En la entrada anterior planteé que, según Abelardo Ramos, la contradicción entre el capital y el trabajo, que Marx había considerado fundamental en los países adelantados, no tenía casi vigencia en América Latina, ya que la contradicción fundamental estaba establecida entre los países imperialistas, por un lado, y los coloniales y semicoloniales, por el otro. Luego de publicada la nota, un lector objetó, en la sección “Comentarios”, que ésa no era la posición de Ramos. En lo que sigue presento de manera más extensa la posición de Ramos, y explico por qué este “marxismo nacional” es funcional al discurso K-izquierdista (aunque, por supuesto, el tema atañe al argumento nacional de izquierda en general) .
El planteo
Básicamente, Ramos pensaba que la
cuestión nacional no había sido resuelta en América Latina, y que esto
se debía, en lo fundamental, al proceso de balcanización que había
sufrido el subcontinente. Según Ramos, las raíces históricas de esa
balcanización había que buscarlas, primero en el legado colonial
español; y luego, en la acción del Imperio Británico, que sostuvo a las
oligarquías agrarias, financieras y comerciales, que actuaban como
disociadoras. La penetración imperialista se había alcanzado entonces
con la perpetuación del atraso agrario; y la unilateralidad de las
economías exportadoras se había expresado política y jurídicamente en la
formación de más de veinte Estados inviables y hasta “ridículos”. Éstos
mantenían relaciones económicas más estrechas con Europa y EEUU que
entre sí; sus economías giraban en torno a uno o dos productos
exportables; y las oligarquías comerciales, agrarias o mineras,
asociadas al capital extranjero, se oponían a la industrialización. Lo
cual determinaba una debilidad “estructural” de la clase obrera.
En Historia de la Nación Latinoamericana Ramos escribía:
“Precisamente a causa del atraso de nuestros Estados, del
estrangulamiento de su desarrollo industrial por obra de la oligarquía
agraria y del imperialismo extranjero, el peso específico de la clase
obrera latinoamericana es mucho menor que el de las clases no
proletarias en el interior de cada Estado. … En este cuadro la clase
obrera no puede resolver por sí misma el triunfo de la revolución, a
menos que establezca una alianza con las restantes clases oprimidas.
Sólo en esta perspectiva la clase obrera puede encabezar a las grandes
mayorías nacionales en la lucha contra el imperialismo” (p. 341). En el
mismo sentido, en “Marxismo para Latinoamericanos”, (Izquierda Nacional,
enero de 1971), sostenía que los marxistas “debían comprender que el
antagonismo de clase puro, típico en los países avanzados, tendía a
disminuir en los países atrasados, precisamente porque el imperialismo
había impedido su pleno desenvolvimiento y la aparición de clases
perfectamente diferenciadas y opuestas, según el modelo ofrecido por
Marx en El Capital”. También en “De Mariátegui a Haya de la
Torre” (septiembre de 1973) y luego de destacar que Perú y América
Latina habían sufrido por escasez de desarrollo capitalista, afirmaba
que, “puesto que las masas no proletarias de un país pobre y atrasado no
pueden percibir el significado del socialismo, que es la doctrina de la
clase obrera industrial”, el reducido proletariado industrial debía
tomar en sus manos las reivindicaciones democráticas y nacionales
(nacionalización de las grandes propiedades imperialistas, democracia
política, liquidación del gamonal, incorporación del indio a la
civilización, alfabetización, apoyo a los pequeños comerciantes e
industriales).
Una importante consecuencia de estos
argumentos era que la lucha de las masas latinoamericanas no tenía, ni
debía tener, un carácter anticapitalista. La clase obrera no debía
asumir reivindicaciones anticapitalistas, porque podía debilitarse la
lucha nacional. “En los países históricamente rezagados, … la lucha
antiimperialista consiste justamente en que no se trata de una lucha
anticapitalista. Pues la acción antiimperialista supone la confluencia
de varias clases sociales. Este tipo de lucha adquiere forzosamente un
contenido nacional, ya que el imperialismo es extranjero, además de
expoliador. La lucha anticapitalista, en cambio, puede suponer un ataque
contra capitalistas nativos. Esa circunstancia disminuye peligrosamente
el poder de la lucha nacional, que también se integra con capitalistas
de las más diversas categorías” (“De Mariátegui…”).
De ahí que la táctica aconsejada fuera la
del Frente Único Antiimperialista; en Inglaterra el FUA sería
reaccionario, pero no en los países atrasados, coloniales y
semicoloniales (ídem).
