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sábado, 21 de julio de 2012

La historia que parece nunca tener un final

La tortura y la palabra

Esa imagen es una parte ciega de nuestra democracia. Allí está el pasado otra vez, como dice Theodor Adorno.

El policía mira hacia arriba y, no contento con la respuesta, toma de la nuca al muchacho (cuya delgadez habla sola, dirá Rulfo) y ajusta la bolsa de nylon. Casi le quita la respiración. En ese instante, los gritos del detenido son desgarradores. Se escuchan gemidos y una súplica: "¡Basta..., la respiración!"
En primer lugar, la palabra. La palabra que usan los medios. Otra vez. Lo que sucedió en Salta no son "apremios ilegales". Es tortura. En segundo lugar, la reacción. La reacción de los lectores (que también hablan sobre lo que leen y la calidad de lo que leen cuando escriben) que no se conmueven de esos jóvenes flacos, pobres, torturados en un patio perdido de una comisaría. Menciono sólo tres comentarios (de los que La Nación no quitó, es decir, de los que considera más suaves, seguidos a la noticia, el lector puede imaginar los otros comentarios) sobre los casos de tortura en Salta, porque sirven para entender el país –la democracia, el "diálogo" entre quienes defienden la memoria y quienes atacan el "relato"– en el que vivimos (la democracia nunca es completa, la democracia siempre se está haciendo, siempre cae y se levanta) y lo que piensan quienes aún se oponen a las políticas de Derechos Humanos y memoria, también los medios –cuáles medios– eligen los lectores para hacer saber su pensamiento. Veamos lo que escriben tres lectores ante los casos de tortura.
"En un mundo superpoblado, todavía se sobrevalora la vida de algunos. Aguante esa policía, carajo!" Segundo comentario: "Los delincuentes están en todos lados, algunos torturan a domicilio sin uniforme y otros con el uniforme adentro de una comisaría. Pero si es entre delincuentes el problema, es beneficioso para la sociedad porque se erradican entre ellos. En cuanto al video no me parece tan impactante como lo quieren pintar, se ven cosas peores hoy en día." (Recordemos que la policía pone bolsas de nylon en la cabeza de un joven desnudo, con las manos esposadas en la espalda, que esta a punto de morir, se retuerce en el piso y clama por su vida, mientras otro joven es torturado a dos metros de este por otros policías vestidos de civil; para ese lector de La Nación eso que se ve "no es suficiente", "se ven cosas peores"; seguramente compara la escena real, de la vida real, como dice Rousseau, con escenas del cine, no puede entender, no logra entender que las que son torturadas son personas de carne y hueso, no actores, tan acostumbrados estamos a la violencia en los medios). Tercer comentario: "y esto es tortura??? andaaaaaaaa!!! entonces que los reciba en la comisaría un mozo con café y les pasen el diario!!!! ahora me extraña de los policías machos y duros salteños... poniéndoles bolsitas en la cabeza y tirándoles agua!!!!!!!! señores... 220 en la espalda y paseo por toda la comisaría a patadas en el orto!!! eso sí, polinabos... no filmar, no filmar, no filmar, no filmar, no filmar!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!"
Estos tres comentarios son representativos, elocuentes, pero el más representativo de todos es el último: no filmar. No filmar. No filmar. No mostrar. Torturar en silencio. El torturado desaparecido. Esos tres comentarios de lectores de La Nación son suficientes. No necesitan aclaración aparte (son los mismos sectores que piden "diálogo" en la interpretación del pasado: los que legitiman una tortura en una comisaría, los que se indignan por la señalización del ingenio Ledesma, esos son los mismos que impugnan la vuelta "al pasado"). No precisan ni merecen refutación. Se desmerecen solos. Quien escribe una cosa así se desmerece como persona y como ciudadano. Desmerece su mentalidad, su corazón y su inteligencia. Desmerecen a la democracia. (Freud junta la sensibilidad con la inteligencia, Freud de esto sabía). Aunque sirven para mostrar los desafíos que tenemos por delante. Los desafíos que tiene por delante la democracia, el estado de derecho. Para generar conciencia sobre nuestro presente. Y sobre nuestro pasado. El pasado y el presente se mezclan en esa imagen borrosa. Esa imagen es una parte de nosotros. Esa imagen es una parte ciega de nuestra democracia. Allí está el pasado otra vez, como afirma Adorno: eso es el pasado. El pasado que no se acabó. Que sigue allí. Sirven para explicar por qué tenemos todavía policías, fuerzas de seguridad, encargados de velar por nuestra seguridad, que torturan. Que creen en la tortura. En la muerte como método. Que caen en la lógica de la "guerra" al delito. El sentido de los juicios de Derechos Humanos que desarrolla Argentina (con la oposición sostenida de muchos medios) es que casos como los de Salta no se repitan. Que el hombre genere conciencia. Que la verdad se sepa. Que alguien filme el video. Que lo muestre. Que la democracia eduque. Y el derecho se consolide. En esos 2,43 minutos que dura la filmación asesina está condensado no sólo nuestro presente. Sino también nuestro pasado. En los comentarios de esos lectores ("no filmar, no filmar, no filmar", "no es para tanto", "hoy en día se ven cosas peores", "es beneficioso para la sociedad, porque se matan entre ellos", "qué querés, que los reciban con un café?"), también. No se puede legitimar la tortura. Pero se la legitima. Como decía el fallecido Eduardo Luis Duhalde, no basta con defender los Derechos Humanos. No basta con que se haga justicia. Nada será suficiente. Hay que dar también una batalla cultural. Hay que persuadir a esos policías de que en la democracia el único camino de la seguridad, el único camino de la libertad, el único camino de la convivencia, es el derecho. Porque sin derechos no hay democracia. En ese patio, la democracia tembló. En esa comisaría alejada de General Güemes, a 50 kilómetros de la capital de Salta, la democracia fue puesta en duda. La democracia calló. Se avergonzó. La democracia no tiene respuestas para un joven torturado, asfixiado, con bolsas de nylon. La democracia no puede tener que ver con el submarino. Ni con las confesiones arrancadas en ese patio. Casos como este sirven (si se me permite una expresión semejante, las personas no sirven, la tortura nunca sirve) a su vez para que los grandes teóricos del derecho argentino, por ejemplo, quienes siguen embelesados al teórico alemán Günther Jakobs, piensen un poco más sobre su flamante categoría de "no persona" y de "enemigo" del derecho penal. El resultado de esas conceptualizaciones es uno solo. Y está a la vista. El resultado de todos esos libros es la bolsa de nylon. El balde de agua. El patio perdido. El derecho muerto. El cuerpo NN. La tortura en Salta.



"Cuando tocás a la policía, tocás al sistema político"

Fuente:Tiempo Argentino

2 comentarios:

Unknown dijo...

En estos casos el federalismo obra de excusa para evitar el cambio. Aunque sólo algunas policías son famosas (la bonaerense,la correntina, la mendocina, la salteña, la formoseña, etc), el concurso para ver quien tiene a la policía más "brava" tiene muchas provincias participantes...

Maloperobueno dijo...

Es evidente que los gobiernos nacionales y provinciales conocen estas prácticas y las toleran.
Si te fijas el video,no solo los mismos canas filmaron toda la tortura, si no que se tomaron su tiempo y lo hicieron en el patio de la comisaría.
No es la "parte ciega de la democracia", es la parte real que tiene una democracia burguesa y represora como la argentina

Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

Politica Obrera