"La fábrica sin patrones" es un término que oficia como sinónimo de una
vieja bandera: la autogestión. Tuvo su pico de popularidad como
alternativa al socialismo y al gobierno de trabajadores en los años de
descomposición del régimen estalinista. Se la presenta como una
emancipación del trabajo alienado, tanto respecto del capital como del
Estado.
Las "fábricas sin patrones" siguen, sin embargo, sometidas a la
explotación capitalista, aunque el capital ya no esté presente en forma
visible en el lugar de trabajo y la producción sea coordinada por los
propios trabajadores. En muchos de estos emprendimientos, en especial
cuando han surgido de fuertes luchas y han mantenido una independencia
política, el condicionamiento del trabajo a decisiones de los propios
trabajadores, muestra la viabilidad de una producción directamente
social, sin el yugo del régimen patronal. En el marco de la sociedad
capitalista, sin embargo, no eliminan la explotación social que ejerce
el capital, en forma colectiva, a través del mercado y del Estado.
La ley de expropiación de Zanón fue saludada como "una expropiación del
capital". Aunque la sanción fue una victoria contra la tentativa de
restaurar la empresa para los vaciadores, no constituyó una expropiación
del capital sino una reafirmación del capital: por un lado, estableció
un resarcimiento millonario para los vaciadores, a cargo de los obreros;
por el otro, dejó librada a la empresa a sus propios recursos.
En la actualidad, muchos de estos emprendimientos han surgido como
consecuencia de la quiebra del capital y del vaciamiento industrial,
como una acción de defensa del trabajo. Surge, a partir de la quiebra,
una fábrica sin patrones y sin capital físico o la posibilidad de
acumularlo -o sea un régimen de producción precario. En muchos casos
recurren, para sobrevivir, a funcionar como tercerizadas. Sus
trabajadores se desempeñan en condiciones inferiores a los que están
bajo relación de dependencia, sin derechos ni coberturas sociales, salvo
cuando lo hacen con el carácter de monotributistas -o sea de su propio
bolsillo. Se desarrolla una suerte de autoexplotación y una usura del
capital fijo y de trabajo.
Relevamientos recientes arrojan que las empresas autogestionadas, en su
abrumadora mayoría, no han logrado recuperar el nivel de producción que
tenían previamente a la quiebra. La mitad trabajaban por encargo de
terceros. También han sufrido la deserción de los compañeros más
calificados, quienes terminaron recalando en otras empresas, donde
pasaban a cobrar sueldos más elevados (Informe del tercer relevamiento
de empresas recuperadas).
Movimiento contradictorio
La empresa autogestionada plantea el peligro de separar a sus
trabajadores del conjunto del movimiento obrero, en primer lugar porque
sus reclamos son diferentes y hasta podrían ser antagónicos (aumento de
precios para los productos autogestionados). No han acompañado, en casos
notorios, varias huelgas generales rrcientes. Esta circunstancia
plantea un tema fundamental que la caracterización de "fábrica sin
patrones" oscurece: la de levantar un programa de reivindicaciones que
equipare a los trabajadores de estas empresas con las condiciones
establecidas en los convenios colectivos de la rama. Nada refuta más
claramente la especie de 'sin patrones' que el hecho de estar cobrando
una Repro.
El carácter concreto de las consignas
La defensa ciega de la 'fábrica sin patrones' se opone a la
estatización de las empresas vaciadas, bajo control o gestión obrera, en
cuyo caso el Estado intervendría como patronal. La estatización sería
un progreso en las condiciones laborales y productivas del
emprendimiento
En situaciones revolucionarias o prerrevolucionarias, la "estatización"
de las fábricas que han sido ocupadas por esas circunstancias,
equivaldría a renunciar a la lucha por una salida política de los
trabajadores. En la actualidad, no existen esas situaciones. Las
estatizaciones deben ser caracterizadas de acuerdo con las condiciones
concretas; son progresivas en ciertos casos, reaccionarias en otros.
Etapa actual
En la actualidad, el traspaso de una empresa se opera en el marco de la
ley de quiebras, lo que significa que la cooperativa beneficiaria debe
quedar a merced de un juez, obligado a considerar los derechos de los
acreedores. Para formalizar el traspaso, los trabajadores deben
renunciar a sus derechos indemnizatorios. Es inadmisible disimular esta
expropiación del trabajador con el eufemismo de una" fábrica sin
patrones". La burocracia, en yunta con el gobierno y las patronales,
promueve las cooperativas para desactivar las luchas o para poner la
lucha bajo su control. Es lo que la UOM armó recientemente en Visteon e
intentó el ongarismo, que tiene armada una red de cooperativas, para
Donnelly. Es una obligación defender la entrega de las empresas vaciadas
a cooperativas independientes, nacidas de la lucha, pero no con un
programa mistificador y, aún menos, autoexplotador; sino con un programa
que defienda los derechos laborales preexistentes de los
cooperativistas: ninguna indemnización para los vaciadores; apoyo
financiero real de parte del poder público a las cooperativas;
estatización, bajo control y gestión obrera. En definitiva, un programa
socialista, no un programa autogestionario.
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