Dado que la tarea histórica era la unidad
latinoamericana, único camino hacia la industrialización, la lucha
anticapitalista carecía de sentido y hasta era perjudicial. Por eso
también, en la polémica entre Haya de la Torre y Antonio Mella, Ramos se
ponía de parte del primero. Mella sostenía que la liberación nacional
absoluta solo la obtendría el proletariado, y sería por medio de la
revolución obrera. Ramos lo critica porque pasaba por alto la tarea de
la unidad de América Latina, principal factor de liberación del
imperialismo, y porque resumía la estrategia revolucionaria en la
fórmula “revolución obrera” (véase Historia…). En el mismo
sentido, cuando se refiere a sus orígenes, Ramos explicaba que se había
distanciado, en los años 1940, del grupo Nuevo Curso, que dirigía
Antonio Gallo, porque éste sostenía que “Argentina era ya un país
capitalista, razón por la cual la contradicción fundamental era la
burguesía y el proletariado” (“Una conversación inconclusa…”). Siempre
el conflicto central está planteado en términos ajenos a la oposición
capital – trabajo. Por ejemplo, en Revolución y contrarrevolución en Argentina,
de 1957, los polos enfrentados son, por un lado, el nacionalismo
transformador, el desarrollo industrial y de la clase obrera, y por el
otro, el afán conservador y el cipayismo.
Su rechazo a alentar el conflicto entre
el capital y el trabajo, y su énfasis en que el programa que debía
levantar la clase obrera era exclusivamente nacional y democrático, iba
de la mano de la idea de que en los países latinoamericanos surgían
fuerzas sociales y políticas que, al menos parcialmente, avanzaban en
esos objetivos. Estos procesos ocurrían cuando había crisis importantes
en los centros imperiales: “Gracias al resorte propulsor e involuntario
de las grandes crisis mundiales (1914, 1939, el crack de 1929) aparecen
en los países coloniales o semicoloniales formas embrionarias de
capitalismo industrial. Grupos de burguesías locales se vinculan al
mercado interno. Por su parte, el gran capital imperialista,
estrechamente vinculado a las oligarquías agrarias, mineras o
financieras, se opone al desenvolvimiento de estas nuevas burguesías,
empleando todos los medios, sean políticos, económicos o militares. Esta
lucha de clases se da con frecuencia, pero no se trata de la lucha de
clases habitualmente conocida como el duelo entre la burguesía y el
proletariado, según el modelo europeo, sino de una lucha menos
mencionada en los libros y más vista en la realidad, que es la lucha
entre la clase oligárquica y la nueva burguesía” (Historia... p.
460). Podemos observar, una vez más, cómo el conflicto entre el capital y
el trabajo es desplazado por el que existiría “entre la clase
oligárquica y la nueva burguesía”.
Ramos pensaba también que ante la
ausencia de las “nuevas burguesías”, otros grupos sociales podían ocupar
su lugar en el enfrentamiento. Es en este punto que otorgaba gran
importancia al Ejército. Por caso, refiriéndose a Argentina, sostenía
que la burguesía nacional industrial, que se había fortalecido en los
30, carecía sin embargo, de un “comportamiento nacional”. Por eso, el
Frente Nacional se había conformado a partir del liderazgo de Perón,
surgido del Ejército. En ese frente habían confluido “los restos del
yrigoyenismo agrario, algunos débiles sectores empresarios, raros
socialistas que rompían con su partido, sindicalistas tradicionales y
nuevos sindicalistas, importantes sectores de la Iglesia católica,
grandes grupos de la clase media de provincias vinculadas al mercado
interno, y detrás, el conjunto del Ejército”. Ese partido de Perón había
sido así el “factor subrogante de una burguesía demasiado débil y
confusa para percibir su verdadero papel” (p. 378); el Ejército era “la
única fuerza no vinculada al imperialismo extranjero y que por su
profesión está orgánicamente marginada de los intereses agropecuarios”
(p. 379). Tanto la clase obrera como la burguesía eran demasiado débiles
para asumir su liderazgo, y la institución militar asumía la
representación de las fuerzas nacionales impotentes. Por esta vía, el
peronismo habría avanzado en tareas democráticas, aunque también había
evidenciado su limitación. Es que no continuó la industrialización
cuando cayeron los precios de las exportaciones agrarias, recurriendo a
la expropiación de la oligarquía financiera, ganadera y comercial
intacta.
A pesar de sus limitaciones, Ramos
sostenía que la burguesía y la pequeño burguesía de los países
semicoloniales, en combinación con el Ejército y otros sectores, podían
avanzar en políticas antiimperialistas. Por eso criticaba a los autores
de la dependencia (Gunder Frank, Dos Santos, etcétera), o a los
trotskistas, que sostenían que las burguesías latinoamericanas eran
socias menores del imperialismo, y coincidían con éste, y con las
oligarquías, en mantener y profundizar la explotación del trabajo y de
las masas empobrecidas.
Funcional a la explotación y a la burocracia
Un marxismo que sostiene que no hay que
azuzar la lucha entre el capital y el trabajo, no puede no ser
funcional al dominio del capital, y el control estatal y burocrático de
las fuerzas del trabajo. En este respecto, hay que destacar que Ramos
jamás cuestionó el control de los sindicatos por la burocracia sindical.
