Lejos de haber esquivado la crisis capitalista mundial, la gestión
política nacionalista y la llamada “progresista” operó para convertir a
las naciones de Latinoamérica en un vaciadero del capital financiero
internacional -que encontró en estas gestiones el mercado para su
producción excedente, la rentabilidad para sus inversiones financieras y
la recuperación de sus créditos incobrables.
La bancarrota capitalista opera también como una condicionante para las
tentativas derechistas en curso. Seis meses de gobierno macrista y dos
meses del gobierno de Michel Temer han puesto de relieve que la derecha
no ha logrado reunir los recursos económicos y políticos para pilotear
la crisis.
Nacionalismo burgués
Asistimos, en estas dos últimas décadas, a un planteo de desarrollo
capitalista fuertemente parasitario. Las grandes subas de los precios de
las materias primas fueron aplicadas al pago de la deuda heredada del
pasado y a generar un nuevo ciclo de endeudamiento.
La abundancia de liquidez se orientó a una expansión sin precedentes
del crédito al consumo, a tasas de interés excepcionales o subsidiadas
por el Estado. Los llamados “planes sociales”, en muchos casos
financiados por el Banco Mundial, embellecidos por el “relato” del
fomento del consumo, encubrieron la falta de creación de empleo y la
casi nula industrialización. Y ahora se encuentran amenazados por
déficits fiscales descomunales (que obedecen, por supuesto, a otras
razones: en primer lugar, el pago de intereses usurarios de la deuda
pública y el financiamiento público subsidiado para los capitalistas).
El balance de la experiencia chavista mereció una atención especial. La
tentativa por impulsar la unidad continental en comunión con la
burguesía latinoamericana y sus Estados fracasó completamente, empezando
por las frustradas iniciativas del gasoducto y del Banco del Sur.
El “socialismo del siglo XXI” constituye una involución histórica en
relación con el socialismo del siglo XX. El socialismo del siglo XXI
postula un cambio social en los marcos capitalistas, sin revolución; o
sea, sin la destrucción del aparato de Estado existente y sin gobierno
de trabajadores (dictadura del proletariado). El ropaje militar y el
apoyo popular no convierten al chavismo en socialismo de ningún tipo,
sino en una réplica de la demagogia socialista que ha caracterizado a
todos los movimientos nacionalistas en el mundo.
Brasil
El caso brasileño es emblemático, pues es el país con mayor peso
económico en la región y uno de los que fue más lejos en una tentativa
de “capitalismo nacional”.
El gobierno PT-PMDB intentó convertir a Petrobras, compañía mixta de
mayoría estatal, en esa palanca industrial, mediante la inversión de la
mayor parte de las utilidades, el monopolio operativo de las
asociaciones con capital extranjero, una importante labor de tecnología y
el desarrollo de un entorno de servicios tecnológicos, contratistas y
constructoras nacionales. Sin proceder a nacionalizaciones desarrolló,
hasta cierto punto, un nacionalismo burgués y gran burgués. Utilizó los
aportes obreros para los fondos de pensiones e impulsó el aporte fiscal
al Banco de Desarrollo, con esa misma finalidad. El derrumbe fenomenal
de este intento ofrece una conclusión lapidaria, porque ha terminado en
la quiebra de todos los sectores involucrados y alimentó el proceso
culminado con el golpe de Estado.
Uruguay y Chile
El balance de la experiencia de Uruguay y Chile estuvo presente en la
conferencia y fue enriquecido con el aporte de las intervenciones de los
asistentes de ambos países.
En Uruguay, la tesis del ala izquierda del FA, y en especial del
Partido Comunista, de que los gobiernos frenteamplistas no son gobiernos
del capital sino “gobiernos en disputa” es una justificación para
continuar su labor de furgón de cola del imperialismo y neutralizar las
protestas populares hacia una puja interna dentro del Frente Amplio y
del propio gobierno. En dicho país se desenvuelve una crisis similar a
la que puso fin al gobierno patronal encabezado por el PT, en Brasil,
incluida la pretensión de Tabaré Vázquez de desarrollar, como lo intentó
Dilma Rousseff, un ajuste económico y social.
Chile, a su turno, asiste, luego de la vuelta de Michelle Bachelet al
gobierno, a una profunda crisis política a sólo dos años de que una
agotada Concertación intentara revivir una “Unidad Popular” integrando
al Partido Comunista al gobierno. La crisis de la Nueva Mayoría hunde
sus raíces en su incapacidad de contener a los diferentes movimientos de
luchadores que recorren el país, junto a la tenaz movilización del
movimiento estudiantil por una educación gratuita. Nueva Mayoría sufrió,
desde el inicio, un revés político, llegando al gobierno con un 60% de
abstención. El gobierno intenta reconquistar terreno e impulsa un plan
de “reformas” -una echada de lastre-, pero sin alterar las bases
sociales ni las instituciones creadas bajo la dictadura. Esta situación
se agravará producto de los golpes de la bancarrota capitalista, donde
la caída de los precios del cobre está mermando la recaudación fiscal,
empujando a una política de ajuste.
