Un texto inédito de Pablo Rieznik
22 de septiembre de 2016
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#1429
| Por Pablo Rieznik
Hace un año, un 17 de septiembre, moría Pablo Rieznik. Entre sus
textos inéditos, al menos en Prensa Obrera, figura esta guía para una
lectura “apasionada” de la historia de la Revolución Rusa. Refiere al
libro La Revolución Rusa en el siglo XXI (Rumbos, 2008), escrito a 90
años de la acción histórica más acabada que haya realizado el
proletariado hasta la fecha y su tema omnipresente es el del partido. En
su enumeración de las ocho premisas históricas que condujeron a la
Revolución, León Trotsky, reservaba un lugar particular, por un lado, a
la crisis mundial del capitalismo y el inicio de la transición histórica
entre el capitalismo y el socialismo; por el otro, al partido. En un
terreno de comparaciones dirá que la burguesía liberal pudo tomar el
poder como resultado de luchas en las cuales, en muchos casos, no había
participado. En cambio, las masas trabajadoras han sido acostumbradas a
dar el fruto de su explotación y no a tomarlo. “Trabajan pacientemente,
esperan, pierden la paciencia, se sublevan, combaten, mueren, dan la
victoria a otros, son traicionadas, caen en el desaliento, se someten,
vuelven a trabajar”. Por esta historia y por su presente, el
proletariado tiene necesidad de un Partido (así, con mayúscula) superior
a todos los demás en claridad de pensamiento y firmeza revolucionaria.
Aquel partido bolchevique que llevó a la victoria a la Revolución era la
condensación de todo lo vivo y dinámico de la historia de Rusia. Contra
toda la mediocridad a la que se le escapa el derrumbe capitalista que
estamos viviendo, sostenemos la vigencia de la época de revoluciones que
inaugura el Octubre ruso, porque están vigentes las condiciones
históricas que lo hicieron posible.
Como lo querría Pablo, como parte de una acción militante, mirando hacia adelante.
Christian Rath
No existe una sola manera de abordar la historia. Tampoco, entonces,
una única manera de volver sobre lo que E. H. Carr llamó “el mayor
acontecimiento del siglo XX”: la revolución socialista de 1917. La
afirmación puede sorprender pero no debe extrañar, porque es siempre
desde un “hoy”, concreto y original, que abordamos el tiempo que lo
precedió: “la historia cosecha los acontecimientos del pasado,
amplificándolos o no en función de las necesidades presentes. Es en
función de la vida que se interroga la muerte”. Hermosa definición de
otro gran historiador, llamado Lucien Fevbre, y que tomamos como frase
de cabecera en la materia que organizamos junto a un grupo de compañeros
en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires,
precisamente en la carrera de Historia.
Así importa leer también “nuestra” historia del octubre de 90 años
atrás en las páginas de Prensa Obrera. Por eso mismo comenzó con una
significativa nota relativa a la “actualidad” de la Revolución como un
fenómeno vivo de nuestro tiempo. Late, entonces, en el espíritu de la
serie de notas y artículos del 90° aniversario la tensión de una era
histórica inacabada, de una época marcada por un capitalismo que
sobrevive entre convulsiones sociales, terremotos económicos, guerras y
revoluciones; en resumen, del agotamiento de una sociedad y a la escala
precisamente de lo que es propio de los ciclos históricos. En las
caracterizaciones de los revolucionarios de las primeras décadas del
siglo sobre el imperialismo y la guerra, tenemos entonces la génesis de
un proceso que se ha extendido penosamente en el tiempo. Que es nuestro
tiempo: el tiempo del p(P)artido o(O)brero.
El partido, como organización insustituible de la vanguardia, se
destaca particularmente desde el inicio de las entregas de esta serie,
cuando se cuestiona uno de los mitos más difundidos en torno a la
revolución del 17: el que la define como un resultado de la primera
guerra. En las primeras notas de “nuestra” historia, sin embargo,
ponemos de relieve lo contrario, que la carnicería imperialista no sólo
era un producto de las contradicciones mortales del imperialismo sino
que era también una política contra la revolución, para exacerbar el
espíritu patriotero, para desviar y aplastar la insurgencia social, para
llevar la presión sobre las burocracias de los partidos socialistas al
extremo de asociarlas a la más pérfida traición. La guerra fue un
obstáculo y no un catalizador para el proceso revolucionario. Si la
barbarie capitalista incubó la revolución fue sólo por la mediación de
una organización, de una acción, de una teoría y una práctica que
encarnó en el agrupamiento colectivo y consciente de la vanguardia
obrera: el partido, el partido obrero, el partido revolucionario. Desde
que la historia de la Revolución Rusa comienza es la historia del
partido que hizo Historia.
La historia de la revolución es, entonces, la del partido obrero,
también la de nuestro Partido Obrero. Porque, como indicamos en un
principio, es desde nuestra actividad vital que interrogamos y
asimilamos las experiencias de ayer y la lucha del bolchevismo. Es así
como valoramos la delimitación política implacable del “centroizquierda”
(mencheviques y social revolucionarios) como un recurso ineludible en
defensa de la propia revolución. O como apreciamos la tarea de marchar a
la conquista revolucionaria de las masas, la cuidadosa labor de
preparación que toda labor revolucionaria exige, los debates en la
vanguardia, la importancia de distinguir una táctica revolucionaria de
la aventura apresurada... Así recorrimos hasta ahora los debates sobre
el carácter de la situación planteada con el “doble poder”, la obsesión
de Lenin por las peculiaridades y el ritmo de desarrollo del proceso
revolucionario, la cuestión de los vínculos entre el proletariado, los
campesinos, la pequeña burguesía, los intelectuales, las consignas del
poder y la marcha de los soviets al poder, la renovación programática y
práctica del propio partido ¿Puede un luchador consciente no percibir en
todo esto y como dice el dictado latino que “de te fabula narratur” (de
ti habla la historia), que en todo esto vibra la etapa tan intensa de
luchas que aquí en nuestro presente, sigue marcada por el “argentinazo”?
No sólo hablamos de la Revolución Rusa, hablamos de “nosotros” y desde
“nosotros”. El partido obrero, desde siempre, no sólo participa del
proceso vivo y cambiante de su circunstancia y de su revolución, sino
que, el mismo, es -y no podría dejar de ser- una organización viva,
cambiante, que no sólo se nutre de la realidad sino que la intenta
crear, encauzar, revolucionar.
Por eso mismo cuando Lenin termina de escribir las “tesis de abril”,
conocidas como el documento que trazó el camino del partido hacia la
segunda revolución, hacia la revolución de octubre, advierte que ninguna
tesis, ningún programa, se hace efectivo en el papel, que es apenas un
punto de partida, que hay que reorganizar al partido para que actúe como
bloque. Para que discuta cómo dirigirse a las más grandes masas, puesto
que todo proceso revolucionario implica la violenta irrupción de
millones de explotados en un terreno del cual normalmente están
sustraídos por la dominación rutinaria y embrutecedora de los
explotadores. Entonces, el lector puede observar en las entregas de la
serie del 90° aniversario la convocatoria a la tarea colectiva del
partido para traducir sus principios y programa en nuevos conceptos, más
sencillos, adaptados a las necesidades de un pueblo gigantesco que se
puso en marcha, renovando su lenguaje, sus órganos de prensa, su
agitación y propaganda. Y acaso, hoy como ayer ¿no reconocemos en este
desafío una tarea de todos los días? ¿No lo reconocemos también en la
apelación del partido bolchevique a transformar al socialismo, no en la
conclusión de un análisis teórico sino en las respuestas concretas a los
problemas de los trabajadores y explotados frente al completo desastre
de la existencia humana que depara el capitalismo?
Todos los temas aquí señalados, y no son todos los temas, estuvieron
presentes en las entregas de la historia de la Revolución Rusa que
publicamos. En ellas se reconocen la vida y el presente porque están
escritas con el valor agregado de una pasión militante, con la ansiedad
legítima de una construcción de hoy y de siempre, mientras la necesidad
de la revolución sea una necesidad humana. No decimos pasión porque sí:
“la pasión es la fuerza del hombre que se esfuerza por alcanzar su
objeto”. La sentencia es de Marx y de 1844. Que sirva de estímulo,
entonces, para una relectura de la historia de la Revolución Rusa, una
lectura…apasionada; es decir, comprometida y actual.