No debiera sorprender que, ante cada nuevo aniversario del asesinato de
León Trotsky, se desaten polémicas cruzadas en el ámbito de la
militancia política y en el de la academia referidas a la valoración de
la trayectoria del revolucionario, su papel en la historia, su obra y su
legado(*). Este simple hecho, de por sí, revela que la polémica
entablada en torno a la vigencia, o no, de la perspectiva histórica
defendida por León Trotsky, aun habiendo transcurrido 75 años de su
muerte, se encuentra en debate y no ha logrado ser "borrada del mapa".
Es lo que reconoce Héctor Landolfi en su columna de opinión del 21 de
agosto pasado en este diario, titulada "Las matanzas del camarada
Trotsky", en la que deja traslucir su sorpresa por el "reverdecimiento
del trotskismo en los márgenes australes del mundo", aludiendo al
Partido Obrero y al Frente de Izquierda.
Digamos a modo de introducción que, contradiciendo la visión interesada
que sentencia al revolucionario ruso como un carnicero sin escrúpulos,
Trotsky fue parte de la corriente política que se opuso y luchó contra
la Primera Guerra Mundial y uno de los líderes indiscutidos de una
revolución que triunfó reclamando la paz, en oposición a la guerra
imperialista. En el Programa de Transición que León Trotsky redactó en
1938, se dotó al movimiento obrero socialista internacional de los
instrumentos programáticos para enfrentar la catástrofe humanitaria que
engendra la bancarrota capitalista. Allí, llamó especialísimamente a los
trabajadores y a la juventud del mundo a enfrentar la nueva
conflagración mundial que se encontraba en gestación, levantando la
consigna "confiscación de las ganancias y expropiación de las empresas
que trabajan para la guerra". La violencia revolucionaria que León
Trotsky y los socialistas reivindicamos se distingue de cualquier otra
por ponerse al servicio de la aplastante mayoría de la sociedad, en
detrimento de una clase minoritaria y explotadora que maneja los hilos
del aparato represivo (el Estado) y que arrastra a la humanidad a la
barbarie. Esa violencia responde, por ende, a una necesidad histórica:
la de abrir paso a una nueva sociedad emancipada de la explotación y el
yugo capitalista.
Landolfi, en su artículo, no indaga sobre cuáles serían las causas que
fundamentan el "reverdecimiento" del trotskismo en esta parte del
hemisferio. Le hubiera sido útil, para eso, detener su atención en el
impacto que tiene en la región la crisis capitalista mundial, que
casualmente el 24 de agosto pasado se ha anotado un "lunes negro" en las
bolsas de todo el mundo. La profundización de la recesión brasileña se
combina con una aceleración de la fuga de capitales, mientras arrecian
los despidos masivos de trabajadores. En paralelo, Argentina arrastra
una recesión por tercer año consecutivo que se prepara para ingresar al
cuarto, se desploma el superávit comercial y enfrenta una enorme crisis
de deuda. Uruguay sufre la caída de la producción industrial y de las
exportaciones, mientras aumenta el déficit fiscal y el desempleo. La
caída internacional del precio del petróleo golpea especialmente a
Venezuela, que luego de casi dos décadas de gobiernos bolivarianos no ha
superado su condición de país rentista y es acosado por una inflación
galopante.
En una palabra, la bancarrota capitalista mundial desatada en el 2007
ha puesto en la picota a los gobiernos nacionalistas y
centroizquierdistas de Sudamérica que ascendieron al poder con
posteridad a la crisis del 1999-2002.
Una vez más se hicieron evidentes los límites insalvables de las
burguesías nativas: por un lado, para romper los lazos de sometimiento
que el imperialismo les impone a los países atrasados; por el otro, para
desenvolver las fuerzas productivas de sus propios países y elevar las
condiciones de vida de las masas. Los Estados latinoamericanos no pueden
hacer frente a sus problemas estructurales si no es por medio de una
planificación, la que supone una gestión económica y política de la
clase obrera. Se vuelve a poner de manifiesto la vigencia y la
actualidad de la tesis más renombrada de León Trotsky (revolución
permanente), que señala a la clase obrera de los países semicoloniales
como el único sujeto social capaz de liderar un proceso de emancipación
nacional y social, acaudillando detrás de sí al resto de las clases
oprimidas.
El desarrollo de la crisis capitalista ha echado definitivamente por
tierra el relato esgrimido por los gobiernos vernáculos, que reivindican
una unidad latinoamericana sobre bases capitalistas. Del mismo modo que
sucede en el Viejo Continente, donde los choques entre los distintos
Estados han puesto de manifiesto las tendencias disolventes que se
incuban en la Unión Europea, los Estados latinoamericanos se revelan
como los garantes de los intereses de sus burguesías nativas. Con la
devaluación de la moneda china, la caída de los precios de las materias
primas y la caída del comercio internacional, en América Latina se
acentúa la competencia interburguesa, como lo demuestran las
devaluaciones en Brasil y la que se prepara en nuestro propio país. La
unidad latinoamericana solo será posible sobre bases socialistas, su
realización ha quedado enteramente reservada a la intervención histórica
que desenvuelvan los obreros y campesinos del continente.
La acción política del Partido Obrero en la última década tuvo como eje
fundamental levantar una oposición estratégica -es decir desde el campo
del socialismo- al nacionalismo burgués encarnado en los gobiernos de
los Kirchner. Los progresos del Partido Obrero y el Frente de Izquierda
-que no solo se miden en el terreno de la representación parlamentaria
sino también en el terreno sindical y en el del movimiento de la
juventud- están íntimamente vinculados a esa lucha fundamental.
No hay comentarios:
Publicar un comentario