17 de marzo de 2017
| Por Jorge Altamira
La movilización internacional de mujeres, el 8 de Marzo pasado, tuvo
características extraordinarias. La coincidencia acerca de esto no
conoce excepciones. En numerosos casos fue acompañada de huelgas. A cien
años de la huelga de mujeres en Petrogrado que dio inicio a la
Revolución Rusa, el método lleva el trazo de la lucha de clases de los
trabajadores. En Argentina hubo numerosos paros parciales entre las 13 y
las 15 horas; en Uruguay, el sindicato de municipales de Montevideo y
el de los profesores secundarios declararon una huelga de 24 horas. Ante
la amplitud y el vigor del movimiento las burocracias sindicales
intentaron en varios casos imprimirle su orientación. En Argentina de
algunas direcciones kirchneristas; en Uruguay del PIT-CNT; en Francia
tuvo lugar un acuerdo entre la burocracia sindical y el liderazgo
feminista. Esta injerencia recibió en casi todas partes un rechazo
tajante, que algunos han buscado distorsionar como un distanciamiento
del movimiento femenino del movimiento obrero como organización de
clase. Ocurre que la repulsa a la burocracia de los sindicatos y a las
operaciones de su aparato es compartida, con características
diferenciadas, en todo el mundo.
Las movilizaciones del 8 de Marzo no solamente tradujeron las
reivindicaciones enormes de la mujer, con mayor o menor claridad o
consecuencia, sino que recogieron y resumieron un movimiento social y
político de conjunto. Los reclamos y aspiraciones de la mujer son
incompatibles, en última instancia, con el régimen social y político
existente. En Estados Unidos, el carácter político de la movilización
femenina se manifestó enseguida después de la asunción de Trump, y sigue
constituyendo hasta ahora el principal contingente de masas que combate
contra la reacción política instalada en la Casa Blanca. Se trata de un
anticipo fenomenal de la incursión de grandes sectores populares y de
la clase obrera en el período próximo. La jornada del 8 levantó la
defensa de la población inmigrante y de los derechos a la salud. La masa
del movimiento femenino norteamericano proclama abiertamente su
objetivo de destituir a Trump y derrocar al gobierno reaccionario que
Trump preside.
En Argentina, el 8 de Marzo se distinguió en aspectos decisivos. Como
se ve en el programa que fue leído desde el escenario, fue la expresión
política más avanzada del movimiento de la mujer hasta el momento. Se
destacan el reclamo del derecho al aborto, el anti-clericalismo y la
denuncia del Estado como el gendarme de la discriminación y opresión de
la mujer. Último tramo de tres movilizaciones al hilo en esa semana, la
multitud en la calle se puso como ejemplo a sí misma al exigir un paro
nacional de las centrales sindicales. “Nosotras sí pusimos fecha” -
proclamaron. Dentro de la mejor tradición histórica de la lucha de la
mujer, la marcha del 8 denunció al gobierno de turno por su política de
expoliación de los trabajadores y de remate del patrimonio nacional. Se
observa, desde el Encuentro de la Mujer en Rosario, en octubre pasado,
una manifiesta radicalización, que se manifestó enseguida con la huelga
en repudio al asesinato de Lucía, la chica vejada, violada y mutilada
por una banda de narcos protegida por el estado marplatense. El marco de
contención política de los Encuentros, incluso con acuerdos con la
Iglesia, ha sido superado.
En el movimiento de la mujer se distinguen, a nivel mundial, numerosas
corrientes de ideas y tendencias políticas. Incluso la gran prensa
financiera ha reclamado un lugar en este movimiento, dedicando varias
ediciones a la discriminación de la mujer en los directorios y gerencias
de las corporaciones - solamente en forma marginal y estadística al
femicidio (Financial Times, The Wall Street Journal, The Economist, El
País, La Nación). La línea general de los editoriales de estos medios ha
sido abogar por una cierta paridad de género para ‘mejorar’ la imagen
del capital ante la opinión pública, pero al mismo tiempo para colocar
el tema de la mujer por encima del antagonismo de clases y para encubrir
esta cuestión estratégica de la sociedad capitalista ante los ojos de
la mujer. Como se puede ver, ninguna clase social se declaró ajena a la
causa femenina.
Sería de mucha importancia realizar una suerte de mapa o de inventario
de las corrientes de ideas y corrientes políticas dentro del movimiento
femenino; lo sería, al menos, para las mujeres socialistas y los
partidos marxistas. Pondría de manifiesto los puntos de contacto y de
diferencia entre esas corrientes y tendencias, y serviría por lo tanto
como factor de clarificación y de delimitación y, en esa misma medida,
para el frente único de acción. El movimiento de la mujer, como ocurre
con muchos otros, está atravesado por los intereses de diversas clases
sociales. Es manifiesto que una corriente del movimiento pregona la
finalidad de alcanzar la paridad de género en el marco de la sociedad
capitalista y, como consecuencia, la necesidad de defender a este
régimen capitalista. Al aislar la cuestión de género del antagonismo y
de la lucha entre las clases procura dar impresión de supra-clasismo,
cuando en realidad tiene por objetivo reclutar a la mujer trabajadora
para una causa reñida con la lucha por poner fin a la explotación
social, y separar a la mujer trabajadora de la lucha por la conquista
del poder político por parte de la clase obrera. Al movimiento
pluriclasista de la mujer, lo mismo que al feminismo, le interesa tener a
la mujer trabajadora en su seno, en tanto que la clase obrera, por
razones opuestas, la necesita en su campo común de clase, pues jamás
podría triunfar sin tener a esa mujer trabajadora luchando como
activista de clase del proletariado. Es así como se presenta una primera
disputa estratégica.
La corriente que reclama para sí la condición más radical ha adoptado
el término de feminismo anti-capitalista. No se limita a defender la
paridad de género como un objetivo estratégico y una posibilidad cierta
para todas las clases de la sociedad capitalista, y reclamar un frente
policlasista de la mujer, sino que propone consignas más avanzadas para
todas las identidades discriminadas, tanto étnicas como de género, y a
intervenir en el campo político, en especial contra los gobiernos
‘neo-liberales’ – esto sin abandonar su enfoque ‘cultural’ acerca de la
violencia de género. El anti-capitalismo de esta corriente tiene, sin
embargo, una barrera que no quiere franquear, que es promover la
organización clasista, autónoma de otras clases, y socialista de las
mujeres obreras y trabajadoras. Sin la organización socialista de la
mujer trabajadora, el ‘anticapitalismo’ no pasa de un eufemismo cuando
no de un engaño deliberado.
Todo esto nos lleva a dos cuestiones. La primera cuestión es que la
clase obrera que lucha por su propio poder y por el socialismo
internacional, necesita la unidad de organización y de acción de los
varones y las mujeres de su clase – es decir, que ninguno de ellos sea
apartado de una lucha de clases común. Para eso es necesario que la
mujer trabajadora se organice con un programa socialista y un método de
clase. La segunda cuestión es la necesidad que la mujer trabajadora así
organizada participe e influya en el movimiento general y democrático de
la mujer desde su posición de clase, y que desde esa posición de clase
procure persuadir a un número creciente de mujeres que la emancipación
femenina pasa por una lucha por el gobierno de los trabajadores y el
socialismo. Sin una organización socialista propia de la mujer
trabajadora, el feminismo anticapitalista es una abstracción que
confunde. Es muy positivo que, en oposición a los límites impuestos en
los Encuentros por acuerdos con el clero, el movimiento femenino se
declare abiertamente anti-clerical y combativo, pero el objetivo de los
marxistas es construir un movimiento propio de la mujer trabajadora que
participe en esa lucha como un componente clasista del proletariado que
tiene por objetivo el gobierno de la clase obrera.
Las posiciones de clase frente a la opresión de la mujer no son las
mismas en el complejo espectro del movimiento de la mujer, e incluso son
antagónicas. Las mujeres de la burguesía resuelven la esclavitud
doméstica privatizando el trabajo del hogar por medio de una trabajadora
a tiempo parcial o completo, y la crianza de los niños por medio de una
escuela privada de turno entero y con una niñera. La mujer de clase
media recurre, aunque en forma harto más limitada, a lo mismo. Asistimos
a una proletarización del trabajo doméstico precario y flexible; a una
profundización de la miseria social de la mujer trabajadora. Una
trabajadora solamente puede acabar con la esclavitud doméstica mediante
la socialización de los servicios del hogar, como los lavaderos
estatales, los comedores de empresas y municipales, los jardines del
mismo carácter y una participación directa en los asuntos comunes y
políticos por medio del poder de los consejos obreros. Empoderar a la
mujer significa, como primer paso, la participación en la lucha por el
gobierno de la clase obrera.
En las décadas de los ’60 y ’70 el movimiento feminista alcanzó un gran
desarrollo y esplendor, y es probable que los aportes que hizo en el
campo teórico acerca de la opresión de la mujer hayan sido los de mayor
nivel. Ese movimiento decayó, sin embargo, con el retroceso que
experimentaron los trabajadores, en partícular en los ’90. Pero ese
retroceso no fue la consecuencia mecánica de una ofensiva capitalista
sino de la capitulación completa de la socialdemocracia y del stalinismo
ante esa ofensiva, lo que los llevó a su virtual desaparición. Lo mismo
ocurrió con las filiales femeninas de estas corrientes.
Ahora, los pueblos enfrentan las consecuencias de una década de
bancarrotas capitalistas y de rescates que han sido pagados con enormes
sufrimientos por las masas, guerras a repetición y crisis políticas
severas, incluso en los países más desarrollados. Este conjunto de
factores anuncia un período de insurgencias y revoluciones, como ya ha
ocurrido en los países árabes y en Medio Oriente en general y en Asia.
El movimiento actual de la mujer irrumpe en estas circunstancias y ello
es una manifestación de la conciencia con que aborda el desafío de este
período histórico. Para obtener un resultado victorioso es necesario que
las mujeres explotadas se organicen, como ha ocurrido históricamente en
otras etapas revolucionarias, en un movimiento de clase y socialista,
que luche por el derrocamiento del poder capitalista y el gobierno de
trabajadores. La cuestión de la mujer es una cuestión histórica y una
cuestión social.
Una analogía histórica muestra una distancia abismal del movimiento
actual con relación al movimiento de mujeres socialistas y luego
comunistas hasta finales de la década de los ’20 del siglo pasado. Lejos
de ser un movimiento de masas y mayoritario, como en ese pasado, la
tendencia socialista en el movimiento de la mujer es en la actualidad
una franca minoría. Es un reflejo del retroceso del socialismo
revolucionario en el movimiento obrero en general. Esto produce una
presión hacia la adaptación al feminismo policlasista, sea a secas o
anti-capitalista.
El movimiento de la mujer socialista no puede auto-proclamarse desde
una posición minoritaria, debe ganar su lugar; por un lado, participando
con firmeza en la lucha general y democrática de la mujer, por el otro,
desarrollando un trabajo de organización de la mujer explotada en los
lugares de trabajo, en los sindicatos y entre las trabajadoras fuera del
mercado formal, y aprovechar así la tendencia al crecimiento de la
izquierda revolucionaria en el movimiento obrero y la juventud. Lo que
no puede hacer es renunciar a reforzar a la clase obrera mediante la
promoción de una activa participación de la mujer trabajadora en las
luchas obreras, por medio de una organización propia, y no puede ni es
admisible, renunciar a presentar ante el conjunto de las mujeres una
alternativa obrera y socialista.
Si “el estado es responsable” – hay que tomar el poder del Estado.
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