El acto que realizará el Frente de Izquierda en el estadio de Atlanta
representa, objetivamente, una autocrítica política. El FIT estuvo
ausente, en cuanto tal, del escenario político a todo lo largo de un año
de transición excepcionalmente crucial. En primer lugar, ha sido un año
que puso en juego la capacidad de estabilización política inaugural del
gobierno macrista, que se había comprometido a arrancar con una mega
devaluación del peso, el retiro del impuesto a las exportaciones y el
pago a los fondos buitres -esto último mediante un incremento
extraordinario de la deuda pública. En segundo lugar, se produjo
enseguida el estallido de la crisis del kirchnerismo y la adaptación
completa de la mayoría del FpV a la ofensiva capitalista largamente
avisada por el macrismo. Tuvo lugar un frente único del FpV y su
diáspora con la estrategia financiera del macrismo. En tercer lugar,
América latina asistió al derrumbe simultáneo de los llamados gobiernos
populistas -en el caso de Brasil con el cambio de frente de la coalición
petista y, en los hechos, con la complicidad del PT. La implosión del
‘populismo’ ocurre cuando la crisis mundial priva de bases duraderas a
una reanudación del llamado ciclo neoliberal, y plantea explosiones
financieras en un futuro cercano, con sus correspondientes crisis
políticas. Hemos asistido a un inmovilismo del FIT de carácter
estratégico, por su alcance y porque que ha puesto en cuestión su
capacidad para explotar la crisis en desarrollo y para potenciar a la
clase obrera como alternativa de poder. Las iniciativas particulares de
cada partido del FIT, esencialmente de carácter episódico, no impugnan
esta caracterización de inmovilismo -las confirman. De lo que se trata
ahora es de saber si el demorado giro político que representa el acto
del 19 es o no una corrección de este rumbo. La movilización por el
éxito del acto debe hacerse con los ojos bien abiertos.
Por un viraje con contenido
El ascenso del gobierno macrista puso de manifiesto diferencias de
caracterización de la etapa entre los partidos del FIT, y también de las
fuerzas en presencia. De un lado, la que sigue haciendo hincapié en el
ingreso en un período de avance de la derecha y de frente único de la
llamada resistencia; del otro, la que caracteriza que la nueva etapa
todavía tiene que ser determinada, de un lado por el desenlace de la
crisis económica y la crisis de régimen, y del otro, por la lucha de
clases contra el ‘ajuste’ en el período transicional de los nuevos
gobiernos. Esta diferencia se trasplantó a otro asunto: el planteo
acerca del carácter progresivo que podrían asumir el kirchnerismo y el
‘populismo’ fuera del gobierno en la nueva etapa, en oposición a la
caracterización del descomunal desprestigio que los fracasos
‘populistas’ habían generado en el pueblo, así como la desmoralización
de la masa de sus seguidores y su adaptación al cambio de frente de la
burguesía. En lugar de abrir expectativas en un frente único con el
‘populismo’, el FIT tenía la obligación de explotar este desprestigio
(dar una explicación de clase) para desarrollar a la izquierda, en lugar
de encubrirlo. El PT brasileño, por caso, ha sido barrido en las
recientes elecciones municipales, mientras la caída de Maduro no
encuentra piso en los sondeos de opinión y ahora necesita del socorro
del Vaticano y de Washington.
El impasse político del FIT se convirtió en una crisis con el boicot
del acto del 1° de Mayo, del cual el PTS desertó con argumentos
pueriles. El subterfugio utilizado para justificar este boicot puso de
manifiesto una intención de romper con el Frente de Izquierda. El
inmovilismo se convirtió aquí en liquidacionismo: quebrar el FIT en el
Día Internacional de los Trabajadores no servía, precisamente, al
fortalecimiento de la izquierda contra el gobierno de Macri. El pretexto
-que Izquierda Socialista no caracterizaba como un golpe
‘parlamentario’ el juicio político a Dilma Rousseff-, no había sido
esgrimido para bloquear su presencia en el FIT por el apoyo que dio al
lock out agrario de 2008, ni su posición actual en la guerra en Siria.
Tampoco tenían el mismo carácter o contenido las posiciones
“anti-golpistas” en las que coincidían en apariencia el PTS y el PO:
para el PO, el golpe representaba un cambio de régimen político en
perjuicio de los trabajadores y no el reemplazo de un gobierno que
hubiera sido más afín a los intereses populares (“no son lo mismo”). Las
divergencias, mientras no afecten a los intereses o acciones inmediatas
del proletariado, simplemente deben ser discutidas, siempre con métodos
claros -no deben servir como sucedáneos del faccionalismo. Es lo que
debería ocurrir, por ejemplo, con el debate en el movimiento femenino y
con la posición anti-socialista que postula la reglamentación estatal
del cupo de representación que deben tener las mujeres en los partidos
patronales.
