El fracaso de la reunión entre Macri y Cristina Kirchner no es un
episodio menor, ni responde a una incompatibilidad de "estilos". El
fracaso plantea que la transición, el traspaso de un gobierno a otro, ha
desenvuelto abiertamente la crisis política.
Cuando Macri consideró que la reunión con la Presidenta "no sirvió para
nada", delató que no obtuvo lo que pretendía: la renuncia de los
funcionarios kirchneristas abroquelados en lugares clave del Estado como
es el caso de la procuradora general, Alejandra Gils Carbó, el
presidente del Banco Central, Alejandro Vanoli, o el del presidente del
AFSCA, Martín Sabbatella, entre otros.
Macri, con una conducta típicamente kirchnerista, quiere forzar la
salida de funcionarios que constitucionalmente tienen mandato hasta más
allá del cambio de gobierno. El kirchnerismo le contesta con los
argumentos que hasta hace unos días utilizaba la oposición: respeto a la
institucionalidad.
Está planteado un conflicto de fondo que aclara el verdadero alcance de
la afirmación del entorno presidencial de que el balotaje parió un
empate. El kirchnerismo maneja lugares clave en el seno del Estado, al
cual no sólo no está dispuesto a renunciar; se propone, además, erigir
sobre ellos su rol opositor (y de autopreservación). Es muy probable que
se vea obligado a entregar a Vanoli, porque sería insostenible un
presidente opositor en el Banco Central.
Pero la crisis no se limita a Macri y CFK: se traslada automáticamente
al PJ, al que Macri necesitará involucrar para lograr el desplazamiento
de la camarilla K. El punto es a cambio de qué -o sea, evitar que ese
acuerdo lo debilite. La crisis en el PJ ya tiene un punto de estallido
por la negativa de la Corte de aceptar el juramento de los miembros K en
la Auditoría General de la Nación, que debe estar en manos de un
opositor, lo que la convierte en botín de disputa entre los K y los
anti-K. La división del bloque del PJ ya está cantada.
Esta crisis política es la expresión de la crisis económica y
fundamentalmente del vaciamiento financiero del país como resultado de
la política de desendeudamiento, es decir, del traspaso de cientos de
miles de millones de dólares a los acreedores internacionales.
Macri pasó de la política de "shock" al "gradualismo sciolista"
(confirmando que ambos eran una copia), pero no como resultado de un
nuevo plan de acción, sino de la certeza de que el shock lo coloca al
borde del abismo: miró lo que venía y reculó. Pasó del plan de shock al
no plan.
Estamos, luego del balotaje, en un agravamiento de la crisis que, sin embargo, debía ser superada por el proceso electoral.
El desafío del Frente de Izquierda
En este marco hay que analizar el papel que debe jugar el Frente de
Izquierda, su acción parlamentaria y su intervención política. El Frente
de Izquierda tiene por delante el más importante de los desafíos que se
le han presentado.
La política de ajuste y de descargar sobre las masas los costos de la
recuperación capitalista por parte de un gobierno de centroderecha
planteará enormes luchas sociales. En el liderazgo de esas luchas, la
izquierda revolucionaria tendrá ‘competidores’. El primer paso es la
delimitación política de este intento, una cuestión es la unidad en la
acción por reivindicaciones obreras y populares, y otra muy distinta el
frente político con variantes centroizquierdistas. Allí se está jugando
el destino del Frente de Izquierda. Sobre esto vale enteramente la
polémica que hemos planteado en estas páginas sobre el planteo de formar
una "mesa por el voto en blanco".
El Frente de Izquierda deberá actuar con mayor calidad y con fuertes
bloques en los parlamentos para que cada una de sus iniciativas frente
al ajuste, por las luchas de las masas, llegue a la población como una
campaña política conquistando a los trabajadores a una salida propia e
independiente de las fuerzas patronales cualquiera sea la vestimenta que éstas adopten.
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