En este cuadro de situación se coloca la tarea central, la batalla por
la delimitación política del Frente Popular, basada en la iniciativa por
recuperar a las organizaciones obreras y estudiantiles sobre la base de
una alternativa de independencia política.
La izquierda en la nueva etapa
La izquierda latinoamericana aborda la nueva etapa, de bancarrotas
capitalistas y de regímenes políticos en la región, delimitada en tres
bloques. Por un lado, un ala derecha que reivindica el frentismo
“plural” y democratizante, y que se esfuerza en borrar toda distinción
entre la clase obrera y los explotados, de un lado, y la burguesía del
otro, y que se manifiesta en el apoyo y en la promoción de candidatos
patronales. Por otro lado, una izquierda centrista, que oscila entre el
frentismo democratizante y la adaptación al nacionalismo o democratismo
burgués (como ocurre en Bolivia, Brasil y Argentina).
Finalmente, un
polo revolucionario que defiende el principio de los acuerdos prácticos
con todas las corrientes políticas cuando se trata de impulsar una lucha
de masas, pero trabaja por la independencia del proletariado como labor
preparatoria para un gobierno de la clase obrera. La estrategia de esta
última corriente está resumida en la consigna de los Estados Unidos
Socialistas de América Latina, incluido Puerto Rico.
Un ejemplo claro de esta divisoria lo tenemos en Brasil. Cuando aún no
se ha cerrado la etapa del golpe de Estado que destituyó a Dilma
Rousseff (lejos de eso, el gobierno golpista reúne una base
parlamentaria precaria), la agenda dominante en la izquierda brasileña
son las elecciones municipales de octubre próximo y la posibilidad de
consagrar como intendenta de San Pablo a una candidata patronal, Luiza
Erundina, que ya gestionó esa ciudad en términos puramente capitalistas.
Erundina es una ex petista, oriunda del ala clerical, ministra del
gobierno de Itamar Franco y hasta hace muy poco tiempo miembro del
partido de derecha PSB. La candidatura ha sido lanzada por el Psol. El
Psol llamó a votar por Dilma en la segunda vuelta, en contraste con el
Frente de Izquierda de Argentina, que llamó al voto en blanco contra
Scioli y Macri.
Esta divisoria salta a la vista, también, cuando se examina la conducta
frente a la amenaza derechista y el golpismo. Una franja mayoritaria de
la izquierda ha terminado como furgón de cola del nacionalismo,
considerando que su expulsión del gobierno y su pasaje a la oposición,
la coloca en un campo común de lucha contra la reacción -el “frente
antimacrista” en la Argentina. Otra parte de la izquierda termina
absteniéndose o declarándose neutral, en nombre del carácter patronal de
ambos bandos. Lo que está en juego en esta escalada es una tentativa
reaccionaria de modificar las relaciones preexistentes entre las
distintas clases. Para la izquierda revolucionaria, la lucha contra el
golpe significa defender las posiciones conquistadas por la clase obrera
frente a la ofensiva capitalista -de ningún modo apoyar al gobierno
capitalista destituido. No defendemos “el mal menor”. En la lucha contra
el golpe, continúa bajo otra forma la batalla que se venía librando
contra el gobierno establecido.
En Argentina, el Frente de Izquierda se ha convertido en un canal
político de una alternativa, política independiente de los trabajadores y
se ha seguido desarrollando en el movimiento obrero, en especial entre
delegados y comisiones internas. En contraste con esta perspectiva, en
el Frente de Izquierda se ha desarrollado una tendencia hacia el
kirchnerismo, por parte del PTS. Es una repetición histórica degradada
de la disolución de la misma corriente en el peronismo. La ruptura del
PTS con el FIT, en ocasión del 1 de Mayo, se explica en esa línea. El
pretexto pueril, a saber, que IS no caracterizaba como golpe la movida
contra Rousseff, obedeció a la orientación de dar una señal de
acercamiento al kirchnerismo.
En oposición a esta adaptación a las tendencias democratizantes en
presencia, la conferencia caracterizó que la etapa política presente
ofrece una posibilidad considerablemente mayor para que la izquierda
revolucionaria se postule como una alternativa política al derrumbe
capitalista y al agotamiento del nacionalismo. La lucha por la
independencia de clase del proletariado es el peldaño político para
establecer gobiernos de trabajadores, en la perspectiva de los Estados
Unidos Socialistas de América Latina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario