Por
Christian Rath
La primera Internacional (la Asociación Internacional de
Trabajadores, la AIT), en su congreso de Ginebra (1866) hizo votar, a
instancia de Eugene Dupont, representante de Carlos Marx, la siguiente
resolución: “1º) El Congreso considera la reducción de las horas de
trabajo como el primer paso en vista de la emancipación obrera; 2º) En
principio el trabajo de ocho horas debe considerarse suficiente…”. Por
primera vez este principio quedaba consagrado en un congreso obrero
internacionalista.
El III Congreso de la I Internacional (1868) fue más lejos:
consideró la disminución de las horas de trabajo como “condición
preliminar indispensable para todas las mejoras sociales ulteriores y en
especial el desarrollo de la instrucción de la clase obrera”. En las
pancartas de la época: “8 hours labour; 8 hours recreation; 8 hours
rest” (“8 horas de trabajo, 8 horas de recreación, 8 horas de
descanso”).
Fue el Congreso fundante de la II Internacional (la Internacional
Socialista), convocado en París en 1889, con preeminencia de delegados
considerados marxistas, el que tomó la decisión política de convocar a
“una gran manifestación internacional” por las ocho horas el 1º de Mayo.
El restablecimiento del 1º de Mayo como jornada internacional se
insertó en el período de mayor organización sindical y política de la
clase obrera hasta ese momento. La constitución de los sindicatos -en la
década del ’90 se producen en Gran Bretaña los primeros conflictos a
escala nacional- la conquista del voto para la clase obrera -el
porcentaje de votos del Partido Socialista Alemán pasó del 10,1 al 23,3%
entre 1887 y 1893-; la reconstitución de “la Segunda” y hasta el fútbol
como identificación de un deporte con el proletariado, son fenómenos de
este período.
Los años negros
La lucha por la jornada de ocho horas es inescindible de la gran
crisis capitalista de 1873/1890, que originó una larga depresión que
algunos extienden hasta 1895, “una divisoria de aguas entre dos estadios
del capitalismo: aquel inicial y vigoroso, próspero y lleno de
optimismo aventurero y el posterior, avergonzado, indeciso y, dirían
algunos, mostrando ya las marcas de la senilidad y decadencia”¹. La
crisis evidenció una gran sobreproducción de mercancías y capitales en
las economías capitalistas, en relación con el mercado mundial de la
época, precedida por el avance gigantesco de las economías industriales
de Estados Unidos y Alemania, en desmedro del monopolio inglés.
Financiera en su inicio, continuó con la quiebra bancaria e industrial.
La lucha por la reducción de la jornada laboral y la preservación del
empleo y del salario adquirieron entonces características más enconadas y
la lucha de clases del periodo se convirtió en la gran moldeadora de la
organización de la clase obrera en el fin de siglo.
En la convocatoria del Partido Obrero Francés -impulsor de la
jornada internacionalista- al 1º de Mayo se lee: “La jornada de ocho
horas significa lugar en el taller para los desocupados, a quienes
multiplica el fatal desarrollo del maquinismo… es la supresión de las
desocupaciones periódicas, que nos condenan cada vez más a la
humillación de las oficinas de beneficencia”.
Despertar político
La llamada Gran Depresión provocó una ruptura en el proletariado
inglés. La capa privilegiada -una creciente aristocracia obrera- fue
golpeada por un ascenso espectacular de los trabajadores no
especializados, peones y obreros de las industrias. “La potente revuelta
de este sector de trabajadores bajo la dirección de los militantes
socialistas y la formación de ‘nuevos’ sindicatos después de 1885
señalan el comienzo de una nueva era en la historia del movimiento
obrero”². Quince días antes del estruendoso día internacional de mayo de
1890 en Londres, Engels escribe a Sorge: “en un país de movimiento
político y obrero tan antiguo hay siempre un enorme montón de basura
tradicionalmente heredada que es preciso limpiar gradualmente. Están los
prejuicios de los sindicatos de obreros calificados -mecánicos,
albañiles, carpinteros y ebanistas, tipógrafos- todos los cuales deben
ser destruidos… el movimiento avanza bajo la superficie, abarca sectores
cada vez más amplios, en su mayoría pertenecientes a la hasta ahora
inactiva capa inferior”³. La propia movilización de mayo es una victoria
del nuevo “unionismo”, pues se oponen a ella las viejas tradeunions y
la Federación Socialdemócrata. En todo Gran Bretaña se produjo un
despertar político de la clase obrera: las nuevas fuerzas constituyeron
una poderosa oposición en la central obrera (TUC) y en 1893 se formó el
Partido Obrero Independiente, que Engels saludó como una posible vía
para derrotar a los elementos colaboracionistas.
