Una nota publicada en La Nación (3/1)(1) caracteriza el
entrelazamiento entre ciencia y empresas que marcó a la era Barañao. Sin
embargo, al intentar defender este entrelazamiento cae en fuertes
contradicciones y falacias.
La principal falacia es el “círculo virtuoso” en el que los avances
científicos se convierten en negocios y estos en “beneficios concretos”
para la sociedad. Esta teoría del derrame de la ciencia está muy lejos
de la realidad. Lo que mueve a los negocios es el lucro privado y no los
beneficios para la sociedad. Esta trivialidad que vale en todos los
terrenos, vale todavía más para la ciencia. La ciencia aplicada a los
negocios son los medicamentos con precios prohibitivos, los derrames de
cianuro en Veladero, el aumento del cáncer en los pueblos fumigados con
glifosato o las pistolas taser para la represión policial.
Históricamente, el mayor ejemplo de avances científicos convertidos en
negocios es la bomba nuclear.
Sin industrialización no hay desarrollo científico
Esta sola cuestión valdría para impugnar la “unión” de ciencia y
empresas. Sin embargo, tampoco es cierto que está unión impulse el
desarrollo de la ciencia en la Argentina. Barañao se lamenta, en cada
reportaje, de que el sector público representa el 75% de la inversión en
C y T, mientras que en Estados Unidos, la proporción público-privada es
inversa. El programa que cita el artículo de inserción de doctores en
empresas tuvo en cuatro años de existencia sólo 27 inserciones
exitosas(2). Es que la atrasada industria argentina, que no pasa de una
armaduría, no tiene la capacidad ni la intención de impulsar el
desarrollo científico.
Las declaraciones de Melo en este punto son ilustrativas. El CyT
macrista afirma que la cosecha de soja aporta al país lo mismo que
aporta la venta de patentes del instituto científico israelí, pero la
mejor conclusión que saca es que “hay que empujar la actividad (sojera) y
mantenerla”. Evidentemente, el hombre está cegado, la razón por la que
Argentina no tiene un verdadero desarrollo científico es justamente
porque la soja representa el 40% de nuestras exportaciones. Por eso, el
único ámbito en que la Argentina tuvo un “destaque” fue en el desarrollo
de plantas tolerantes a la sequía -aunque por supuesto, los “beneficios
concretos” de este desarrollo fueron para Bioceres.
Sobre los casos de colaboración público-privada que se citan, falta un
análisis más a fondo. La regla general fue, igual que con Cirigliano en
el transporte o con Szpolski en los medios, el parasitismo empresario.
El Estado aporta los investigadores y los laboratorios, y las empresas
se llevan los beneficios (patentes). Esto queda definitivamente claro en
la afirmación final del artículo sobre el programa que implementaría la
provincia: “En este caso, por cada dólar privado, el Estado aportaría
tres o cuatro”.
Sin un plan de industrialización y de desarrollo nacional basado en las
necesidades de los trabajadores no vamos a tener verdadero avance de la
ciencia.
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