Rolando Astarita [Blog]
Esta es la tercera y última entrada de “Lenin, sobre dependencia y liberación nacional” (la primera aquí, la segunda aquí).
Planteos conectados
El tema tratado en esta nota
enlaza con otros planteos que he presentado en este blog. Una primera
cuestión es que no tiene sentido decir que actualmente el país
dependiente típico es explotado (seguramente en este punto tengo una
diferencia con el planteo de Lenin). Es que en la actualidad la relación
económica predominante, en los países dependientes, es capitalista, y
por lo tanto la extracción del excedente opera a través de la generación
y apropiación de plusvalía, de la queparticipan los capitales según su
fuerza relativa, sean nacionales o extranjeros; la cuestión del
colonialismo en esto no interviene. Pero si los capitales nativos de los
países dependientes participan de la explotación según su fuerza
relativa, no tiene sentido decir que son explotados, u oprimidos, por
los capitales extranjeros; más bien son socios en la explotación del
trabajo. Éste es un punto en el que mantengo una fuerte diferencia con
buena parte de la izquierda “nacional”, que piensa que la burguesía
criolla es “semi-oprimida” por el imperialismo (según Trotsky, 1937, la
burguesía de los países semicoloniales sería una clase “semi-gobernante,
semi-oprimida”). Los países dependientes y atrasados hoy no están
sometidos al saqueo y pillaje por vía de la dominación colonial, y por
lo tanto no tiene sentido afirmar que “la nación” (esto es,
comprendiendo a su clase dominante) está oprimida, o explotada en alguna
forma.
Para expresarlo con nombres, en
Argentina los grupos Socma, Techint, Lázaro Báez, Bulgheroni, Clarín,
Macro, Arcor, Pescarmona, Grobo y similares, no son explotados, sino
explotadores. Algo similar ocurre con los grandes grupos económicos
mexicanos, chilenos, malayos o indios. Pueden estar asociados con
capitales extranjeros, sean financieros, comerciales o productivos, pero
no por ello están colonizados. Lo mismo se puede decir de los
inversores argentinos (o de cualquier otro país atrasado) que realizan
inversiones directas en otros países, o colocan fondos en los grandes
centros financieros internacionales. Sus intereses están entrelazados
con los del gran capital. Un funcionario argentino que invierte sus
dinerillos en un paraíso fiscal, no es un explotado por el capital
financiero internacional; es alguien que ha participado, y se ha
beneficiado, de la explotación de la clase obrera de “su” país, y se
sigue beneficiando de la explotación del trabajo a nivel global. En
definitiva, la clase dominante argentina, como la de cualquier otro país
dependiente, no es “semi-oprimida” ni “semi-explotada”, como aparecía
en la visión tradicional basada en la caracterización “Argentina
semicolonia”. Por esta razón, tampoco tiene sentido sostener que la
clase obrera europea o estadounidense participa de la explotación de la
clase obrera del llamado tercer mundo, como sostienen algunos marxistas
“nacionales” (hace algunos años, escuché por televisión a la por
entonces diputada Ripoll decir que los trabajadores españoles gozaban de
“altos salarios” porque las empresas españolas sobre-explotaban a los
trabajadores argentinos).
En segundo término, la evolución de la
mayoría de los países de colonias a países capitalistas dependientes, no
se puede comprender si se sigue aferrado a la idea de que la entrada
del capitalismo europeo en la periferia sólo generó retroceso de las
fuerzas productivas o estancamiento. O que la oligarquía terrateniente
nunca podría evolucionar hacia alguna forma de capitalismo agrario. Se
trata de una tesis que se instaló en la izquierda a partir de 1934
(séptimo congreso de la Internacional Comunista), y se mantuvo, con
pocas variantes, hasta el día de hoy. Por eso es tan común que la
izquierda “nacional” diga que Marx se equivocó cuando pronosticó que en
el largo plazo la entrada de los ferrocarriles británicos en India
terminaría generando capitalismo indio (y buena parte de la izquierda
“ortodoxa” guarda prudente silencio sobre el asunto).
Por eso también, casi nadie quiere
recordar los pasajes en los que Lenin planteaba que la entrada del
capital extranjero en las colonias daría lugar al desarrollo de fuerzas
productivas capitalistas en esos territorios. Según la visión
“estancacionista”, en las periferias sólo podían reinar el atraso y el
saqueo colonial, de manera que el desarrollo capitalista estaba
“bloqueado” (término empleado por Samir Amin, o Ernest Mandel) en algún
sentido fundamental. Sin embargo, la predicción de Marx se mostró más
acertada que el enfoque estancacionista (véase aquí).
