El hecho de que el macrismo asocie ni más ni menos que la suerte
económica de su gestión al blanqueo -como lo vienen resaltando los
principales comentaristas- es una confesión de su creciente
empantanamiento. Recordemos que, al comienzo de su mandato, Macri colocó
todas sus fichas en el arreglo con los buitres -el cual iba a oficiar,
según el relato oficial, como puntapié de un despegue económico. Sin
embargo, el segundo semestre concluiría, según los pronósticos, con un
retroceso del PBI cercano al 2% y, encima, con una inflación que supera
el 40%. Lejos de producirse la mentada “lluvia de inversiones”, la misma
sigue en una meseta -no llega a representar el 20% del PBI, lo que, ni
siquiera alcanza para reponer el desgaste del capital fijo.
La apuesta, ahora, es que el blanqueo oficiaría de “motor” de la
economía. Se calcula en la mejor de la hipótesis que se blanquearían
activos por 60.000 millones de dólares, y hasta algunos pronostican
80.000 millones. Pero cualquiera sea la cifra, ya se adelanta que gran
parte de los fondos van a quedar fuera de Argentina. A diferencia del
anterior blanqueo, en esta oportunidad no es necesario traer la plata al
país. No se trata de una ley de repatriación de capitales; en cambio,
se refuerza el régimen offshore.
El gobierno pretende tentar a quienes blanqueen con un título que ya ha
sido bautizado en los círculos de la city porteña como “bono mágico”,
pues permitiría a quienes lo compren blanquear el triple de la suma de
títulos que compren. El costo del blanqueo sería cero, pero como
contrapartida quienes lo adquieran no podrían desprenderse del bono
durante los primeros cuatro años.
Como, además, el flamante título rendiría para esta circunstancia
rendiría apenas un interés del 1% anual, la expectativa oficial sería
poder endeudarse a un costo sensiblemente menor a las tasas usurarias
entre el 8 y el 10% que el Estado está pagando con el viejo
endeudamiento proveniente de la época kirchnerista y del nuevo ciclo de
endeudamiento puesto en marcha en este semestre. El abaratamiento del
endeudamiento estatal, según los voceros oficialistas, ayudaría a
reducir el déficit fiscal y a rebajar las tasas de interés reinantes en
el mercado, estimulando una reactivación.
Más bicicleta financiera
Pero aún con un incentivo semejante, a la hora de escoger cómo
blanquear, los grandes inversores “elegirían pagar la tasa del blanqueo
antes que inmovilizar muchos fondos en los bonos argentinos, de 3 a 7
años, que permiten blanquear supuestamente sin costo” (Cronista, 21/7).
El cálculo sencillo que realiza el gran capital es que con las siderales
tasas de interés actuales, en un año, pagan el costo del blanqueo.
Lejos de desactivar la bicicleta financiera, el blanqueo es un factor
adicional para su continuidad y hasta su reforzamiento, ya que los
fondos que hoy entran en este circuito pasarían a estar completamente
“legalizados” a partir de la nueva normativa oficial. Los especialistas
en banca privada recomiendan a sus clientes que blanquean “mantener sus
cuentas en el exterior pero abrir, a su vez, una cuenta de inversión en
el país”, pues “resulta más cómodo para entrar y salir de las
inversiones y aprovechar las interminables bicicletas financieras
locales” (ídem).
Pero, contradictoriamente, un ingreso de dólares en lugar de ser un
remedio puede terminar siendo una pesadilla, pues podría fogonear la
emisión monetaria y alimentar las tendencias inflacionarias, en pesos y
en dólares -echando más leña al fuego a una carestía que se ha vuelto
explosiva. Por otro lado, generaría “una mayor presión bajista en la
cotización de la divisa, en momentos en que el atraso cambiario comienza
a ser un tema de preocupación” (Cronista, 25/7). Esto vuelve a recrear
presiones devaluatorias y, de la mano de ello, nuevas divisiones y
choques en las filas la burguesía.
Por eso, la Afip estaría estudiando la opción de que el impuesto del
blanqueo se deposite en una cuenta del Banco Nación en Nueva York, de
modo que el dinero no entre al país. Una de las alternativas que se
estaría barajando sería recomprar deuda: Prat Gay ya anunció el rescate
de los cupones del PBI y la intención sería ir más lejos en esa
dirección. Si fuera así, se terminaría de derrumbar definitivamente el
relato sobre las supuestas bondades del blanqueo para un relanzamiento
económico del país.
El otro gran objetivo que se le asigna al blanqueo es el de reducir el
agujero fiscal. Aquí tampoco la propaganda oficial se sostiene. En el
caso más favorable, el blanqueo podría representar una suma de 5.000
millones de dólares -o sea, unos 75.000 millones de pesos a la
cotización actual. Considerar que esa suma sería la salvación de la
gestión actual es una verdadera impostura, cuando el gobierno debe pagar
la friolera de 200.000 millones de pesos de intereses por el stock de
Lebac, que asciende en estos momentos al monto de 620.000 millones de
pesos, cuando los subsidios persisten y se han incorporado otros 12.000
millones de pesos luego del recule del tarifazo. Sólo por el pago por
los contratos a futuro el macrismo ha desembolsado una suma cercana a la
que se pronostica recaudar por el blanqueo. Ni qué hablar de la deuda
externa que orilla los 300.000 millones de dólares y genera 24.000
millones de dólares de intereses anuales -una verdadera bomba de tiempo.
El propio ministro de Economía , Prat Gay, ya encendió la alarma, desde
el momento que acaba de pedir al Banco Central suscribir una letra
intransferible emitida por el Tesoro a cambio de 4.000 millones de
dólares para efectuar pagos al exterior. Un calco de lo que venía
haciendo el kirchnerismo en el gobierno.
El blanqueo pone al rojo vivo los desequilibrios, contradicciones y límites de la política económica oficial.
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