Confirmando
la máxima marxista de que el azar es la expresión casual de la
necesidad, un tuit de Jorge Altamira en vísperas del #3J (“La trata no
es machismo: es la explotación capitalista organizada de mujeres y
niña/os”) produjo la indignación del PTS, algo a priori imprevisto si se
tiene en cuenta que se califican a sí mismos como una organización
anticapitalista
La indignación los llevó a comenzar una polémica en la
que defendieron una única idea rectora: el machismo, como expresión de
la discriminación y la opresión de la mujer, no remite en la sociedad
actual al capitalismo, sino que es una expresión ancestral que requiere
una lucha y un programa específico. En defensa de esta posición pusieron
un esfuerzo digno de las mejores causas, pasando de Twitter a Facebook,
y de éste a la Izquierda Diario, todo para atacar al Partido Obrero por
osar atacar al capitalismo en vez de al “patriarcado”. No faltó, claro,
que nos acusaran de practicar un “reduccionismo economicista”, sin
saber, o quizá sabiéndolo, que éste ha sido un sambenito utilizado
reiteradas veces por los adversarios del socialismo para combatir al
marxismo.
Aunque el PTS comenzó el debate, evitó todo el tiempo sacar todas las
conclusiones políticas de su posición. Se entiende por qué: si la lucha
contra el machismo -o, más en general, contra toda forma de opresión de
la mujer- no remite al capitalismo, entonces puede ser combatido sin
levantar un programa anticapitalista.
El PTS dejaría de ser, al menos en
el terreno de la mujer, un partido anticapitalista y socialista, para
transformarse en una organización antipatriarcal o antimachista. Pero
las derivaciones políticas no concluyen en lo señalado. En la medida en
que el combate no es contra el capitalismo, la lucha de clases es
sustituida por una lucha de géneros -o sea, por la conciliación de
clases. Nada original, claro, pues es el planteo que caracteriza al
feminismo pequeñoburgués.
La dirigente de Pan y Rosas, Andrea D’Atri, quiso disimular este
renunciamiento al socialismo afirmando que la trata “también es
machismo” -o sea, que además es el capitalismo. Pero la afirmación, que
no sirvió a tales fines, puso de manifiesto el eclecticismo del PTS, que
redujo a la lucha de clases y al capitalismo a “una” de las causas de
la opresión actual de la mujer. Esta 'pluricausalidad' caracteriza al
centrismo político y teórico, que busca conciliar al marxismo con el
oportunismo. Es útil para la franela con el centroizquierdismo y el
feminismo pequeñoburgués, que se indigna ante el marxismo por meterse en
un terreno que consideran exclusivo para sus divagaciones. Los/as
defensores/as de la ‘pluricausalidad’ se jactan a sí mismos por destacar
la “cuestión cultural” subyacente en la opresión de la mujer, y se
anotan ellas mismas para librar la “batalla cultural”, para lo cual
reclaman subsidios de las ONG o de las universidades. Omiten, claro, que
la propia cultura no puede sustraerse del régimen de explotación
dominante y, en última instancia, es la “cultura” de la clase
explotadora. Su rechazo a la tesis marxista, de defensa de la lucha de
clases para terminar con toda forma de opresión y explotación de la
mujer, tiene un carácter de clase profundo. La pequeñoburguesía siente
que puede jugar el rol principal en las “batallas culturales”, pero se
siente relegada a un segundo plano cuando se trata de la lucha de clases
entre el proletariado y la clase capitalista.
La capitulación del PTS ante esta capa social es profunda. Por eso suma
su indignación contra el PO por ‘reducir’ la cuestión de la mujer a la
lucha por derrocar el régimen capitalista. Afirma -D’Atri- que las
mujeres de la burguesía también sufren la opresión y la discriminación,
ignorando que en una sociedad dividida en clases la forma en que se
manifiesta esa opresión es cualitativamente distinta entre mujeres
obreras y mujeres burguesas. Sólo yendo contra sus intereses de clase
las mujeres burguesas podrían admitir un impuesto al gran capital para
financiar un plan de ayuda a las mujeres víctimas de la violencia de
género y, aún más, admitir la presencia de comisiones de mujeres en las
fábricas para asegurar el cumplimiento de sus reivindicaciones contra
los abusos y tratos discriminatorios. Esto, que debiera ser evidente
para todo/a socialista, el PTS lo omite para justificar una política de
conciliación de clases.
