la regla indicada. Después de todo, ¿asegurarse un corrimiento de votantes dudosos no es parte de una adecuada estrategia electoral? En la lógica de los intendentes este punto queda fuera del debate posible. Hacer otra cosa, dicen, es ingenuidad o sabotaje.

El jueves pasado sostuve en el programa televisivo 678 que el problema central de la política pasa por la pobreza estratégica del oficialismo y por cierto de toda la oposición. Que reducir la política a resolver los asuntos urgentes, sólo sirve durante un ratito breve. Y después la política o pasa por una cierto nivel de previsión, gobernar es prever, o se reduce al más absoluto impresionismo despolitizado. La politización no es, no puede ser, otra cosa que el convencimiento colectivo sobre la eficacia de la política para resolver los problemas de la sociedad. Ese convencimiento obedece en parte a una cierta lógica objetiva, y en parte a los valores desde la que se interpreta. La lógica objetiva está vinculada a la intervención del gobierno en el conflicto social, quienes son en definitiva los beneficiarios de su gestión, y la subjetiva a los mensajes que el poder emite desde su práctica concreta. Recordé entonces que Carlos Saúl Menem con sentencia en firme no había sido despojado de su inmunidad parlamentaria, y que pese a ser el jefe del gobierno más cipayo de la historia nacional, nadie ni oficialista ni opositor había puesto en duda sus cualidades morales para ejercer el cargo de senador nacional; subrayé que no se trata de una señal pequeña para todos, y así como es justo que los funcionarios responsables de la tragedia de Once paguen, el responsable político del sistema de comportamiento más abyecto no puede seguir pavoneándose impune por el Congreso de la Nación. 

Fuente: Tiempo Argentino

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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