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viernes, 24 de enero de 2014

Lenin, sobre dependencia y liberación nacional - 2° Parte

Por Rolando Astarita [Blog]

Esta es la segunda parte de la nota “Lenin, sobre dependencia y liberación nacional”.
La noción de semicolonia en Milcíades Peña

A pesar de su importancia, desde fines de los años 1920 la distinción entre países dependientes y coloniales y semicoloniales, tendió a perderse en la izquierda; y con ella, las consecuencias que derivaba Lenin con respecto a la liberación nacional. Ya en las décadas de los 60 y 70, se consideraba natural caracterizar a países como Argentina, México o India de “semicolonias”, y la cuestión se mantiene así hasta el presente. Milcíades Peña fue representativo de esta postura. Aunque fue crítico de Abelardo Ramos y de la “izquierda nacional”, acordaba sin embargo en que para Argentina, y el resto de América Latina (a excepción de Cuba), estaba planteada la tarea histórica de la liberación nacional. Criticó a Ramos porque éste sostenía que la clase obrera debía renunciar a mantener una posición independiente frente al nacionalismo burgués; pero no por plantear la liberación nacional como tarea central de la revolución latinoamericana.
En este respecto, el punto de partida de Peña fue su caracterización de Argentina, y naciones semejantes del Tercer Mundo, como países semicoloniales. El carácter semicolonial de Argentina se debía, en su visión, a que el país estaba subordinado al capital financiero internacional y a organismos políticos y militares a través de los cuales se ejercía la dominación de EEUU: “por el Tratado de Río de Janeiro, la Carta de la Organización de Estados Americanos y otros compromisos semejantes, (Argentina) ha delegado atributos esenciales de la soberanía, en particular el declarar la guerra, en un superestado continental, controlado por Estados Unidos” (p. 14). En consecuencia, la autodeterminación nacional pasaba por “eliminar la subordinación al capital financiero internacional” y a los organismos internacionales (p. 169). De manera que Peña planteaba la liberación económica entre los objetivos a conquistar con la liberación nacional. En ningún momento discute qué relación guarda esta tarea con la estructura capitalista de Argentina, y su inserción en el mercado mundial.

Sin embargo, Peña era consciente de que el desarrollo de la burguesía argentina tendía a vincularla inevitablemente al capitalismo mundial. Por ejemplo: “… para la industria argentina sólo es cuestión de vida o muerte oponerse a la importación de algunas mercancías metropolitanas, lo cual es muy distinto que oponerse al imperialismo. Y cuanto más se enriquece la burguesía, más se vincula al capital internacional y mayor es su necesidad de contar con el apoyo financiero y técnico de las metrópolis, si es que sus negocios han de prosperar” (p. 99). Pero ésta es precisamente la razón por la que Lenin sostenía que la eliminación de la dependencia (podemos precisar: dependencia tecnológica, científica, financiera) no podía inscribirse entre las tareas democráticas y nacionales de la burguesía. Para ilustrarlo con un caso actual, hoy puede verse que Italia, España y Grecia, a los cuales nadie califica de “semicolonias”, están “subordinados” a los dictados de los mercados financieros. Algo similar puede decirse de la relación que mantenían Argentina o Rusia con el capital financiero internacional, en los años en que Lenin los consideraba “dependientes”. Peña pasa por alto estas cuestiones. De igual modo, es llamativa la forma en que eleva al grado de dominación semicolonial la participación de Argentina en la OEA; recordemos que, después de todo, en 1982 Argentina entró en guerra con Gran Bretaña sin solicitar la venia de la institución.