Las sucesivas respuestas dadas por el PTS en esta polémica no hicieron
más que repetir que, como el machismo o el patriarcado son previos al
capitalismo, la abolición de este último no resuelve la cuestión de la
mujer. D’Atri, en su respuesta última a Altamira, va más allá, al
señalar que “consideramos que la revolución obrera y socialista no
resuelve en sí misma, integralmente, la emancipación de las mujeres de
la esclavitud doméstica y su subordinación patriarcal; pero con la
liquidación de la propiedad privada de los medios de producción, se
sienta las bases fundamentales para ello”. ¿De qué depende, entonces, la
resolución de la cuestión de la mujer? Esta afirmación de D’Atri mezcla
adrede cuestiones de orden distinto, con el único propósito de
justificar su adaptación al régimen. Ocurre que es claro que “la
revolución obrera y socialista no resuelve en sí mismo” la cuestión de
la mujer, porque al día siguiente de la revolución seguirá habiendo
capitalismo. La construcción del socialismo tiene como punto de partida
la revolución, pero no es un acto único. Esta es la posición del
anarquismo, no del marxismo. Es más, incluso la eliminación de la
propiedad privada no es condición suficiente para definir una sociedad
como socialista. En la Rusia revolucionaria de 1917-1920 la propiedad
privada fue abolida por el “comunismo de guerra” impuesto por las dudas
condiciones de una guerra civil. Pero ni bien ésta concluyó la propiedad
privada volvió con la NEP. El socialismo es una etapa superior al
capitalismo, con un mayor desarrollo de las fuerzas productivas, que
permita eliminar la propiedad privada junto con la lucha por la
existencia individual. Si ésta subsiste, como en la Rusia pos-revolución
de octubre, no tiene sentido hablar de socialismo incluso aunque
transitoriamente haya sido abolida la propiedad privada. D’Atri y el PTS
confunden estas cuestiones deliberadamente, para justificar que la
erradicación del machismo u otra forma de violencia y/o discriminación
de la mujer depende de cuestiones culturales y no de la superación del
capitalismo y la abolición de toda forma de opresión y explotación
clasista.
El PTS sustituye al materialismo por el idealismo, al sostener que es
el “patriarcado” y no el capitalismo el responsable de la opresión de la
mujer.
Tendríamos una institución que no tiene sus raíces en el régimen social
imperante, sino que se mantiene en lo esencial inalterable durante
etapas históricas y regímenes sociales sustancialmente distintos.
Este
idealismo puede tener también su costado reaccionario, como lo prueba
tanto el antisemitismo como el sionismo, pues ambos buscan defender sus
posiciones en hechos que remiten a etapas históricas pretéritas. Se
trata de un idealismo pre-hegeliano, pues desconoce la dialéctica, que
tiene por principio rector que “lo único constante es el cambio”. Pero
fue el socialismo quien pudo dar cuenta de la raíz social del
antisemitismo moderno, o sea, capitalista. Mientras los sionistas
remontaban la explicación a la expulsión de los judíos de Palestina en
el año '70 de nuestra era, planteando la vuelta a la tierra sagrada, los
socialistas plantearon que para terminar con el antisemitismo había que
derribar el capitalismo-imperialismo.
No puede pasarse por alto que las posiciones del PTS en lo esencial se
asemejan a las del kirchnerismo. Mientras Altamira decía desde su cuenta
de Twitter que el capitalismo era el responsable de la trata, Cristina
Kirchner distribuía, con diferencias de horas, desde su Facebook
personal, un texto de su hija Florencia afirmando, como el PTS, que “era
el machismo y el patriarcado”. Al contrario de lo que dicen las series
yanquis, aquí todo parecido entre el kirchnerismo y el PTS no es pura
coincidencia.
La importancia del debate que se ha desarrollado radica en que
distingue a los defensores de la lucha de clases de quienes ofrecen,
bajo el ropaje de la “pluricausalidad”, una política de compromiso y de
conciliación de clases alejada del socialismo. Una estrategia conduce a
la revolución proletaria, la otra al frente popular. El tuit de Altamira
tuvo la virtud de disparar una polémica que aportó a la clarificación
política.
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