Criticaba a la burocracia sindical por haber debilitado la resistencia
del gobierno de Perón frente al golpe de 1955, pero no por su rol en
sostener la disciplina del trabajo. Incluso cuando la izquierda puso en
peligro, entre 1973 y 1976, el dominio de la burocracia en muchos
grandes centros de trabajo, Ramos y su partido estuvieron del lado de la
burocracia (Izquierda Nacional Nº 28, 1974, criticaba a
la juventud peronista por cuestionar a los líderes sindicales).
Y en
1990 Ramos defendía la estructura de la Unión Obrera Metalúrgica de
Lorenzo Miguel (véase “Intervención…”, 13 de octubre). Más en general,
nunca buscó importunar siquiera a la conducción verticalista del
Justicialismo. En los 1970, decía: “La propia naturaleza del movimiento
nacional peronista, donde la verticalidad fue y es un principio, indica
que se trata de un movimiento nacional burgués conducido por un jefe
militar. Nosotros lo respaldamos por ese motivo, no porque lo
confundiéramos con un movimiento socialista. Es más, está claro que
quien tratara de desarrollar una estrategia propia, de carácter
socialista, dentro del movimiento de Perón, estaría apuntando contra su
jefatura y estructura. Es decir, estaría trabajando de hecho para
destruirla” (“Una conversación inconclusa…”).
Dentro de este encuadre global, se
comprende que Ramos haya apoyado al menemismo sin tener la menor
consideración acerca de sus medidas anti-obreras (pérdida de derechos
sindicales, precarización del trabajo, carta blanca al capital para que
aumentara la tasa de explotación). Tampoco la participación de
burócratas sindicales en los beneficios de las privatizaciones, y en la
administración de empresas privatizadas, parecieron importunar al
“marxista-menemista”.
Lo “progresista” del gobierno de Menem, en su
visión, eran la profundización del Mercosur (en camino hacia la Patria
Grande), o la estabilización de la moneda (ver “Me voy con Menem…”).
Estamos en la estación final de un enfoque que procuró, con argumentos
nacionalistas, barrer debajo de la alfombra, la explotación del trabajo.
A la vista de todo esto, es natural que
el “marxismo nacional” de Ramos sea muy conveniente para quienes apoyan,
con argumentos de izquierda, la política K. No se trata sólo de su
posición frente al menemismo (que podría “justificar” por izquierda la
participación de los K y de funcionarios K en el gobierno en los 90),
sino de un enfoque más general y consistente. ¿Cómo no oponer este
“marxismo con ojos nuestros”, de Jorge Abelardo Ramos, a las
“abstracciones del marxismo dogmático”, que habla de plusvalía o de
independencia de clase? Esto explica también la vigencia del “marxismo a
lo Ramos” en las páginas web de la izquierda nacional en general.
Obedece, en última instancia, a una lógica de clase profunda.
Fuentes citadas:
“Marxismo para latinoamericanos”, Izquierda Nacional, enero 1971 (versión on line).
“De Mariátegui a Haya de la Torre”, 1973, en http://www.izquierdanacional.org/documentos/articulos/de_mariategui_a_haya_de_la_torre/
Revolución y contrarrevolución en Argentina, Buenos Aires, 1965, Plus Ultra, Buenos Aires.
Historia de la Nación Latinoamericana, Buenos Aires, 2011, Continente (existe versión on line)
“Una conversación inconclusa con Jorge Abelardo Ramos”, grabadas por Jorge Raventos en los años 1970, en http://www.abelardoramos.com.ar/una-conversacion-inconclusa-con-jorge-abelardo-ramos/
“Intervención efectuada por Jorge Abelardo Ramos en la Convención Nacional del Movimiento Patriótico de Liberación”, 13 de octubre de 1990, en http://www.abelardoramos.com.ar/intervencion-efectuada-por-jorge-abelardo-ramos-en-la-convencion-nacional-del-movimiento-patriotico-de-liberacion/
“Me voy con Menem para que puedan gobernar los criollos”, en
http://www.abelardoramos.com.ar/me-voy-con-menem-para-que-puedan-gobernar-los-criollos/
Fuente : http://rolandoastarita.wordpress.com/2013/12/06/acerca-del-marxismo-nacional-de-ramos/
4 comentarios:
La verdad es que Ramos fue irrelevante para las masas en la época. Posiblemente tenía sustancia en un círculo intelectual. Por ahí me equivoco, pero yo era adolescente entonces y lo vi así.
Seguramente y como evaluas esa boleta del 73 ? Hizo un mea culpa ? se banco a Isabelita y Lopez Rega adentro del PJ donde se fundio ?
Y hoy buscan refernciarse en el desde sectores del klirchnerismo
Mas o menos igual que su pase al menemismo.
De todas forma no olvides que esa boleta la metió el sesenta y pico de la población y que aunque cueste mucho disociarse por lo que fue básicamente la Triple A, se llegó al '74 con el nivel de más equidad de la historia, y esto no es ningún verso; una pensionada viuda podía mandar a su hija a colegio privado por ej. Por eso es que hay que analizar políticamente al Rodrigazo y no económicamente. Como una fuerte operación para barrer con todo lo conquistado. Y vaya si se barrió (muy por demás).
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