Negros y blancos
En 1877 una serie de huelgas generales dirigidas por los
ferroviarios conmovieron las principales ciudades de Estados Unidos en
respuesta a una rebaja de salarios. El movimiento buscó rápidamente una
cabeza política, el joven Working Men’s Party (WMP). El levantamiento
tuvo características históricas. En un escenario dominado por las
“fraternidades” de oficio, escindidas unas de otras -maquinistas,
guardas, foguistas- la rebelión alumbró el primer intento de
organización colectiva de los trabajadores del riel. Más importante aún,
por primera vez hicieron irrupción los obreros no calificados (un
fenómeno que no puede escindirse de la victoria del Norte contra el Sur
esclavista en la Guerra de Secesión). Los explotados de la gran
industria, totalmente desorganizados, hicieron causa común con los
ferroviarios, los negros junto a los blancos. Los Knights of Labor
(Caballeros del Trabajo) se convirtieron en un movimiento de masas, años
más tarde, sobre la base de plantearse esta misma tarea en una doble
perspectiva: la unión de los trabajadores de todas las calificaciones
-el desarrollo de la gran industria mecanizada reducía al mecánico al
nivel de un peón jornalero- y de todas las razas. Plantearon un atisbo
de definición clasista: “Si tocan a uno tocan a todos”, pero jamás
pudieron superar su límite político, al declararse abiertamente anti
anarquistas y antisocialistas.
La crisis capitalista fue forjando un cambio en la conciencia del
movimiento de lucha de la época. En 1881 la flamante Federación de
Sindicatos, luego Federación Americana del Trabajo (AFL), pidió una ley
nacional de ocho horas para los empleados del gobierno, pero en 1884,
cuando la crisis se descargó con fuerza se produjo un cambio de frente.
El IV Congreso de la AFL se pronunció por una acción propia de los
sindicatos, llamando a imponer las ocho horas en los lugares de trabajo a
través de la acción directa frente al fracaso de los reclamos ante el
Estado y el logro de la reducción de la jornada de trabajo en una serie
de gremios y ciudades por esta vía. La agudización de la crisis en
1883/85 fue determinante en esta radicalización. El Congreso de 1884
votó una resolución que llamó a las organizaciones obreras a imponer la
jornada de ocho horas a partir del 1º de mayo de 1886. Los Caballeros
del Trabajo fueron convocados a esta campaña luego de ser protagonistas
de la huelga ferroviaria de 1884, que derrotó un nuevo intento de
reducción de salarios y antes de las prolongadas huelgas de 1885 contra
cierres y por aumentos de salarios que incluían a la mano de obra no
calificada.
¿Por qué los delegados a la convención obrera de Chicago adoptaron
el 1º de Mayo como punto de partida del régimen de ocho horas o de la
suspensión del trabajo allí donde éstos no se sometieran? En ese tiempo
existía en Nueva York y otros Estados la tradición del “moving-day”, el
día en que formalmente concluían -y debían renovarse- los
arrendamientos, alquileres y contratos.
¡A partir de hoy, no más de ocho horas!
El día esperado hubo no menos de 5.000 huelgas y alrededor de
340.000 huelguistas. Miles y miles de obreros conquistaron una nueva
jornada, una conquista que alcanzó a una minoría de la clase obrera pero
marcó el primer movimiento nacional de lucha en función de este reclamo
esencial. En Chicago, el centro de la agitación obrera en esa época,
hubo una provocación: una bomba cayó sobre las fuerzas policiales y mató
a ocho de los efectivos. Seis dirigentes del movimiento de lucha fueron
condenados a la horca y su actitud frente a la muerte es, hasta el día
de hoy, un acto que enaltece a la clase obrera mundial.
Siete años después el flamante gobernador de Illinois realizó una
exhaustiva investigación y probó que el veredicto había sido dictado
“cumpliendo órdenes”. Uno de los jurados del tribunal lo había
adelantado: “los colgaremos lo mismo. Son hombres demasiado
sacrificados, demasiado inteligentes y demasiado peligrosos para
nuestros privilegios”4.
En 1887, el presidente Cleveland estableció el Día del Trabajo en
septiembre, para evitar que el 1º de Mayo sirviera como homenaje a los
Mártires de Chicago.
1. Dobb, Maurice: La evolución del capitalismo, Río de Janeiro, Zahar, 1976.
2. Morton y Tate: Historia del movimiento obrero inglés, Fundamentos, 1971.
3. Marx-Engels: Obras escogidas, Editorial Ciencias del Hombre, Buenos Aires, 1973.
4. Guérin, Daniel. Estados Unidos 1880-1950… Movimiento Obrero…, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1972.
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