Indudablemente, la entrada del capital en el Tercer Mundo, del brazo
del colonialismo, provocó enorme devastación y retroceso (véase Bairoch,
1982), y esta situación es el elemento de verdad que tienen las tesis
estancacionistas. Pero también generó, dialécticamente, las condiciones
para que surgiera una fuerza social burguesa, con raíces propias. En la
Argentina dependiente del siglo XIX, por caso, las inversiones
británicas de ferrocarriles, alentadas por los gobiernos
tradicionalmente considerados pro oligárquicos y pro capital extranjero
-Mitre, Sarmiento, Avellaneda- también alentaron, en definitiva, un
desarrollo capitalista. Puede, con toda razón, considerárselo un
desarrollo tecnológicamente atrasado y desarticulado, pero no dejó de
ser desarrollo capitalista. Obsérvese que desde la perspectiva que estoy
defendiendo, un libro como Facundo, de Sarmiento, no es la
expresión de un programa de desarrollo colonial, como sostiene la
corriente nacional, sino capitalista; más precisamente, de acumulación originaria -esto es, por medio de la violencia- capitalista.
El desarrollo capitalista, por otra
parte, hace que en la actualidad sea más visible la distancia que media
entre los países dependientes, y las colonias y semicolonias que
analizaba Lenin. Más aún, hoy la exportación de capitales desde países
atrasados, y el surgimiento de grupos con intereses globales y raíces
en los países atrasados, introducen nuevas complejidades en las
relaciones de dependencia. En 2000 la participación de los países
atrasados en la inversión extranjera directa mundial era del 12%; en
2012 fue del 35% (los BRICS, esto es, Brasil, Rusia, India, China y
Sudáfrica son los mayores inversores; UNCTAD, 2013)). En 2011 el 42% del
stock de IED de los BRICS estaba en países adelantados (y el 34% en
EEUU). En 2012, entre los 20 países inversores más importantes del mundo
estaban China (segundo lugar, con 123.000 millones de dólares); Rusia,
en el octavo lugar (con 51.000 millones de dólares); Corea, en el puesto
13; México en el 15; Singapur en el 16 y Chile en el 17 (con 21.000
millones de dólares; fuente UNCTAD 2013). En la lista Fortune
2012 de las 500 empresas globales más poderosas del mundo, 73 empresas
eran de China, 13 de Corea del Sur, 8 de Brasil, 8 de India, 7 de Rusia,
6 de Taiwán, 3 de México, 2 de Singapur, y con una empresa figuraban
Malasia, Colombia, Tailandia, Venezuela, Arabia Saudita y Emiratos
Árabes. Según el McKinsey Global Institute, de las 8000 empresas que a
nivel mundial producen ingresos superiores a 1000 millones de dólares
anuales, el 26% pertenece a países atrasados. No estamos diciendo con
esto que Malasia o Brasil se equiparan con Japón o EEUU, sino
significando que hubo un desarrollo capitalista, y que las burguesías de
muchos países atrasados en absoluto pueden ser consideradas simples
marionetas de los capitales de las grandes metrópolis.
El desarrollo también involucró
a las famosas “oligarquías terratenientes parasitarias”. Por ejemplo,
en Argentina, cuando se dieron las condiciones, los grandes propietarios
de la tierra en la Pampa Húmeda invirtieron en la producción de soja y
maíz, y avanzaron por una vía capitalista. Se puede discutir si es un
avance tecnológico mayor o menor que el de los países adelantados, pero
no hay dudas de que se trató de un desarrollo capitalista. Lo mismo
sucedió con otras esferas de la actividad económica: surgió un
capitalismo con bases propias, que actúa en conveniencia con el capital
extranjero. Se confirma también que esta evolución terminó acentuando la
relación de las economías de estos países con el mercado mundial, y con
el capital mundial. El desarrollo capitalista da como resultado que
todas las economías sean hoy cada vez más interdependientes. La
discusión sobre la “cuestión nacional” (y la famosa “burguesía
nacional”) en países como Argentina, se resuelve en la intelección de
estos desarrollos.