Sin embargo, Peña también reconoce que la situación de Argentina era muy distinta de la que existía en China, en las primeras décadas del siglo XX. Escribía: “El peso específico de la opresión imperialista era en China incomparablemente mayor que en la Argentina… (…)… la burguesía china, por muchos aspectos más cercana al status de las burguesías coloniales que al de las burguesías semicoloniales, tenía con el imperialismo contradicciones de una intensidad tal que desembocaron en enfrentamiento militar, mientras que las contradicciones de la burguesía argentina con las metrópolis jamás consistieron en otra cosa que en discusiones en torno a la tarifa de avalúos y a los términos de los préstamos imperialistas” (p. 113). Pero precisamente debido a ese “peso específico incomparablemente mayor de la opresión imperialista” es que Lenin consideró que, a mediados de la segunda década del siglo XX, China era una semicolonia, y Argentina un país dependiente. Las diferencias categoriales sirven para poner de relieve estas cuestiones.

Observemos también que esa falta de distinción de Peña lo lleva a caracterizar a Rusia como un país semicolonial (p. 16). Si esto hubiera sido así, debería haberse inscripto la tarea de la liberación nacional en el programa revolucionario de 1917. Sin embargo, esta demanda brilló por su ausencia. Esto se debe a que el status de Rusia era cualitativamente diferente del que tenía China (Rusia mantenía una dominación de tipo semicolonial sobre Turquía, por ejemplo), aunque estaba bajo la influencia del capital financiero internacional. Este tipo de ambigüedades y problemas se mantienen en el “marxismo tercermundista” (o nacional) hasta el presente.

Más sobre el significado histórico de la independencia formal


La distinción que realizó Lenin entre colonias y semicolonias, y países dependientes tiene singular importancia para comprender no sólo las limitaciones que encierra la liberación nacional (o el derecho a la autodeterminación), sino también el avance que representó su conquista. Es que la constitución de los Estados soberanos ha sido clave para la formación de los mercados internos y las naciones, como ya apuntamos en la primera parte de esta nota, citando el libro de Oszlak. Esta cuestión también está implicada en la crítica de Mármora (1986) a la difundida idea de que mecánicamente el mercado nacional da lugar al surgimiento de la nación y el Estado nacional. Según Mármora, desde el punto de vista conceptual el proceso de formación nacional está indisolublemente conectado a la formación del Estado moderno (aunque aclara que desde una perspectiva histórico genética no siempre tiene que ser así; véase p. 168). Y el Estado, a su vez, fue vital para la formación del mercado nacional. Lo cual significa que existe una dialéctica compleja de factores económicos (relaciones capitalistas y mercantiles que se imponen a las precapitalistas, vinculación con el mercado mundial, etc.), políticos (lucha de clases, constitución del Estado, etc.) e ideológicos (anhelos y mitos colectivos, herencias étnicas y religiosas, cultura burguesa, etc.) que confluyen a la formación de la nación, de la conciencia nacional, y el Estado. La consecución de la independencia política formal fue entonces un factor de primer orden en esta evolución. Por eso decimos que la independencia política formal significa la realización de la tarea histórica burguesa en el terreno de las vinculaciones políticas internacionales. Lo que equivale a decir que no existen tareas “democrático burguesas” fundamentales pendientes, en lo referido a la relación inter Estados, cuando se trata de países dependientes.

La necesidad de distinguir y el capitalismo contemporáneo

Llegados a este punto, y ante posibles objeciones de las infaltables mentes rígidas, se impone un inciso aclaratorio: como sucede con toda clasificación, en la distinción entre semicolonias y países dependientes hay lugar para zonas “grises”, y muchos casos intermedios. Por ejemplo, en América Latina, Granada o Panamá tal vez estarían más cercanos al status de semicolonias, dadas las intervenciones militares directas de Estados Unidos que han sufrido en los últimos años. Sin embargo, la mayoría de los países latinoamericanos encaja con bastante claridad en la categoría de dependiente, no de semicolonia, según el criterio que defendemos. Argentina, Brasil, Chile, Perú, para nombrar sólo algunos países, tienen gobiernos y Estados autónomos, en manos de “sus” burguesías. Algo similar puede decirse de países africanos o asiáticos, como Egipto, Marruecos, Nigeria, India, Malasia, Indonesia o Corea del Sur, para citar también algunos casos relevantes. Al englobar bajo una misma categoría de dependiente a estas naciones, tampoco pretendemos pasar por alto la riqueza de los particulares y singulares (después de todo, y como dice Umberto Eco, “…tenemos pocos nombres y pocas definiciones para una infinitud de cosas individuales”). Pero sí destacar la diferencia específica que existe con la relación colonial o semicolonial.

