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jueves, 2 de abril de 2015

Malvinas: ¿Pudo Argentina ganar la guerra?

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Por Alejandro Guerrero (@guerrerodelPO)

“El gobierno de (Leopoldo) Galtieri está acabado” (Política Obrera 327; 2/mar/1982).

El 30 de marzo de ese año, la huelga general y una imponente movilización obrera indicaban el estado de las cosas: a la crisis terminal de la dictadura en materia económica, con la consiguiente dispersión política, lucha de camarillas y resquebrajamiento general de la unidad burguesa en torno del cuartel, se añadía, decisivamente, la crisis por abajo, la intervención del movimiento obrero.

Esos factores han sido analizados en números anteriores de Prensa Obrera, pero se hace necesario recordarlos porque ellos explican las razones de la guerra y de la derrota, y no el mito de una supuesta imbatibilidad militar del imperialismo inglés.
Es más, para Margaret Thatcher el envío de la flota tuvo mucho de aventura y hasta de recurso desesperado. Hundido en una crisis económica severa, su gobierno estaba entonces a punto de caer. Si, además, perdía Malvinas, simplemente tenía que irse e Inglaterra quedaba sumida en un descalabro completo. Por eso “la dama de hierro” envió su flota a una guerra en la que tenía casi todas las de perder.

La política y la guerra

La diferencia de fondo entre el gobierno conservador inglés y la dictadura argentina era básicamente política: Galtieri y compañía ocuparon las islas para presionar, sin entender que esa presión le resultaba al imperialismo políticamente inadmisible y lo obligaba a pelear. Los militares argentinos esperaron la negociación hasta cuando Puerto Argentino estaba bajo fuego, pero Thatcher no tenía margen para negociar y necesitaba la victoria militar. En síntesis: el gobierno inglés entendía la naturaleza del combate, la dictadura argentina no. Eso y no otra cosa decidió la suerte de la guerra.

El almirante Carlos Büsser, comandante de las fuerzas de desembarco argentinas en Malvinas (más tarde, como casi todos sus compinches, sería procesado por delitos de lesa humanidad) dijo haber recibido del entonces jefe de la Armada, almirante Jorge Anaya, la orden de preparar un plan de recuperación militar de las islas “en el curso de 1982”. Cuando Büsser pidió una fecha tentativa, Anaya le respondió que se haría no antes del 15 de mayo y casi seguramente en diciembre de 1982.

Julian Thompson, comandante de los Royal Marines en la guerra, señaló: “Si hubieran esperado un poco, seguramente no hubiéramos podido responder del modo en que lo hicimos”.[1]
En efecto, a fines de 1981, producto de su crisis, Gran Bretaña había decidido vender sus dos portaaviones y el retiro de sus grandes buques de desembarco. El plan de recortes de la marina inglesa le haría perder toda capacidad para desarrollar grandes operaciones anfibias. La Royal Navy quedaría reducida, simplemente, a una fuerza de defensa costera.

El general Jeremy Moore, comandante de las fuerzas terrestres británicas en Malvinas, dijo que sin los portaaviones ni los dos grandes barcos anfibios “no hubiéramos podido hacer frente a la Fuerza Aérea Argentina ni haber llevado adelante, profesionalmente, un desembarco terrestre con nuestras tropas”.

Además, en mayo de 1982, la Armada argentina iba a recibir de Francia una partida de veinte misiles Exocet (en medio del desbarajuste económico, el gasto militar era desenfrenado). En abril, cuando se produjo la ocupación de las islas, tenía sólo cuatro. El misil Exocet y el avión Super Etendard componen un sistema ofensivo diseñado especialmente para atacar buques. Un sistema modernísimo entonces, que aún hoy se encuentra operativo.

Traducido al lenguaje de la política, el asunto se lee claramente así: si un ejército espera ser atacado por una flota naval y, sin embargo, no aguarda a proveerse del material necesario para repelerla, es porque no prepara la guerra, porque no es un ejército en operaciones sino una farsa política.

En definitiva, la dictadura argentina organizó un simulacro de guerra que se correspondía con el simulacro de soberanía que significó la ocupación de las islas, en cuanto no se proponía suprimir la dominación imperialista sino reforzarla con esa acción. Su tragedia, transformada naturalmente en tragedia nacional, fue que del otro lado no había simulacro posible. Del otro lado había guerra. Rosendo Fraga, tan amigo de los militares, admite hasta hoy que Galtieri y sus compinches estaban convencidos de que el envío de la flota inglesa era sólo un elemento de presión, pero que la guerra era “un escenario improbable”. Así les fue.

