La
improvisación del capital. El desmantelamiento de los sistemas
sanitarios. Desprecio criminal por los trabajadores de la salud. En
Africa no hay ricos entre las víctimas y a los pobres se los deja morir.
La epidemia de ébola, que ya ha causado más de 3.400 muertos en África
occidental ha sido calificada por el secretario de Estado
norteamericano, John Kerry, ante la primera muerte en Estados Unidos,
como "una crisis global urgente". De acuerdo con la Organización Mundial
de la Salud (OMS), los casos podrían elevarse a 20 mil por semana para
mediados de noviembre, y el Centro para el Control de Enfermedades de
Estados Unidos (CDC, sus iniciales en inglés) estima que para enero
puede haber 1,4 millones de casos (The Guardian, 7/10). La tasa de
letalidad de la enfermedad ha superado el 50 por ciento en el brote
actual.
Hasta ahora, la prensa achacaba la excepcional diseminación de la
enfermedad al atraso de los sistemas sanitarios de los países afectados
(Sierra Leona, Guinea, Costa de Marfil, Liberia, Nigeria y Senegal), a
la elevada circulación en las fronteras de dichos países, a la desidia
de sus autoridades e inclusive a cuestiones culturales relativas al
entierro de los muertos. Muchas de estas cuestiones están fuera de duda,
como lo ilustra la huelga de los trabajadores encargados de enterrar
los cadáveres de los infectados en Freetown, la capital de Sierra Leona,
ante la falta de pago (Clarín, 9/10), pero omiten resaltar el problema
de conjunto, el cual se ha puesto en evidencia con el primer caso de
ébola autóctono en España.
Primer mundo
El centro de salud Carlos III, al que pertenece la enfermera infectada
Teresa Romero, supo ser una prestigiosa institución en el combate de
enfermedades emergentes. Sin embargo, como parte del plan de ajuste y de
la crisis capitalista, las autoridades de Madrid lo fueron
desmantelando. El retroceso de los sistemas sanitarios de los países
'desarrollados' y su desprecio por los trabajadores de la salud ha
quedado en evidencia ante la llegada del ébola: en el caso de España, ha
desatado una crisis política que podría hacer rodar la cabeza de la
ministra de Salud, Ana Mato.
Los enfermeros y médicos del Carlos III disponían de una indumentaria
de nivel de seguridad biológica 2 para tratar a los sacerdotes españoles
que habían sido repatriados después de infectarse en Africa (y que
posteriormente murieron), cuando correspondía una indumentaria de nivel
4, "completamente impermeable y con respiración autónoma" (El País,
7/10). Los enfermeros fueron instruidos a las apuradas, con cursillos de
entre 15 y 45 minutos, y los protocolos de atención no estaban
correctamente difundidos. En el caso particular de la enfermera Teresa
Romero, hubo una cadena de negligencias: a pesar de haber estado en
contacto con uno de los sacerdotes infectados, cuando contrajo fiebre no
fue aislada, sino que se siguió el procedimiento de rutina para estos
casos; cuando informó que su fiebre superaba los 38,6 grados, no fue
derivada al hospital correspondiente. Por último, su traslado al centro
especializado se demoró durante horas debido a la ausencia de una
ambulancia adecuada para estos casos, o sea "con la cabina del conductor
físicamente separada del área de transporte del paciente" (ídem, 8/10).
Al estilo de Cristina y Randazzo con los accidentes ferroviarios, las
autoridades españolas intentaron encubrir la responsabilidad estatal y
se insinuó inicialmente que la culpa podía provenir de errores de la
propia enfermera en su contacto con el infectado. Los trabajadores del
centro Carlos III y otros hospitales han desarrollado protestas ante el
desamparo que sufren, y distintas asociaciones gremiales reclaman la
renuncia de la ministra de Salud. Con el apoyo del PSOE, Rajoy la
sostiene. El escándalo ha tenido su correlato en una caída de la Bolsa,
debido al impacto que la situación producirá sobre el turismo. La
enfermera infectada, habitante de un barrio modesto del cordón
industrial de Madrid, atraviesa ahora la fase más crítica de la
enfermedad y hay decenas de personas en observación. La enfermedad
podría expandirse a otros países de Europa, ante los que Rajoy debió
explicarse y asumir la gravedad del problema.
A la deriva
Tanto Estados Unidos como los países de la Unión Europea han resuelto
tomar la temperatura en los aeropuertos y fronteras a los pasajeros que
procedan de los países africanos afectados, pero existe un recelo ante
lo que sería la ineficiencia de la medida. En definitiva, el
imperialismo improvisa frente a la enfermedad. Santiago Mas-Coma,
experto de referencia para enfermedades olvidadas de la OMS, al intentar
defender a la institución de las críticas que aseguran que reaccionó
tardíamente, dijo que el ébola "ha cogido desprevenido a todo el mundo"
(ídem, 7/10).
La enfermedad, limitada hasta ahora a poblaciones africanas pobres,
nunca despertó el interés de la investigación y de la industria
farmacéutica. Nada menos que la directora general de la OMS, Margaret
Chan, ha planteado en términos contundentes que hoy también en Africa la
muerte tiene dos varas: no hay prácticamente víctimas ricos y a los
pobres se los está dejando morir.
No es un evento natural inesperado lo que está en el origen de esta
masacre social en Africa y su expansión hacia Europa y los Estados
Unidos. Es la consecuencia de un sistema social que somete a la
población sumergida de Africa a condiciones inenarrables de vida y
salubridad, y de una industria que recién ahora, ante la catástrofe y la
emergencia de un "mercado", quizá se lance a investigar y producir una
alternativa. En lo que hace a la investigación de la enfermedad, en
Estados Unidos, el ébola sólo era estudiado como potencial arma
biológica. Ahora que puede abrirse un nicho de negocios, distintos
laboratorios habrían acelerado sus investigaciones (GSK, Johnson &
Johnson y otros).
En su etapa de senilidad, el capitalismo asiste impávido al
resurgimiento y expansión de todo tipo de enfermedades, sin mucho más
para ofrecer que negociados. El ébola está mostrando, sin embargo, las
grandes reservas para la humanidad que significan sus trabajadores de la
salud y muchos de sus científicos.
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