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lunes, 7 de octubre de 2013

Sea realista, pida lo imposible

Editorial 75  Escrito por Juan Ignacio Basso.

En el lenguaje cotidiano la palabra utopía es usualmente utilizada para descalificar a nuestros adversarios, no por lo bueno o malo de sus ideas, sino por las escasas posibilidades de que adquieran facticidad. Así, no descartamos argumentos por erróneos sino por irrealizables. Por el contrario, el poder, si bien se define apresuradamente por su capacidad de incidir en la realidad y materializar las intenciones de quien lo ejerza, raramente es considerado con carácter positivo. En este caso, lo realizable es lo erróneo. En esta lógica encontramos, por un lado, que quienes tienen buenas ideas se ven desprovistos de los medios necesarios para realizarlas y, por el otro lado, que quienes tienen en sus manos los medios, desatinan en los fines. Curiosa situación, mientras unos pecan por no dar con la realidad, los otros lo hacen por habitarla.

Pero esto no es todo lo que puede decirse al respecto. Desde Andén proponemos pensar si utopía y poder son términos que necesariamente se excluyen, reservándose cada cual un ámbito de injerencia con absoluta independencia, o si, en cambio, podemos encontrar algún provecho al pensarlos en relación. De este modo, en las páginas que siguen se propone al lector un recorrido que no se agota en la inmediata y simple negativa, sino que recorre creativamente las posibles configuraciones del poder en el ámbito de lo utópico y de lo utópico en la configuración del poder. Este tratamiento arroja preguntas que molestan los espacios comunes en los que se pierde la cotidianidad: ¿de qué modo se potencian o se condicionan una utopía y los medios para realizarla?; ¿hay experiencias donde utopía se haya concretado?; de ser así, ¿cómo se ha conseguido el poder?; ¿Las expresiones políticas utópicas necesitan resignarse para alcanzar el poder?; ¿Una vez alcanzado el poder, se dejan de lado las utopías?

Izquierda y utopía son dos términos que en los tiempos y geografías que habitamos ya no parece que puedan darse por separado. Tanto es así que eludir una reflexión sobre la utopía y el poder sin trabajar con la experiencia política de la izquierda constituiría una falencia en nuestro trabajo con el pensamiento. Recurrir a experiencias históricas como la revolución francesa (devenida en Napoléon) o la revolución soviética (devenida en Stalin), da que pensar que cualquier práctica revolucionaria encontrará expresión en la réplica de estas truncas experiencias. Sin embargo, que las revoluciones fracasen no es impedimento para que se sigan planteando horizontes revolucionarios, porque no es posible imaginar un conjunto de humanos sumidos en la opresión y la exclusión que no posean ansias de acabar con ellas en una gesta liberadora.

La importancia de la utopía, entonces, no debemos buscarla en la historia. No porque no haya revoluciones en la historia que valga la pena destacar –como es el caso, por citar un ejemplo, de la revolución haitiana– sino porque la plenitud del significado de la utopía se encuentra, en realidad, cercana a nuestro horizonte de percepción. En su Abecedario Gilles Deleuze dice que no ser de izquierda es partir de sí mismo y, luego, ubicar la ciudad, el país, los países, y así cada vez más lejos; en cambio, ser de izquierda es lo contrario, es percibir –como lo hacen los japoneses– primero el horizonte, luego los países, luego el país, luego la ciudad y, por último, a sí mismo. Si pensamos la primera impresión desde quien ejerce el poder, encontraremos a quien padece sus consecuencias al final del horizonte, desligando así toda responsabilidad, procurando solamente mantener esta situación. En este caso la injusticia será absoluta. Por el contrario, Deleuze afirma:

“ser de izquierda es pensar que los problemas del Tercer mundo están más cercanos que los problemas de nuestro barrio”.

Como se puede apreciar, la diferencia es tan solo una cuestión de percepción. En este sentido la palabra utopía es revalorizada, porque al dejar de lado la simple asociación a la irrealidad de los sueños, reconfigura el poder a través de la creación de nuevos patrones de sensibilidad. Es decir, la utopía dejará de ser considerada como un acto de seducción de una sociedad ideal que nos venden impostores deseosos de poder, y el poder dejará de asociarse con el ejercicio de la fuerza en función del propio beneficio, en la medida en que nuestra sensibilidad configure como necesidad primera la problemática más lejana. Porque allí el poder se ve fundido en la relación, en la impostergable llamada de ese otro que reclama, de ese otro que padece, y que colma de contenido el vacío formal de un pensamiento utópico inerte. Esta práctica no es más que pensar la relación del poder con la utopía, ya no como conceptos aislados, sino como una relación indivisible■


Fuente : Andén 

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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