El accidente de Castelar debería ser la gota que rebalse el vaso de una
política ferroviaria agotada, con independencia de los resultados de la
investigación sobre las causas y responsabilidades del último choque de
trenes y de la avidez por su utilización política. Un secretario de
redacción de mediados del siglo pasado azuzaba a sus periodistas con una
consigna: “Escriba, no piense”. Las denominadas redes sociales deberían
reconocerlo como precursor, porque su ideal se ha hecho realidad en los
tweets disparados en momentos de conmoción, como los de Luis D’Elía
asociando el accidente con Rubén Sobrero y Fernando Solanas o ¡¡¡¡con el
bombardeo de 1955 a la Plaza de Mayo, aunque para ello deba imaginar un
maquinista kamikaze!!!! Pero el mayor tiempo de reflexión no garantiza
el resultado, como se advierte en la columna de Joaquín Morales Solá,
“También se estrelló el relato”. Para llegar al núcleo del problema es
necesario despejar el camino de estas caricaturas extremas y de todos
los intentos de politizar la tragedia.
Es irrefutable la afirmación de Florencio Randazzo de que no se puede
realizar en un año lo que no se hizo en cincuenta, pero tampoco es
discutible que dentro de esos cincuenta hay al menos nueve de la gestión
iniciada en mayo de 2003. El núcleo duro conceptual es la difícil
compatibilidad entre la política de subsidios y la gestión privada de
los ferrocarriles
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-222398-2013-06-16.html
https://dl.dropboxusercontent.com/u/14651948/Transporte_planIntegral_Ocvirck.pdf
domingo, 16 de junio de 2013
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