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viernes, 6 de febrero de 2015

Los servicios de espionaje y el cuchillo de cocina

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Por Alejandro Guerrero (@guerrerodelpo)

La Dirección de Inteligencia del Ejército, formalmente a cargo del general Francisco Pérez Berbain y controlada por César Milani, tiene un presupuesto de casi 600 millones de pesos anuales, más que todos los servicios de inteligencia juntos de las fuerzas de seguridad. Ahora, esa Dirección añadió un nuevo recurso: el Centro de Ciberdefensa, inaugurado por Milani y el ministro de Defensa, Agustín Rossi.

Según Milani, ese centro dispone de “alta tecnología y personal altamente calificado” para “atender una nueva dimensión de los conflictos futuros”. En otras palabras: un moderno dispositivo de espionaje informático está en manos del hombre que diagramó el Proyecto X para perseguir a militantes sociales y de izquierda, sindicalistas, opositores políticos y periodistas molestos. La disolución fraudulenta de la Secretaría de Inteligencia ha significado un reforzamiento del aparato de inteligencia, el legal y el ilegal, en manos además de un represor de la dictadura militar.

Pero, más allá del hecho puntual, el asunto renueva una vieja polémica sobre los servicios de espionaje; es decir, sobre la sustancia del Estado de la burguesía.

Matías Katz, consultor externo del Programa Nacional de Infraestructuras Críticas de Información y Ciberseguridad (ICIC), dependiente de la Jefatura de Gabinete, dijo: “Es el viejo ejemplo del cuchillo de cocina. La misma herramienta que sirve para cocinar te sirve para asesinar a alguien”. Se trataría, por tanto, de asegurar un uso correcto de la herramienta, que sirva a la defensa, dice Katz, y no a “los actores maliciosos”.

En el mismo sentido, una “declaración unitaria” de diversos organismos (CTA Autónoma, Apemia, Serpaj, La Alameda y otros), junto con algunos agrupamientos políticos (MST entre ellos) proponen “la democratización de las fuerzas armadas y de seguridad” para “avanzar hacia una democracia popular”. De tal suerte, el cuchillo serviría para cocinar y no para asesinar a alguien.

Ahora bien ¿Cómo sería esa “democracia popular”, con fuerzas armadas y policía “democráticas”? ¿A qué clase social servirían? ¿A qué intereses?  La “declaración unitaria” dice que se trata de una democracia “participativa y con un fuerte protagonismo de los trabajadores y el pueblo” ¿El poder estaría dividido? ¿Los bancos, las grandes corporaciones empresariales, la tierra, estarían en manos de sus actuales propietarios pero “el pueblo” habría de “participar”? ¿Y con las fuerzas armadas y los servicios de inteligencia? ¿Espiarían en defensa de los intereses populares o de la clase propietaria, o lo harían mitad y mitad según el grado de “participación popular”?

El ejemplo del cuchillo de cocina es una falacia. Los servicios de inteligencia no pueden servir a una cosa o a otra. Son el órgano más importante de un Estado —esto es, de un régimen de dominaciónque no podría subsistir un minuto sin un aparato en las sombras de conspiración permanente contra el pueblo.

Mucho se ha hablado en estos días, a partir de la muerte del fiscal Nisman, de los “intentos fallidos de la democracia” por reformar el aparato de espionaje. No hubo tales fallidos: todos y cada uno de los gobiernos constitucionales, desde 1983, se han servido de ese aparato para reprimir la acción de los trabajadores.

La CTA, la Apemia y los otros firmantes de aquella declaración impulsan la formación de una comisión investigadora de la masacre de la AMIA (es sorprendente, digamos al pasar, que el MST, que en 1994 no repudió el atentado, ahora quiera esclarecerlo). Esa comisión, dicen, “debería contar con todas las atribuciones de investigación, inspección y acceso a todas las fuentes documentales y de archivo”. Es un autoengaño, ningún Estado entrega esos recursos porque hacerlo implica su destrucción lisa y llana. En ese autoengaño solo pueden caer quienes creen posible “democratizar” la represión del Estado.

Un gobierno de trabajadores ¿tendría un servicio de inteligencia, un aparato de espionaje? Por supuesto lo tendría, y muy fuerte. La diferencia sustancial consiste en que ese aparato no infiltraría a los luchadores populares, como hace el Proyecto X, para defender a los capitalistas. Por el contrario, infiltraría a la reacción para defender a los trabajadores. No hay posibilidades de “democratizar” a las fuerzas armadas, a la policía y a los servicios de inteligencia porque ellos son los cimientos del Estado de los explotadores. Sobre las ruinas de ese Estado, y no sobre sus reformas, se construirá el Estado obrero.


Fuente: https://revistaelotro.wordpress.com/2015/02/06/los-servicios-de-espionaje-y-el-cuchillo-de-cocina/

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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