La descomposición del fútbol profesional amenaza con dinamitar uno de
los valores más preciados en este rincón del planeta. Y no trata de que
el tema sea novedoso, pero sí de comprobar hasta qué punto la obscenidad
de los grandes actores (el Estado, la AFA, la Conmebol, la dirigencia
de los clubes...) marca el territorio, impone la agenda y cultiva el
hábito del tero, pegar el grito acá y poner el huevo allá. Resulta que
el ministro de Seguridad nos desayuna con que el fútbol argentino "está
podrido" (sic). Lo que no dice Berni es que su gobierno es una pieza
clave de las podredumbres. No dice que la noche del gas pimienta jugaba
su propio partido contra el presidente de Boca, Angelici, un delfín de
Macri, quien amén de administrar negocios variopintos con la barrabrava
de Boca, había fantaseado con llegar a la presidencia de la AFA.
No dice Berni, tampoco, que entre los barras del club que investiguemos
hay más de cuatro punteros del FpV (algunos, claro, de las diferentes
fracciones de los pesados de Boca, delincuentes orgánicos asociados en
el lucro de los trapitos, de la venta de panchos, de hamburguesas, de la
reventa de entradas y de los paseos turísticos a la Bombonera) y
tampoco dice que no hay constancia de que la gestión de Cristina
Kirchner tenga la menor decisión política de sanear el fútbol. Nadie
está obligado a investigarse a sí mismo y mucho menos a condenarse.
Cristina supo salir en tácita defensa de los barras ("los muchachos que desde el para-avalancha le dan color a la tribuna"), así como en su momento Néstor Kirchner había puesto en breve suspenso su investidura para enviar un caluroso saludo a la Guardia Imperial, nombre de guerra de los barras de Racing y dueños de un frondoso prontuario, incluida la sospecha de haber consumado el crimen del periodista partidario Néstor Pacheco. En realidad, la íntima vinculación de los aparatos del Estado y de la burocracia sindical con los "inadaptados de siempre" (de inadaptados, nada: adaptados, asociados y protegidos) supone un extenso pluscuamperfecto. ¿O ya nos olvidamos de que el barrabrava Rafa Di Zeo se casó con la secretaria de Felipe Solá cuando el hoy diputado nacional era gobernador de Buenos Aires y a la hora de cortar la torta estaban juntos, incluidos Martín Palermo? En el mismo lodo todos manoseados. ¿O ya nos olvidamos de que en pleno esplendor de la primavera alfonsinista el diputado Bello cultivaba una cordial relación con la barra dura de Boca? ¿O ya nos olvidamos de los barras de Estudiantes de La Plata, asesinos de José Luis Cabezas, y de los asesinos de Mariano Ferreyra que, a la vez, eran fuerza de choque en las tribunas de allá y acá, etcétera?
La llamada violencia en el fútbol es imposible de explicar sin denunciar una gigantesca cadena de complicidades. La Fifa, la Uefa, la Conmebol, son organismos de una fuerte impronta mafiosa, que manejan la caja grande y atienden según la cara del cliente (si Boca sufrió sanciones menores es gracias a la fecundidad de su lobby y por ser un socio caracterizado del opíparo negocio de las competencias internacionales), pero ni la AFA ni la enorme mayoría de los dirigentes argentinos tienen autoridad moral para presumir pureza. "A ver si tomamos el ejemplo de Inglaterra con los hooligans", dicen, cuando las papas queman y encuentran útil hacer el numerito de stand up frente a las cámaras. Hipócritas. Escamotean que en Inglaterra fue posible circunscribir a los hooligans porque, entre otras cosas, no eran punteros políticos o guardaespaldas de burócratas sindicales y que, además, el resultado de la limpieza dejó afuera de las canchas a los sectores de menor poder adquisitivo. La Premier League reúne innegables virtudes de orden organizativo, pero devino un artículo exclusivo de la escala más alta de la burguesía y de las clases medias. Los obreros ingleses fueron forzados a contentarse con ver los partidos por televisión, apiñados en los bares en torno de espumosos jarrones de cerveza negra de precio módico.
No pretendo poner en el lugar de la pura virtud a los futbolistas, al periodismo especializado y al hincha común. Que los futbolistas son lo más noble del fútbol es una mera leyenda: por lo menos, los de la elite hacen su razón de ser en la búsqueda de la ventaja a como dé lugar, viven mirándose el ombligo. Los periodistas contribuimos de forma insana cuando fomentamos la nefasta cultura del aguante y el hincha común cuando confunde devoción por sus colores con devoción por su propia hinchada y concibe a un adversario deportivo como a su enemigo. Pero el pez se pudre por la cabeza. ¿Así que el gas pimienta lo tiró el "Panadero"? El "Panadero" no bajó de un plato volador. Es un hombre fiel a Digón, PJ, sindicalista, ex lacayo de la OIT. Hechas las cuentas, la conclusión va de suyo: recuperar al fútbol como genuino patrimonio cultural ( yo no creo que la tenga de hecho eliminaria el deporte profesionalizado , ya que no es deporte sino show comercial que funciona para distraer a las masas explotadas como el circo romano en el pasado ) también dependerá de que las masas explotadas consumen su destino emancipador.
Cristina supo salir en tácita defensa de los barras ("los muchachos que desde el para-avalancha le dan color a la tribuna"), así como en su momento Néstor Kirchner había puesto en breve suspenso su investidura para enviar un caluroso saludo a la Guardia Imperial, nombre de guerra de los barras de Racing y dueños de un frondoso prontuario, incluida la sospecha de haber consumado el crimen del periodista partidario Néstor Pacheco. En realidad, la íntima vinculación de los aparatos del Estado y de la burocracia sindical con los "inadaptados de siempre" (de inadaptados, nada: adaptados, asociados y protegidos) supone un extenso pluscuamperfecto. ¿O ya nos olvidamos de que el barrabrava Rafa Di Zeo se casó con la secretaria de Felipe Solá cuando el hoy diputado nacional era gobernador de Buenos Aires y a la hora de cortar la torta estaban juntos, incluidos Martín Palermo? En el mismo lodo todos manoseados. ¿O ya nos olvidamos de que en pleno esplendor de la primavera alfonsinista el diputado Bello cultivaba una cordial relación con la barra dura de Boca? ¿O ya nos olvidamos de los barras de Estudiantes de La Plata, asesinos de José Luis Cabezas, y de los asesinos de Mariano Ferreyra que, a la vez, eran fuerza de choque en las tribunas de allá y acá, etcétera?
La llamada violencia en el fútbol es imposible de explicar sin denunciar una gigantesca cadena de complicidades. La Fifa, la Uefa, la Conmebol, son organismos de una fuerte impronta mafiosa, que manejan la caja grande y atienden según la cara del cliente (si Boca sufrió sanciones menores es gracias a la fecundidad de su lobby y por ser un socio caracterizado del opíparo negocio de las competencias internacionales), pero ni la AFA ni la enorme mayoría de los dirigentes argentinos tienen autoridad moral para presumir pureza. "A ver si tomamos el ejemplo de Inglaterra con los hooligans", dicen, cuando las papas queman y encuentran útil hacer el numerito de stand up frente a las cámaras. Hipócritas. Escamotean que en Inglaterra fue posible circunscribir a los hooligans porque, entre otras cosas, no eran punteros políticos o guardaespaldas de burócratas sindicales y que, además, el resultado de la limpieza dejó afuera de las canchas a los sectores de menor poder adquisitivo. La Premier League reúne innegables virtudes de orden organizativo, pero devino un artículo exclusivo de la escala más alta de la burguesía y de las clases medias. Los obreros ingleses fueron forzados a contentarse con ver los partidos por televisión, apiñados en los bares en torno de espumosos jarrones de cerveza negra de precio módico.
No pretendo poner en el lugar de la pura virtud a los futbolistas, al periodismo especializado y al hincha común. Que los futbolistas son lo más noble del fútbol es una mera leyenda: por lo menos, los de la elite hacen su razón de ser en la búsqueda de la ventaja a como dé lugar, viven mirándose el ombligo. Los periodistas contribuimos de forma insana cuando fomentamos la nefasta cultura del aguante y el hincha común cuando confunde devoción por sus colores con devoción por su propia hinchada y concibe a un adversario deportivo como a su enemigo. Pero el pez se pudre por la cabeza. ¿Así que el gas pimienta lo tiró el "Panadero"? El "Panadero" no bajó de un plato volador. Es un hombre fiel a Digón, PJ, sindicalista, ex lacayo de la OIT. Hechas las cuentas, la conclusión va de suyo: recuperar al fútbol como genuino patrimonio cultural ( yo no creo que la tenga de hecho eliminaria el deporte profesionalizado , ya que no es deporte sino show comercial que funciona para distraer a las masas explotadas como el circo romano en el pasado ) también dependerá de que las masas explotadas consumen su destino emancipador.
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