En las últimas semanas, las encuestas de opinión de las presidenciales de 2015, coinciden en una intención de voto para Jorge Altamira que supera cualquier registro de la izquierda en el pasado más o menos reciente. Desde un piso del 4% nacional hasta un 6% del padrón electoral, estos resultados hasta triplican los obtenidos por el Frente de Izquierda en 2011. Proyectados “los indecisos”, van más allá del 6 por ciento. Altamira se encuentra en un quinto lugar, por encima, por ejemplo, de Randazzo y De la Sota. Paradójicamente, Altamira es el único de los políticos en presencia que no desarrolla una campaña vinculada con las elecciones del año que viene. Por el contrario, está concentrado en la propaganda de la salida socialista a la crisis actual y la defensa y aliento de las luchas obreras y populares que genera esta crisis. Los comentaristas políticos destacan esta intención de voto porque tiene lugar, adicionalmente, cuando falta todavía más de un año para el comienzo de la campaña electoral. La conclusión más generalizada es que asistimos al desarrollo de un polo político de la izquierda en medio de una crisis económica y política de fondo. Sin embargo, hay que precisar: es la expresión revolucionaria de la izquierda y de la corriente popular hacia la izquierda. Si faltaba algo para clarificarlo, el enfrentamiento de la burocracia del Smata contra el Frente de Izquierda, el PO y Néstor Pitrola disipó las dudas. El polo político del que dan cuenta las encuestas, penetra firmemente en los poros de la sociedad.
Un elemento cualitativo que potencia
esta medición del voto a Altamira es la dispersión del frente patronal.
Los llamados ‘espacios electorales’ agrupan candidatos antagónicos, que
no sumarán los votos cuando, primarias mediante o no, quede consagrado
uno de ellos; los votos cruzados, entre coaliciones diferentes, nunca
son masivos. La heterogeneidad del espectro kirchnero-peronista asegura
que el que se quede con su representación no será acompañado por los que
quedarán afuera; lo mismo vale para Cobos, Binner y Pino Solanas. La
burguesía no cuenta, por el momento, con una carta que impresione al
electorado popular, que es la cohesión de los candidatos del poder. La
caída de este mito es un factor revolucionario por sí mismo.
Los candidatos de los partidos y
coaliciones patronales que pican en punta no llegan a los 30 puntos, ni
siquiera en las encuestas pagadas por ellos mismos; hay un largo pelotón
que está por debajo de los 15 puntos y hasta de los 10. Esto ocurre con
la totalidad de los candidatos del Unen e incluso al interior de la
UCR. Las idas y vueltas de los ‘progres’ con Macri es otro clavo en el
ataúd de esta corriente, que no aprendió nada, evidentemente, de la
ruina del Frepaso.
Los resultados de las encuestas coinciden con un agravamiento de la crisis política: el proceso judicial de Boudou, la bancarrota económica y, muy especialmente, una intensificación de las luchas obreras contra las suspensiones, los despidos y la licuación del salario. El Frente de Izquierda y el Partido Obrero no son, por supuesto, los únicos protagonistas obreros y populares de esta pelea, pero sin ninguna duda constituyen una referencia política exclusiva. Es lo que quedó de manifiesto, en Salta, a partir de la huelga docente reciente.
El crecimiento electoral de la izquierda
cuando los conflictos obreros y sociales se intensifican y cuando los
trabajadores se enfrentan a nuevos desafíos de organización y
orientación, es históricamente excepcional. El trabajo persistente y
tenaz del viejo topo empieza a cubrir la superficie. La decadencia del
capital y el desarrollo de experiencias obreras cada vez más
significativas, incluida la supremacía cada vez mayor de los planteos de
la izquierda revolucionaria reinician una transición histórica,
interrumpida por grandes errores y grandes derrotas. La buena lectura de
un sondeo electoral puede dejar conclusiones productivas.
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