La amenaza nuclear

¿Hasta dónde estaban dispuestas a llegar las fuerzas británicas en aquella guerra? Hasta donde fuera necesario: he ahí el abismo conceptual que las distinguía de la dictadura argentina, y he ahí la razón de su victoria.
El momento del desembarco argentino fue tan pésimamente elegido que, en ese momento, las principales unidades de la flota inglesa estaban en maniobras y, por lo tanto, listas para operar de inmediato. Muchos años después, Londres admitiría lo que entonces era un secreto a voces: sus buques no habían descargado, antes de partir hacia Malvinas, el armamento nuclear que llevaban a bordo. La cancillería inglesa diría que fue por “el apuro” de los preparativos. No es cierto: no las desembarcaron porque estaban dispuestos a usarlas o, por lo menos, no desechaban esa posibilidad. Y estuvieron a punto. Veamos.

Dicen los especialistas que las guerras modernas las ganan los que dominan el aire, aunque, después de todo, en Vietnam el espacio aéreo estaba controlado ampliamente por la fuerza aeronaval norteamericana. Pero, de un modo u otro, en Malvinas eso era obviamente así: la guerra se ganaba en el aire.
Los portaaviones británicos operaban a unas cien millas de las islas. Sus aviones Harrier podían llegar a ellas, operar ahí durante 30 minutos y volver. En cambio, los aviones argentinos que debían partir desde el continente sólo disponían de tres minutos netos de operaciones de combate. Las fuerzas argentinas estaban obligadas a operar desde Malvinas, para lo cual se necesitaba alargar la pista de Puerto Argentino. No lo hicieron.
Es cierto que esa operación presentaba, según los expertos, varios inconvenientes técnicos, pero nadie intentó solucionarlos durante la quincena que va desde el 2 de abril hasta el momento en que los ingleses declararon la zona de exclusión con sus tres submarinos atómicos. Después, ya no se podía.
Pero lo importante del asunto es esto: operar con los aviones desde Malvinas le hubiera dado a las fuerzas argentinas una superioridad aérea decisiva. Jeremy Moore lo dice así: “Nos hubiera provocado problemas muy graves que sus aviones más rápidos pudieran llegar más lejos, su efecto hubiese sido mucho más serio (…) hasta podrían haber expulsado nuestros portaaviones fuera de la zona de combate”.

¿Qué hubieran hecho entonces? Su jefe de operaciones anfibias, el comodoro Michael Clapp, dice que si los aviones argentinos operaban desde las islas “probablemente no hubiéramos podido sostener la campaña”, y que con los portaaviones fuera de la zona de combate “no hubiéramos tenido plataforma para nuestros helicópteros ni para los Harrier (…) toda la operación se hubiera arruinado por completo”. En ese caso, añade, “tendríamos que haber llegado más lejos. No sé si llegábamos a la opción nuclear, no estoy seguro, pero lo cierto es que hubiéramos tomado medidas muy drásticas”.

Al límite

A pesar de aquellas limitaciones, la aviación argentina —reforzada notablemente por la posibilidad de guerra con Chile, en 1978— le produjo a la flota daños severos. Al día siguiente del hundimiento del Belgrano, un misil Exocet hundió el destructor Sheffield, y poco después la Task Force inglesa sufrió una catástrofe: el hundimiento, por otro Exocet, del buque de transporte Atlantic Conveyor, lo que les hizo perder la mayor parte de sus helicópteros pesados. Por otra parte, la flota estaba casi al límite de sus posibilidades de operar en alta mar: “A fines de junio, todos nuestros buques presentarían problemas”, dice ahora el comandante de la Task Force, el almirante Sandy Woodward.
Los daños no fueron, sin embargo, decisivos. No lo fueron debido a la imprevisión política de los militares argentinos, que no prepararon la guerra y se encontraron con un conflicto bélico que no esperaban ni querían. Así, 14 misiles argentinos hicieron impacto en navíos británicos pero no explotaron porque tenían mal armadas las espoletas, y no por ineficiencia sino porque esas armas no eran adecuadas para la distancia desde la que debían disparar. Woodward dice: “Si las espoletas hubieran estado correctamente armadas, sin duda hubiéramos perdido el doble de buques (…) en un momento estuve a punto de llamar a casa para comunicar que habíamos perdido (…) la situación parecía indicar que pronto estaríamos fuera de juego”.
Woodward agrega que el 14 de junio, cuando Puerto Argentino se rindió, él pensó: “Si los argentinos soplan sobre nosotros, nos derrumbamos”.
Hace mucho tiempo ya, Karl von Clausewitz explicó que la guerra es la continuación de la política. Y la política de la dictadura, como la de toda la burguesía nacional, es de sometimiento al imperialismo hasta cuando va a la guerra.

Publicado en Prensa Obrera 1216, 29/mar/2012

[1] Todos los testimonios están tomados de un documental elaborado por Discovery en el año 2009.

Fuente:  https://revistaelotro.wordpress.com/2015/04/02/malvinas-pudo-argentina-ganar-la-guerra/

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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