Liberación nacional y contradicción capital trabajo
Como no podía ser de otra
manera, las diferencias en torno a estas cuestiones desembocan en
diferencias en torno al carácter de las luchas sociales y políticas, y
los programas que deberían defender los socialistas en los países
atrasados. En la visión “a lo Milcíades Peña”, el problema fundamental
sería lograr la liberación nacional. El enfrentamiento de la clase
obrera con la burguesía se plantea, desde esta óptica, no porque el
capital implique una relación de explotación, sino porque juega un rol
contrarrevolucionario en relación a la liberación nacional. Volviendo al
escrito de Peña, ya citado: “Ante todo, la clase obrera se enfrenta a
la burguesía porque ésta es una clase básicamente antinacional y
contrarrevolucionaria desde el punto de vista de la realización de las
grandes tareas revolucionarias de la nación. Por eso la tendencia a
poner en primer plano los antagonismos entre el proletariado y la
burguesía nacional olvidando el antagonismo entre la nación y el
imperialismo es sin duda condenable, pero igualmente condenable,
igualmente nocivo y contrarrevolucionario, es el intento de ocultar,
frenar y taponar la lucha de clases en supuesto beneficio de la lucha
nacional antiimperialista” (pp. 159-160).
Este pasaje sintetiza en buena
medida las diferencias entre Peña (y el trotskismo, la corriente de la
dependencia y similares), por un lado; y la izquierda nacional (incluido
el stalinismo), por el otro. Pero también permite ver la distancia
entre el planteo de esta nota, y el de Peña (y los trotskistas). De
acuerdo al enfoque que defiendo, hay que poner en primer plano el
antagonismo entre el capital y el trabajo, no porque esté pendiente
alguna tarea histórica de liberación nacional, sino porque domina un
modo de producción basado en la explotación del trabajo por el capital,
sea este último nativo o extranjero. Lo cual conecta, inevitablemente, con la perspectiva internacionalista.
Por otra parte, también pierde
sentido el apoyo “crítico” a partidos o corrientes políticas por su
pretendido “antiimperialismo”. Una cuestión que, en determinadas
coyunturas, ha marcado líneas políticas y mensajes cargados de sentido
“nacional”. Por ejemplo, en 2002 muchos dirigentes de la izquierda
argentina apoyaron la candidatura de Lula a la presidencia de Brasil,
con el argumento de que enfrentaba al imperialismo de EEUU. Así, Vilma
Ripoll, del Movimiento Socialista de los Trabajadores, explicaba que el
triunfo de Lula terminaría “con años de gobiernos directos del FMI y las
multinacionales” (Página 12, 27/10/02); según esta visión, el
gobierno de Fernando Henrique Cardoso había sido de tipo semicolonial
(cipayo, agente del imperialismo), y con Lula el país, y América Latina,
avanzaban hacia su independencia. Luis Zamora se expresaba en términos
semejantes: aconsejaba votar por Lula “para enfrentar a EEUU y su
política militarista de dominación” (ídem). Estos dirigentes no podían
ubicar el programa de gobierno del PT en los marcos de un gobierno más o
menos “normal” (y bastante conservador, por cierto) de un país
dependiente. Tampoco advertían que las políticas fundamentales de
Cardoso (privatizaciones, énfasis en reducir el déficit fiscal,
promoción de condiciones para invertir) no obedecían a “dictados” de
Washington, sino derivaban de la lógica del capital “en general”, con
anclaje en el mismo Brasil. En esta visión “nacional marxista”, la
historia queda reducida, en última instancia, a una interminable
sucesión de “traiciones” a los intereses de la patria oprimida.
No se trata de errores debidos a
falta de información, sino son el resultado de una concepción
globalmente equivocada, cuya raíz última es la incomprensión de las
tendencias que operan a nivel del capitalismo mundial. En definitiva,
volver sobre la distinción leninista entre países dependientes y
coloniales y semicoloniales, y su relación con las evoluciones del
capitalismo, puede ser fructífero para la elaboración de los programas y
líneas de acción del socialismo en los países atrasados.
Textos citados:
Bairoch, P. (1982): “International Industrialization Levels from 1750 to 1980”, Journal of European Economic History, vol. 11, pp. 269-333.
Peña, M. (1974): Industria, burguesía industrial y liberación nacional, Buenos Aires, Ediciones Fichas.
Trotsky, L. (1937): “Not a Workers’ and Not a Bougeois State?”, en http://www.marxists.org/archive/trotsky/1937/11/wstate.htm.
UNCTAD, (2013): World Investment Report, Global Value Chains: Investment and Trade for
Peña, M. (1974): Industria, burguesía industrial y liberación nacional, Buenos Aires, Ediciones Fichas.
Trotsky, L. (1937): “Not a Workers’ and Not a Bougeois State?”, en http://www.marxists.org/archive/trotsky/1937/11/wstate.htm.
UNCTAD, (2013): World Investment Report, Global Value Chains: Investment and Trade for
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