Por ejemplo, en el caso de Argentina, se puede sostener que desde su organización nacional más o menos definitiva, en 1880, las políticas económicas y sociales no fueron impuestas por potencias extranjeras, ocupaciones militares o gobiernos instalados por ellas. A lo largo de la historia los gobiernos argentinos adoptaron muchas medidas que serían impensables dentro de una relación colonial, o semicolonial. Como botones de muestra, recordemos que en 1973 Argentina estableció relaciones comerciales con Cuba, la Unión Soviética y Polonia, y obligó a las multinacionales estadounidenses, a participar en ese comercio, contra los deseos de Washington; más tarde, la dictadura militar exportó trigo a la URSS, a pesar de la oposición de EEUU; en 1982 Argentina ocupó militarmente Malvinas; ese mismo año el país entró en cesación de pagos de su deuda; en 2001, defaulteó; desde 2005 el gobierno argentino se ha negado a realizar los informes anuales para el FMI; también en años recientes Argentina reconoció a Palestina como “Estado libre e independiente”, contra la posición de EEUU; actualmente el gobierno sigue sin regularizar su deuda con el Club de París; y negocia con China y otros países según sus conveniencias. Cualquiera de estas medidas era inconcebible en una semicolonia como lo era China de los años 1910.

Recordemos por otra parte que la misma dinámica del desarrollo capitalista dependiente genera las bases materiales para esas políticas. A medida que los países se fueron liberando del dominio colonial y semicolonial –América Latina en el siglo XIX, la mayor parte de Asia y África en la segunda posguerra, y hasta los años 1970- se generalizó el modo de producción capitalista, y con él la participación de las burguesías de los países atrasados en el manejo de “sus” Estados. En consecuencia, las medidas económicas de estos gobiernos se deciden de manera creciente teniendo en cuenta la situación competitiva en que se encuentran los capitales locales y de qué manera pueden avanzar sus intereses, en el marco de relaciones económicamente desiguales. Esto comprende incluso a países cuyas luchas fueron ejemplos del combate antiimperialista y anticolonial. Por ejemplo, hasta 1975, el gobierno de Vietnam del Sur era un títere del imperialismo estadounidense, y por lo tanto podía considerarse que el país era una variante de semicolonia. Después de 1975, y con el triunfo sobre EEUU, Vietnam se unifica bajo el nuevo gobierno revolucionario. Pues bien, y contra lo que muchos esperaban (o esperábamos), en 1976 el gobierno vietnamita pidió el ingreso del país al Fondo Monetario Internacional y al Banco Asiático de Desarrollo, y aprobó leyes para fomentar las inversiones extranjeras. Pero no se trató de una imposición colonial, sino de la decisión de un país políticamente independiente.

Las relaciones e intereses capitalistas “internos” explican también muchas medidas que adoptan los gobiernos de los países atrasados para atraer capitales externos. Así, hoy muchos países africanos abren sus puertas a los capitales chinos, se endeudan con China y se vinculan comercialmente con ella, en tanto países soberanos, y atendiendo a los intereses de clase, o de fracciones de clase, locales. De manera similar, el gobierno argentino de Cristina Kirchner está procurando atraer inversiones chinas, y no por ello es “lacayo” del imperialismo chino. Como tampoco lo es de Estados Unidos, aunque cierre acuerdos con Chevron, acate las sentencias del CIADI y negocie la deuda con el Club de París. Por eso he planteado en otras notas que en las idas y venidas del caso YPF, no estaban en juego los “intereses nacionales”, sino los negocios, esto es, cálculos de ganancias, productividad e inversiones (ver aquí).