La decisión de marchar al acto de Atlanta es entonces, objetivamente,
un giro político con referencia a este largo inmovilismo. El acto de
Atlanta es objetivamente una autocrítica, con independencia de que no se
lo quiera presentar como tal. El primer acto del Frente de Izquierda
bajo el macrismo tiene lugar cuando éste ya conmemora el primer
aniversario. En la Mesa del Frente de Izquierda fue rechazada la
propuesta de que el acto estuviera precedido por una campaña de actos y
movilizaciones en todo el país. O sea que es una iniciativa que sigue
encuadrada en el inmovilismo. Si se hace para marcar el paso, sería
encubridor. Sería como un paro de la CGT: aislado y sin continuidad. El
FIT va al acto con una declaración política muy larga, pero sin un plan
de lucha para crecer como dirección política de los trabajadores. A
quienes oponen, como un esquema, la construcción del partido al
desarrollo del FIT, es necesario recordarles que el FIT todavía es visto
por un número importante de trabajadores y de jóvenes como el canal de
una alternativa política de los explotados. La convocatoria al acto y la
expectativa de una concurrencia numerosa, es una confesión de que es
visto como un canal político. Mientras esto ocurra, la prevalencia de
intereses sectoriales, desde argumentos doctrinarios y
autoproclamatorios, es reaccionaria, y representa también un freno de
aparato a la maduración de las masas. ¡Del acto de Atlanta debe salir un
plan de acción!
El clasismo
A esta caracterización crítica del inmovilismo del FIT, hay que
incorporar al movimiento obrero. Este año se produjo el mayor ascenso
del clasismo en los sindicatos después de los nuevos delegados del
subte, que dirigieron las huelgas por la reducción de la jornada laboral
desde 2002/3. Nos referimos a la conquista del Sutna. En medio de la
pretendida ‘derechización’ del país, se produjo un avance histórico en
el movimiento sindical. La dirección revolucionaria del movimiento
obrero se convertía de consigna en realidad. El proceso sindical y
político en el sindicato del Neumático, encabezado desde la seccional
San Fernando y la lista Negra, ha influido considerablemente en el
desarrollo del FIT -por sobre todo, claro, entre los obreros de la zona
norte del Gran Buenos Aires. La conquista del Sutna por parte del
clasismo ha creado una nueva realidad sindical. Desconocerlo es peor que
una necedad. Toda la izquierda debería apoyar la proyección nacional de
esta conquista histórica.
Acontece, sin embargo, lo contrario: acompañando el inmovilismo del
FIT, los compañeros del PTS han abandonado la comisión directiva luego
de un intento fallido de oposición a la Directiva a la cual pertenecen,
en una asamblea por el convenio, que fue respondido por la asamblea con
silbidos. Para que la tribuna del acto del 19 sea una muestra efectiva
de unidad obrera, esta política de liquidacionismo debe ser abandonada.
Todas las acciones faccionales en los sindicatos han concluido en
derrotas; la lista de unidad del Sutna en una victoria histórica. El FIT
debe ponerse al servicio del desarrollo de nuevos Sutnas en el
movimiento obrero.
Dirección y etapa
Desde el Caracazo de 1989, las insurrecciones indígenas en Ecuador en
2000, la rebelión popular de diciembre de 2001 y el levantamiento en
Bolivia, en octubre de 2003; América latina asiste a una crisis de poder
que interpela a todas las clases sociales. La tarea de una dirección
revolucionaria es desarrollar la comprensión de esta situación, no
esforzarse por negarla, por parte del proletariado. La ola ‘populista’
de la última década y media fue un reflejo distorsionado de esta crisis
de poder; a lo mismo responde el crecimiento de la izquierda obrera de
contenido socialista. Este curso desviacionista ha fracasado. La
acentuación de la bancarrota capitalista, o sea la tetanización del
sistema financiero y de las finanzas públicas como consecuencia de la
sobreproducción de capital, augura crisis políticas más severas, sobre
las que los trabajadores ya han acumulado una experiencia propia de casi
dos décadas.
Este cuadro histórico debería determinar la orientación estratégica del
Frente de Izquierda. La fragilidad de los recambios derechistas de
gobierno en América latina opera en condiciones de quiebra de los
regímenes políticos en presencia, retroceso de las fuerzas productivas,
agotamiento de los partidos tradicionales y, por sobre todo, una
tendencia reprimida o explícita a la rebelión popular. Tuvimos el
reciente ejemplo de la huelga general del movimiento femenino. Una
crisis de poder es siempre objetiva; que se transforme en revolucionaria
está condicionada por el grado de comprensión que hayan desarrollado
las fuerzas en disputa y de la organización que haya resultado de ello.
El Frente de Izquierda debe adoptar un plan de acción política para
conquistar más y más trabajadores para una lucha de clase independiente,
y capacitarlos de este modo para que determinen la salida a las crisis
capitalistas con métodos revolucionarios. Que la disputa electoral de
2017 sea presentada por la mayoría de los actores como un barómetro de
las posibilidades de que el macrismo no cumpla su mandato, es una señal
significativa. Lo mismo ocurre con los pronósticos catastróficos que se
escuchan frente al endeudamiento extraordinario que ha tenido lugar en
los últimos meses. En este escenario de contradicciones insuperables, la
conclusión no puede ser otra que concentrar la acción política de la
izquierda -en la agitación general, en los lugares de trabajo y los
sindicatos, y entre la juventud y el movimiento de rebelión de la
mujer-, para fortalecer el camino de una revolución socialista.
El acto del 19 debe servir como tribuna de clarificación y como marco de un plan de acción.
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