Por Francisco J. Cantamutto.
Dos
organismos internacionales han reconocido que el modelo de crecimiento
por exportaciones enfrenta severas limitaciones. La distribución del
ingreso, un viejo y actual problema en la Argentina.
Nuestro país comparte con el resto de América Latina una historia
común. No sólo en lo referido a la conquista europea y los procesos de
independencia, sino en la trayectoria económica de largo plazo. Esta
situación fue extensamente indagada a fines de los años sesenta, dando
lugar al mundialmente famoso enfoque de la dependencia.
La idea central de este enfoque, en lo relativo a la economía, es que
los países dependientes están plenamente integrados a la economía
mundial, en una posición subordinada. Esta posición hace, entre otras
cosas, que se especialicen en producciones de bajo valor agregado,
posean una estructura productiva tempranamente concentrada, muy
heterogénea y altamente extranjerizada, remitan flujos permanentes de
capital hacia el centro -en las formas de pagos de utilidades, regalías,
dividendos, intereses, etc.-.
Un dato central de esta especialización de temprana
internacionalización es que los rezagos en la capacidad competitiva son
suplidos mediante la reducción de los pagos a la fuerza de trabajo
local, lo que el economista y sociólogo brasileño Ruy Mauro Marini llamó
"superexplotación". El abaratamiento de las ventas externas por la vía
de pagos miserables a los trabajadores es el origen de la imposibilidad
de formar un mercado interno. Toda vez que los y las trabajadoras no
pueden abastecerse de los bienes mínimos para su supervivencia, muy
difícilmente se vuelvan una fuente de demanda para otros bienes no
básicos.
Otro tanto semejante se puede agregar respecto de la valorización de
los recursos naturales, que en la región son explotados sin miras de
sostenibilidad a efectos de exportar en el presente. Éste era el doble
fundamento de lo que en Argentina se conoció como modelo agroexportador:
aprovechar recursos abundantes y pagar mal a la fuerza de trabajo.
Esta especialización se vio modificada durante el período de las
guerras mundiales, donde las economías más grandes de la región
comenzaron un incipiente proceso de industrialización sustitutiva de
importaciones.
Con el final de la Segunda Guerra Mundial (1945), algunos de estos
países buscaron continuar esta senda, privilegiando el rol del Estado y
apoyándose en las inversiones extranjeras. Este camino, sin embargo, fue
modificado entre mediados de los setenta y principios de los ochenta,
con un cambio en la estrategia de crecimiento. En los países del Cono
Sur (Chile y Argentina fueron pioneros a nivel mundial), este cambio se
produjo de la mano de feroces dictaduras, que encontraron en las ideas
neoliberales su punto de apoyo.
La inserción externa de las economías latinoamericanas, cada una con
sus temporalidades e intensidades, volvió a grandes rasgos a su
situación inicial: la apertura comercial y la liberalización financiera
las expuso a la competencia externa, favoreciendo una especialización
particular.
Las economías, nuevamente, con tiempos e intensidades diferentes,
tendieron a favorecer las producciones en las que contaran con ventajas.
Siempre en términos generales, esto implicó la explotación de los
recursos naturales disponibles -ahora procesados de modo primario como
insumos industriales de uso difundido- y de la fuerza de trabajo mal
pagada. México, Centroamérica y el Caribe, además, centraron casi todas
sus ventas en el mercado estadounidense.
La dependencia volvió a reforzarse sobre las ventas a los países
centrales de productos de bajo valor agregado (soja, minerales, etc.),
tanto como con los pagos de intereses y utilidades. El dinamismo del
sector externo quedó atrapado en las necesidades e intereses de los
países centrales.
En su último informe mundial, la Organización Internacional del
Trabajo (OIT) señala que esa especialización, bastante generalizada, no
permitió dinamizar ni el consumo ni la inversión interna. Es decir,
impulsar las exportaciones no reportaba un impulso a la demanda interna,
dañando la capacidad de favorecer el crecimiento. De hecho, puede
constatarse para toda nuestra región que el crecimiento de las
exportaciones fue mucho más dinámico que la expansión de la producción.
La misma OIT señala además que esta búsqueda de expansión de las
exportaciones muchas veces recayó sobre el abaratamiento de la fuerza de
trabajo, lo que ocasionó un marcado deterioro de la distribución del
ingreso. Así, parece que los organismos internacionales comienzan a
reconocer, con décadas de demora, el fenómeno que el enfoque
dependentista ya había señalado.
Más llamativo, sin embargo, resulta que otra organización
internacional haya señalado las limitaciones de esta estrategia. El
último informe sobre comercio y crecimiento de la Conferencia de las
Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) advirtió de modo
enfático que los países "en vías de desarrollo" debían rectificar su
estrategia de crecimiento: dado que la crisis mundial no parece
terminarse, estos países no pueden depender de la demanda de los países
centrales para exportar. Más bien, dice el organismo, deberán comenzar a
elaborar estrategias de fomento de la demanda interna si quieren seguir
creciendo en los años por venir.
Este reconocimiento no se puede dejar pasar tan rápidamente. Aunque
aún restan pronunciamientos del Banco Mundial y el Fondo Monetario,
podemos percibir en al menos dos grandes organismos internacionales el
reconocimiento de que el modelo impulsado en las últimas décadas falló.
Y, por si esto fuera poco, reconocen que la salida viable es modificar
la distribución del ingreso.
Fuente : Marcha
martes, 24 de septiembre de 2013
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