Los ejemplos se multiplican. México, por caso, ha firmado el tratado de libre comercio con EEUU, no por imposición directa de Washington, sino de acuerdo a la conveniencia de la burguesía mexicana. También está abriendo el sector petrolero a la entrada de capitales extranjeros sin que medie una imposición de tipo colonial. En el mismo sentido, el gobierno “antiimperialista” de Lula aceptó mantener relaciones con el FMI y las privatizaciones de los años 90, pero también rechazó el ALCA, y mantuvo relaciones con Cuba y Venezuela, a pesar de la opinión contraria de Washigton. Todo esto no se explica diciendo que a veces Lula es agente cipayo del imperialismo, y otras un antiimperialista más o menos convencido. De la misma manera, Myanmar gira hoy hacia los mercados sin obedecer el dictado de imposiciones coloniales, sino según los intereses de su clase dominante. Por eso es un error sostener, como hace Sonntag (y la idea está muy difundida en ámbitos de la izquierda) que las clases dominantes de los países dependientes administran en ellos los intereses de las metrópolis. A medida que avanzó la acumulación interna de capital, las burguesías dependientes atendieron de manera creciente sus intereses, y dentro de ese marco, dieron y dan respuesta a los intereses de las metrópolis en tanto y en cuanto lo consideren conveniente al logro de sus objetivos.

Lo anterior no significa negar que los gobiernos de los países dependientes reciban presiones de los gobiernos más poderosos, y de los capitales internacionalizados. En este punto, y a diferencia del planteo de Lenin, diría que esa dependencia económica no está asociada exclusivamente a la existencia del capital financiero internacional, sino al conjunto del capital –las grandes transnacionales abarcan también la industria, el comercio, la agricultura- y a la estructura desigual del modo de producción capitalista mundial. Naturalmente, los capitales más avanzados científica y tecnológicamente, y con mayor poder comercial y financiero, ejercen presión sobre los capitales más débiles; y los Estados nacionales más fuertes, asociados a esos capitales avanzados, tienen un poder de presión incomparablemente mayor que los Estados de los países atrasados. Por eso, así como EEUU presiona a los países latinoamericanos, Brasil hace lo propio con Paraguay y Bolivia (recordemos los conflictos en torno a Itaipú, o por los precios que paga Petrobrás a Bolivia); y también Argentina con Paraguay y Bolivia; o con Uruguay. Pero esto no significa que existan relaciones de tipo semicolonial entre estos países. Por ejemplo, Argentina presiona a Uruguay por la construcción del puerto de aguas profundas que alienta el gobierno de Mujica, sin que ello implique que Uruguay sea semicolonia argentina. Estas presiones derivan del modo de producción capitalista, y son ineludibles en tanto exista la propiedad privada y el mercado mundial. Son consustanciales a la naturaleza competitiva del capital, a la persecución de objetivos propios de las diferentes burguesías y a la defensa de sus intereses (al pasar, ¿en qué queda la pretendida “unidad latinoamericana”?).

Es puro utopismo pequeño burgués pensar que un país capitalista puede abstraerse o modificar esta dinámica objetiva. La dependencia económica de los países atrasados con respecto a las grandes potencias no se puede eliminar con la liberación nacional, que atañe a lo político. Es una dependencia que está asociada al desarrollo internacional desigual de las fuerzas productivas. Por eso, un programa socialista sería reaccionario (en el sentido del atraso de la ciencia y la tecnología) si propusiera desarrollos autárquicos, y basados en los particularismos nacionales. Una “liberación nacional” a lo Corea del Norte no es “liberación” en ningún sentido de mejora de las condiciones de vida de las masas trabajadoras, ni de las condiciones para terminar con toda forma de explotación, que es lo que en definitiva importa.

Textos citados:

Mármora, L. (1986): El concepto socialista de Nación, México, Cuadernos de Pasado y Presente.
Peña, M. (1974): Industria, burguesía industrial y liberación nacional, Buenos Aires, Ediciones Fichas.

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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